El
ritual es siempre el mismo y consiste, básicamente, en no tener ningún tipo de ritual. Escojo la hora de salida (entre la 1 y las 2 de la madrugada), me visto rápidamente y salgo. La ropa también es siempre la misma: camiseta y vaqueros en verano, y una camisa por encima de la camiseta en invierno. Tengo varias prendas diez veces más elegantes, pero rara vez me las pongo. Aparte de inadaptado, el hecho de apenas tener
autoestima provoca que mi aspecto me la traiga muy floja. Zapatillas deportivas y nada de colonia, mis esperanzas de follar esa noche (y todas las noches) se reducen a cero.
Allá donde voy, no obstante, se que no llamaré la atención. Llevo tanto tiempo yendo al mismo sitio cada puto
fin de semana que sé que podría caminar hasta allí con los ojos cerrados. Desde el Nido la distancia es más corta, pero todavía se me hace eterna; solo quiero llegar allí, evadirme durante un par de horas y volar de vuelta hasta mi habitación para intentar dormir (aunque se que no lo conseguiré hasta un buen rato después, masturbación mediante).
Desconozco si el portero se ha quedado ya con mi cara, pero en cualquier caso nunca ha llegado a pararme. No por mi aspecto, sino porque el pub es para
mayores de 21 años. El único que he conocido en mi vida, lo cual no impide que de vez en cuando entren pequeños grupos de universitarios recién salidos del cascarón que aún están descubriendo lo que esta ciudad de mierda tiene que ofrecerles. En cualquier caso allí me siento a gusto. Buena música, buen ambiente, buen ganado. Lo primero que hago al llegar es acercarme a la barra para pedir lo de siempre. A veces estoy tentado de decirlo así, "ponme lo de siempre", pero pese a mis
frecuentes visitas se que es imposible que ninguno de los camareros pueda recordar los gustos de un inadaptado como yo. Así que cojo la lata, me dirijo a las escaleras que conducen a la segunda planta, enciendo un cigarrillo (si estoy en la época de tabaco) y me siento en uno de los escalones a observar a la gente y empaparme de la música. Algunos me miran, pero pronto pierden el interés; estamos en un pub "diferente" y mi actitud puede considerarse como algo normal. Si aún llevara
gafas de pasta, se que alguien lo consideraría una moda.
A veces es una canción. Otras veces me canso de estar ahí sentado, viendo como el pub se llena poco a poco. Nunca se cual va a ser el motivo que me haga levantarme de mi puesto de vigilancia y subir los pocos escalones que me separan del "balcón" que hay a modo de planta superior, lo más parecido a una
pista de baile que puedes encontrar en el local. Pero siempre espero a que haya alguien más. Aunque inadaptado y orgulloso de serlo, sigo sintiendo punzadas de vergüenza al ponerme a bailar en medio de un gran espacio vacio, siendo blanco de las miradas de la fauna que se encuentra debajo. Necesito que haya alguien cerca, aunque no tengan nada que ver conmigo, para evitar convertirme en el
go-go del pub. Conforme el "balcón" se va llenando me voy sientiendo más libre, aunque eso no garantiza que no vaya a llamar la atención. De hecho es rara la noche que no lo haga. Si de 100 tios apenas hay dos o tres que bailen con un mínimo de ritmo, más allá de los 20 cm2 de suelo en los que se mueve la mayoría, es inevitable que alguien se fije en ti.
Cuando alguien piensa que soy
inteligente, considero que está muy equivocado. La gente se impresiona fácilmente con una buena retórica o la posesión de un montón de conocimientos inútiles. De igual modo, cuando alguien me dice que bailo bien lo primero que pienso es que los demás deben hacerlo realmente mal. Y sin embargo ya me lo han dicho varias veces, no solo conocidos, sino también
completos desconocidos. Una noche de marcha en Madrid, en una famosa discoteca cerca de la Plaza de España, un chaval se dirigió a mi y me dijo: "oye, tio, no te vayas a pensar que soy gay ni nada por el estilo, que no voy por ahí, pero quería decirte que bailas de puta madre". A punto estuve de enseñarle ahí mismo lo realmente simples que eran mis pasos de baile, para que viera que no estaba haciendo nada extraordinario. Pero la simple expresión ya se me antoja extraña, "pasos de baile". Suena a tango, a vals, a bolero, a bailes antiguos que requieren un aprendizaje y que pocos dominan. Vivimos en una época en la que la gente no baila, sino que se sacude con
movimientos espasmódicos y poco afortunados. Alguien me dijo una vez que debería aprovechar mi "don" (sic) para ligar con las mujeres. Una buena estrategia, de no ser que resulta realmente difícil saber cuándo una chica te está mirando porque le gusta como bailas y cuándo porque estás haciendo un ridículo espantoso.
Conforme pasan las horas y el pub se llena cada vez resulta más complicado moverse. Las
plantas cerveceras inundan el espacio y tu te vuelves literalmente invisible. Si no sales en grupo, no eres nadie, no eres nada. Te conviertes en el último escalafón de la jerarquía nocturna y por eso debo ceder mi espacio a los demás. No se como, pero siempre se me coloca delante un tio mucho más alto que yo que me impide seguir bailando (y midiendo 1,80, uno no puede dejar de preguntarse qué le dan de comer a la juventud de ahora). Dependiendo de la hora quizás pueda encontrar otro
baluarte que defender, aunque sea a codazos, de la gente que trata inconscientemente de impedir que haga lo único que me divierte por las noches. Pero tarde o temprano pierdo la batalla. A las 3 y media de la madrugada el local suele estar tan atestado que las leyes de la física pierden su validez. Llega a acumularse tanta masa en tan poco espacio que se crean
agujeros negros que si bien no atrapan la luz, ya que estamos en un recinto cerrado y en plena noche, sí que absorben todo el oxígeno circundante hasta que es casi imposible respirar. El humo, la carne, el sudor, las risas, las burlas... saturación total.
Antes de regresar al Nido me apoyo durante unos instantes en una pared, fuera del pub, para recobrar el aliento. Me gusta observar las caras de la gente a la que he entrevisto en la semioscuridad, iluminadas por
luces estroboscópicas, y descubrir lo mucho o lo poco que cambian en el exterior. A veces tengo la impresión de que ni siquiera son las mismas personas, que cuando estamos allí dentro nos transformamos en otra cosa. Ahora que estoy fuera el cansancio se apodera de mis miembros y considero que es hora de volver a casa. Tengo la costumbre de dar un pequeño rodeo y echar un vistazo a los últimos escotes antes de enfilar la cuesta que me devolverá al Nido. Esta noche, como todas las noches, vuelvo solo.
Y mañana será otro día.