19 de enero de 2009

Adivina, adivinanza

Come sobras o alimentos preparados en recipientes de plástico, tiene un dueño al que tiene que obedecer aunque le grite, va persiguiendo autobuses por la calle y se pasa el día encerrado en un edificio salvo un rato que sale a pasear por la noche o el fin de semana.


Vaya, ahora no se si la respuesta es "perro" u "oficinista".

12 de enero de 2009

La jungla de papel (III)

En mi departamento, que no olvidemos pertenece a una importante empresa multinacional de logística, en estos momentos tenemos
  • 6 programas de seguimiento de envíos
  • 4 programas de gestión de solicitudes de recogidas
  • 3 formas de hacer consultas
  • 2 bases de datos
además del hecho de que
  • a cada cliente se le manda un informe distinto
  • cada empleado gestiona sus cuentas de manera diferente
y que
  • los programas de gestión de envíos son diferentes en cada país y solo pueden usarse en ese país
  • cada país trata la información de forma distinta
  • la intranet común a todos es un horror de diseño con marcos de mediados de los años 90 en la que es imposible encontrar nada
además de que
  • a pesar de que la mayoría de los programas son en red, solo se puede usar Internet Explorer 6 (y solo esa versión)
  • el principal programa de gestión en España está escrito en Unix con una interfaz de comandos que nadie te enseña a utilizar
  • no se ha actualizado la versión de ningún programa instalado en los últimos 5 años
la pregunta es, ¿qué medida ha promovido la dirección para ser más eficientes en nuestro trabajo?

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Pues la respuesta es bien fácil, ¡QUE USEMOS MENOS PAPEL!

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¿En qué momento de la civilización nos hemos vuelto tan esclavos de nuestros propios calendarios como para llegar a sentirnos culpables cuando llega un puente y, en vez de salir corriendo a cualquier destino durante esos tres días para tener algo que contar a la vuelta, nos quedamos en casa a descansar y tocarnos las pelotas a dos manos?

8 de enero de 2009

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Las fresas son una fruta muy sobrevalorada. A pesar de que mucha gente solo la consume en ocasiones especiales, en las historias de futuros distópicos siempre hay alguien cultivándolas. Sinceramente, si viviera en una sociedad post-apocalíptica yo solo lloraría de alegría si me ofrecieran una mandarina.

7 de enero de 2009

Querido yo de 14 años...

A los 14 años tuve una epifanía, una revelación, un momento de claridad absoluta de esos que solo proporcionan las drogas psicotrópicas y los cómics de Grant Morrison. Fue estando en clase (creo, no lo recuerdo bien; últimamente tengo la memoria de un pez de colores), cuando, sin ningún motivo aparente (aunque el aburrimiento seguro que tuvo algo que ver), lo supe. Supe, con una certeza total, con la mayor seguridad de la que he tenido jamás sobre algo, que no follaría hasta los 18. Y acerté, vaya que si acerté. Por poco (me faltaban apenas tres meses para cumplir los 19 cuando eché mi horroroso primer polvo), pero lo hice. Ser consciente de esa circunstancia (es decir, que me mataría a pajas durante mi adolescencia, algo que cualquiera podía vaticinar sin una bola de cristal, por otra parte) me proporcionó cierta tranquilidad durante el bachillerato, sabedor de que todo esfuerzo por conseguir algo más sería inútil. Cierto, también estaban la exclusión social, la falta de entendimiento con mis amigos, la sensación de no pertenecer al lugar donde vivía, el hastío existencial, el nulo contacto físico con las mujeres y otros mil temas que hicieron del instituto una pesadilla, pero, coño, al menos no me amargaba ser virgen.

Ya es algo.

