7 de diciembre de 2006

El síndrome del folio

Cuando era un crío me fascinaba el concepto de "profesionalidad" (no me extraña que me llamaran "raro"). Siempre admiré y envidié a aquellas personas que capaces de realizar tareas realmente complejas y que no están al alcance de todos. Ya sea crear aparatos electrónicos, dirigir una multinacional, mediar en asuntos diplomáticos internacionales, diseñar marcas o crear grandes obras de arte, todas esas cosas formaban parte del imaginario de un mundo adulto que se suponía sabía mucho mejor cómo funcionaba todo. Y ahora que he crecido, que mi escasa formación y periplo vital me han concedido una visión un poquito más aguda del mundo que me rodea, no puedo menos que preguntarme:

¿Dónde coño se ha metido toda esa gente?

Es poco menos que irónico que en un mundo tan supuestamente preocupado por la imagen haya tantas empresas, instituciones y personas que sigan dando una ídem tan lamentable. Especialmente aquellas que deberían hacer ostentación de esa profesionalidad para no perder clientes, votantes, lectores o simpatizantes. Sin embargo en este país (me temo que solo puedo hablar de lo que conozco) la improvisación y la chapuza suelen sustituir demasiado a menudo a la previsión y la profesionalidad. Es lo que yo llamo (con todo el morro, porque me lo acabo de inventar) el "síndrome del folio".

La aerolíneas son un buen ejemplo. Muchas de ellas grandes empresas con flotas de carísimos y sofisticados ingenios voladores que pueden transportar a la gente de un lado a otro del globo. Y sin embargo, si tienes la mala suerte de que tu vuelo se retrase más de lo humanamente aceptable (cosa que pasa demasiado a menudo) lo más probable es que no encuentres a nadie que te pueda dar una explicación racional y tengas que conformarte con una mala disculpa garabateada en un folio y pegada a la ventanilla. Porque lo más probable es que ni siquiera los empleados sepan qué hacer, abandonados a su suerte por unos directivos que están demasiado ocupados jugando al golf, y por no tener ni siquiera tengan un cartel decente con el que contener a las masas furiosas al otro lado del cristal.

El síndrome del folio afecta a muchas otras empresas e instituciones (incluso personas) que por culpa de la incompetencia, la dejadez, el pasotismo, y la falta de previsión y de medios acaban recurriendo a la más chapucera improvisación para seguir adelante. Hay folios en las enormes colas de inmigrantes (por poner un ejemplo frecuente) ante las desbordadas ventanillas de administración para decir que no se puede atender a todos. Hay folios en la puerta de los bancos cuando han perdido la conexión de la red y son incapaces de manejar las cuentas a la antigua usanza. Hay folios en las máquinas (de café, expendedores, cajeros, cabinas de teléfono, etc.) que llevan semanas estropeadas sin que nadie se preocupe por ellas. Hay folios en los hospitales cuando los enfermeros o los médicos deciden hacer huelga porque no pueden atender a la gente en las condiciones actuales.

Pero no todos los folios son literalmente hojas de papel. También son folios los insultos que se dirigen entre sí los políticos cuando se les han acabado los argumentos, o los acuerdos a los que llegan en las cumbres internacionales y que luego nadie cumple. Son folios las notas de advertencia de Microsoft cada vez que encuentran un fallo grave en sus programas. Son folios las confusas alertas de salud a la población acerca de epidemias aún lejanas. Son folios los argumentos que da el seleccionador nacional cada vez que nos eliminan de un mundial de fútbol. Son folios las ayudas que se otorgan a los que han perdido sus casas por una inundación que se podría haber evitado de haber construido de forma racional. Son folios, en fin, cualquier excusa que utilicemos para no eludir nuestra propia responsabilidad ante una situación que deberíamos haber previsto con anterioridad y que demuestra que no estamos preparados para afrontar los problemas. Cosa que, al menos en España, ocurre con pasmosa frecuencia.

Pero, claro, todas estas cosas no te las cuentan de crío. ¿O que hubiera pensado si me hubieran dicho en ese momento que en demasiadas ocasiones los adultos no tienen ni puta idea de lo que están haciendo?

1 comentario:

ma dijo...

Totalmente de acuerdo, y sólo te das cuenta cuando te haces mayor.