Ahora estoy llegando a los 30 y me ha dado por echar la vista atrás y contabilizar todas las cagadas que he cometido en mi vida (otros se ponen un piercing en la ceja o dejan a su novia, a cada uno le da por algo distinto). Ya lo se, errar es humano y así es como uno madura y aprende, pero eso no quita que joda bastante. Así que me ha venido a la memoria ese breve momento de clarividencia pubescente y me he dado cuenta de lo realmente útil que hubiera sido poder utilizar ese don a lo largo de mi vida aparte de para calcular cuándo podría mojar el chorizo en aceite por primera vez. Ya no digo acertar la lotería (que también), pero sí como mínimo darme cuenta de cuándo la estoy cagando y rectificar a tiempo. Es por eso que, en un ejercicio de autocompasión muy propio de mí, he decidido fantasear con la posibilidad de enviar, taquiones mediante, un mensaje a aquel piltrafilla de 14 años con gafas enormes y flequillo espantoso para advertirle sobre todas aquellas cosas que, de haberlas sabido con antelación, hubiera podido cambiar y ahorrarme humillaciones, disgustos, un año de terapia e ingentes cantidades de tiempo y dinero.

Querido yo de 14 años...

No te voy a mentir, te esperan unos años difíciles. Eres un chaval serio, callado, introvertido, siempre en las nubes, al que le cuesta encajar en su entorno y hacer amigos. Llevas escrito "pringao" en la frente. En el instituto serás el típico empollón rarito con el que se mete todo el mundo y al que los únicos que le respetan son los profesores. Lo cual, por cierto no te convertirá en alguien precisamente popular. Así que aquí van unos cuantos consejos de supervivencia para sobrellevar lo que te queda con un poco de dignidad:
  • Vuélvete invisible. Eres incapaz de defenderte cuando te atacan, así que lo mejor que puedes hacer es que no se fijen en tí. Reduce el contacto humano al mínimo. Nunca respondas a las provocaciones de los más cabrones, ni siquiera les mires. Levanta la mano lo menos posible y no confraternices con otros empollones en clase. Búscate amigas (para ellas eres inofensivo, será fácil). No seas voluntario ni participes en actividad extracurricular alguna. Habla lo menos posible y no hagas nada que te ponga en envidencia. Puede que alguna vez te sientas solo pero, creeme, la alternativa es mucho peor.
  • Aléjate poco a poco de tus amigos del pueblo. Bueno, solo de los chicos, con las chicas siempre te has llevado bien. Porque de toda la gente que conozcas ellos son los que más putadas te harán, así que te aseguro que saldrás ganando. De hecho te lo pasarás mejor más jugando, viendo la televisión o leyendo libros en casa que saliendo con ellos, porque en realidad son aún más capullos que tu. Y de todas formas acabarás perdiendo el contacto, incluso la amistad, así que evitarás discusiones en el proceso.
  • Un consejo que te valdrá para siempre: no intentes nada, nunca, con ninguna de las chicas que te gusten pero que no muestren interés por tí. No es fingido, es que pasan de tí como de comer mierda. Así que por mucho que te alguien te ponga a mil no le hagas caso. Limítate a sonreirle y sigue con lo tuyo. Te ahorrarás muchas frustraciones.
  • Usa el hilo dental. Ya se que nadie te ha enseñado, y de hecho ninguno de los putos dentistas inútiles que tendrás te dirán como usarlo, pero lee una enciclopedia si hace falta (lástima que no tengas internet todavía en aquella época) porque eso te ahorrará la docena de empastes y endodoncias que llevo ahora mismo.
  • Conserva en buen estado tus Tente. Valdrán su peso en oro en unos años. Y son cojonudos.
  • Busca algún deporte que no te disguste demasiado (el que sea, como si escoges el badminton) e intenta dar clases o jugar con regularidad. Te ayudará a distraerte, a aislarte de tu entorno inmediato y será una gran ayuda con tus futuros problemas de ansiedad.
  • Te lo digo antes de que sea demasiado tarde: las matemáticas no son lo tuyo. En serio. Necesitarás ayuda.
  • Cuando acabes el instituto, entre otras cosas, abandona el grupo folclórico en el que tocas. Como mucho quédate otro año, pero ni se te ocurra seguir más allá. Llegará un punto en que te darás cuenta de que no tienes nada en común con toda esa gente y, lo que es más importante, estás ridículo con esas pintas.
  • Cuando llegues a la universidad no se te ocurra escoger Alemán como optativa. Es una lengua difícil, te exigirán mucho y los profesores son imbéciles. En lugar de eso, mejor elige Ruso. Te será más fácil aprobar y las rusas están mucho más buenas, dónde va a parar.
  • No bebas. Nunca. Jamás de los jamases. En un futuro no muy cercano aborrecerás el alcohol como a ninguna otra cosa en el mundo, así te mantendrás puro de espíritu. Bueno, eso y que siempre te sabrá asqueroso, mejor ahórrate las arcadas y el mal sabor de boca.
  • Sobre el tabaco, por otra parte, no voy a ser hipócrita: te va a gustar. Mucho. Fumar porros también. Así que espera hasta casi acabar la universidad para poder controlarlo lo más posible. Eso sí, se consciente de que una vez que empieces te va a costar horrores quitarte del hábito definitivamente, al menos hasta que llegue cierta operación que te harán en el futuro y de la que no te voy a hablar para evitarte pesadillas...
  • Tómate los estudios con calma. En Traducción vas a encontrarte con un montón de empollonas (porque tíos seréis pocos) compitiendo unas con otras por ser la mejor. Que les den. Ser el primero de la promoción no te va a valer de nada, así que disfruta de esos años y aprovecha el tiempo para hacer cosas más útiles. Pasear por la playa, por ejemplo.
  • No permitas que tu madre te siga comprando la ropa. Ya se que aborreces ir de tiendas, pero haz de tripas corazón y sal a buscar cosas que te gusten si no quieres que te conviertan en una foto de catálogo de Burberry's.
  • Cuando busques compañeros de piso, escoge solo a tías buenas. A ser posible, que estén MUY buenas. De todas formas por mucho que los selecciones siempre tendrás problemas, así que al menos de esta manera te alegrarás la vista. Y, quien sabe, puede que a alguna de sus amigas le intereses.
  • Empieza a comprar cómics en cuanto llegues a Alicante. Se que no entiendes del tema y el dinero no te llegará para mucho, así que vete a lo más conocido. Batman, Patrulla X, JLA, Vengadores... Y cuando salgan los coleccionables semanales de Planeta no te los pierdas, coño, que me está costando un huevo reunirlos.
  • Cuando llegues de Erasmus a Brighton encontrarás un trabajo y tendrás una oportunidad de quedarte allí, aunque solo sea un poco más. No te lo pienses y hazlo. No te preocupes por la beca de estudios, porque estarás ganando dinero; ni por el curso, que podrás acabar más adelante. Te advierto que de todas formas en España lo vas a tener jodido cuando acabes la carrera, así que no pierdes nada por intentarlo. Y aunque no lo consigas aprenderás mucho más inglés en esos pocos meses que en todos los años de Escuela de Idiomas juntos.
  • Sal a bailar, aunque sea solo. Qué puñetas, mejor que sea solo. Al principio te dará mucho corte, pero en poco tiempo no solo te acostumbrarás, sino que seguramente te lo pasaras mucho mejor que saliendo con los raritos de tu carrera. Y, ya que no lo haces nada mal (modestia aparte), hasta es posible que ligues. Quizás con una sueca. Borracha. Vestida de Pippi Lanstrum. No le hagas ascos, hazme el favor.
  • Al acabar la carrera un familiar te conseguirá trabajos en una agencia de traducción. No seas gilipollas y acéptalos, nunca volverás a tener una oportunidad igual.
  • En cuanto empieces a ganar dinero con las traducciones, o si dejan de darte trabajo y tienes que buscar otra cosa, no te vengas a Madrid. Es una ciudad demasiado cara y difícil para empezar de cero. Además de todas formas nunca te gustará vivir aquí. Busca algún sitio más pequeño (con mar, a ser posible) y tómatelo con calma. O vuelve a irte al extranjero. De todas formas cuando conozcas a la parienta te tocará pasar un tiempo en la capital, como todos.
  • Sí te pusieras a trabajar en una cadena de comida rápida y un día salieras de cena con tus compañeros, y una de ellas, que por cierto te interesa bastante (aunque tenga un novio por alguna parte, pero eso son detalles sin importancia), ante lo lejos que está tu casa, te invitara a dormir en su sofá y una vez allí os pusiérais a charlar un momento... ¡bésala, joder! ¡Métele mano! Por Crom, ¡¡TÍRATELA!! ¡¡Que te lo ha puesto a huevo!!
  • Si pasado un tiempo sigues sin saber qué hacer con tu vida, no te lo pienses y busca curro de administrativo. Lo odiarás (como todo el mundo), pero se te dará lo suficientemente bien como para vivir de ello un tiempo hasta que se te ocurra otra cosa. Y si empiezas pronto quizás para cuando llegue la crisis tengas un puesto y un sueldo medio decente. Tendrás vicios muy caros, lo vas a necesitar. Eso sí, ¡que no sea en una constructora!
  • Y para acabar, te voy a dar una palabra mágica que te acabará siendo muy útil: blog. Ya me lo agradecerás.

3 de enero de 2009

Israel vs Palestina

Al parecer está habiendo intensas discusiones en medio mundo (y también en medio Internet) entre los detractores de Israel y los que apoyan su ofensiva en Gaza. El tema es más complicado de lo que parece, según cuentan los que saben de esto, dados los continuos ataques de Hamás a la población civil y el bloqueo de Israel a la franja de Gaza, que violan a su vez acuerdos, tratados y resoluciones, por lo que no resulta fácil posicionarse a favor de unos u otros.

Aunque, la verdad, a mí me parece bien sencillo:

Hamás, métete los misiles por el culo.

Israel, vete a bombardear tu puta casa.

Fin de la discusión.

2 de enero de 2009

La jungla de papel (II)

A veces (solo a veces, cuando estoy realmente aburrido y echo de menos hablar con alguien de tetas, drogas y frikadas), me arrepiento de ser una persona solitaria, sin amigos y casi aislada del mundo. Bueno, vale, tengo una pareja estable, monógama y convencional, lo que significa que en realidad estoy totalmente aislado del mundo, pero eso no viene al caso. Lo cierto es que en esas ocasiones no puedo evitar fantasear con tener un grupo estable de amigos, que se reúnan con frecuencia en el mismo bar para contarse su vida, apoyarse mutuamente, compartir anecdotas y follar unos con otros.

Sí, es muy triste. A veces sueño con ser el protagonista de una sit-com barata.

La culpa, como todo, es de la televisión. No, espera, ahora la culpa de todo es de Internet. ¿O eran los videojuegos? Lo mismo me da, el caso es que tengo tan asimilada la imagen de lo maravillosas que son las relaciones personales, ya sean en vivo, en una pantalla o con un diamante enorme en la cabeza, que a veces caigo en la trampa de pensar que soy la única persona de esta maldita ciudad cuya sola interacción humana son los codazos del Metro en hora punta. Pero entonces es cuando llego al Complejo Alfa y me doy cuenta de que no soy el único, ni de largo. O eso, o trabajo con el grupo de personas más patético de la tierra.

Porque, a fin de cuentas, ¿por qué querría nadie basar su vida en un trabajo que consiste la mitad del tiempo en rellenar informes que hasta un mono podría conseguir si nuestros sistemas funcionaran como es debido (o si, simplemente, funcionaran), y la otra mitad cabrearse con las sucursales de medio planeta y que, por causas que jamás sabremos, hacen su trabajo cuando les sale de las gónadas? Cierto, no voy a negar que gracias al modelo español (1 hora de viaje a la ida, 4 horas de trabajo, 1 hora de comida, 4 horas más de trabajo y otra hora de viaje a la vuelta), pasamos en la oficina mucho más tiempo del que nadie en su sano juicio podría aguantar si no fuera imposible encontrar una alternativa en la que nos pagaran más de mil euros con nuestro pobre curriculum y escasa experiencia. También es cierto que, puestos a tratar diariamente con la gente que puede salvarte el culo en caso de encontrarte con un marrón del tamaño de Rusia, siempre será mejor llevarse bien que mal. Pero lo que no puedo entender de ninguna manera es esa compulsión de muchos de mis compañeros por fomentar la amistad con el resto.

Es decir, ¿es que nadie tiene amigos fuera de este edificio prefabricado?

Porque eso es lo que empiezo a sospechar. Que lejos de ser una excepción, lo normal en este despropósito de urbe es no conocer a más de dos o tres personas a las que, por lo general, no ves nada más que ciertos fines de semana y ocasiones especiales, como mucho. Y de ahí la terrible idea de querer atar lazos con la gente con la que pasas más tiempo que con tu pareja, compañero de piso, familia, camello o vendedor de cómics. Juntos. Que ya es decir.

No me entiendan mal. No niego en ningún momento la posibilidad de congeniar, e incluso desarrollar una auténtica amistad (de esas que solo se ven en las películas de la Disney) con los compañeros de trabajo, cuanto más si se presupone que al compartir oficio se comparten habilidades o aficiones. Pero es que no es el caso. Lo único que une a un rebaño de oficinistas como nosotros cuyo trabajo tiene la misma complejidad y funciones que una calculadora infantil es la circunstancia de haber encontrado una empresa poco exigente en cuanto a sus requisitos y haber tenido la suficiente paciencia y tragaderas para aguantar en el puesto hasta que el contrato fuera indefinido. Instinto de supervivencia, que diríamos. O poco respeto por uno mismo, que también.

La cosa, además, no sería tan grave de no ser por nuestras específicas circunstancias sociales. Que si todos fuéramos o, cuanto menos, nos comportáramos como adultos, otro gallo nos cantaría. Pero si obligas a convivir bajo el mismo techo a un grupo de personas que aún no han llegado en su mayoría a la treintena, sin apenas deberes ni responsabilidades, algunos incluso viviendo aún con los padres, pero con suficiente libertad, dinero, recursos y tiempo libre, de repente te encuentras con que ir al trabajo es como volver al instituto. Con menos pelo, pero igual que si tuviera 16 años, con todo lo que eso conlleva: las pandillas, los chismes, las bromitas, los motes, las etiquetas, la fingida rebeldía ante la autoridad y la sensación de que no han cambiado las cosas desde que ibas al parvulario. Ni siquiera en el sexo. Porque si al menos los solteros del departamento (qué coño, incluso alguno de los casados) protagonizaran algún romance (con su cortejos mal disimulados a la hora de la comida y sus escenas de celos) o se dedicaran a provocar a todo el mundo hasta que consiguieran convencer a alguien para follar a escondidas en el baño, el día a día sería mucho más entretenido y estimulante. Pero es que ni eso. Joder, esto es como vivir en una serie familiar de los 90.

Así las cosas, no creo que a nadie pueda extrañarle que me haya atrincherado en mi cubículo, aprovechando la increible circunstancia de que sea el único que trabaja en ese pasillo, que es al mismo tiempo el más alejado de la pecera del jefe, reduciendo así el mínimo el contacto humano (hay días en los que, literalmente, no digo más de tres palabras en toda la jornada) y casi logrando el objetivo de todo oficinista que se precie: hacer lo que le salga de los cojones sin que nadie le moleste. Que no está siendo fácil, debo admitir. Pero, puesto que estoy reviviendo a la fuerza mi etapa de bachiller, al menos esta vez pienso hacerlo bien. Si voy a ser el tío rarito que se sienta en una esquina y no se relaciona con nadie, lo seré hasta las últimas consecuencias. Aunque me miren mal. Aunque me desprecien en secreto. Al menos, hasta que llegue el día en que me harte de desperdiciar mi vida en este bloque de hormigón alejado de la mano de dios y, como en el cómic de Millar, lance los papeles al aire, mande a todos a tomar por culo y salga con la cabeza muy alta por la puerta.

Eso sí, es posible que nadie se entere...