31 de julio de 2008

La jungla de papel (II)

Aunque cueste creerlo, esta conversación está basada en hechos reales.


Sistemas:
Ehmm, ¿sip?

Eso, viva la confianza...

Inadaptado: Hola, llamo de Internacional, es que pedí acceso a la carpeta 5.12.3.41\Informes y supuestamente ya tenía y he intentado entrar pero sigue sin dejarme.
Sistemas: ¿Comorl?

Vale, tranquilidad, es que no te has explicado bien, no seas un luser, tú respira hondo y vuelve a empezar...

I: Sí, a ver, soy el Inadaptado, del departamento de envíos internacionales del complejo Alfa. Hace un mes solicité que se me habilitara acceso con mi usuario y contraseña a la carpeta "Informes" que está en la unidad de red 5.12.3.41. Alguien le notificó a mi supervisora que ya tengo pero lo he intentado hoy y no es cierto.
S: No te entiendo.

No puede ser. Joder, que solo me ha faltado decirlo en verso. Debe estar tan convencida de que le voy a decir una burrada que su cerebro no asimila la información correctamente. O eso o la he pillado en plena siesta.

I: Ehhh, ¿te digo mi IP?
S: Si, me conecto y me lo explicas.

Bueno, a ver si haciendo circulos con el puntero alrededor de 5.12.3.41 en el arbol de carpetas va cogiendo la idea.

I: ¡Ahí, quiero entrar ahí!
S: Ajamm, ¿y no te deja?

Coño, a ver si me ha tocado la becaria...

I: No, ¿ves? Introduzco mi usuario y contraseña pero nada, nothing, nichts, niente, rien du tout.
S: Yap, y necesitas acceso...

Arrrgggdfjaskfjsd...

I: ¡¡Sí, necesito acceso!! Porque es la carpeta en la que se guardan los informes que genera el puto programa prehistórico que seguimos usando en este departamento y que tengo que enviar a diario a mis clientes. Y no me deja, por eso hice la petición. Y algún capullo de tu departamento le ha dicho a mi supervisora que ya puedo entrar. Y he intentado entrar y sigue sin dejarme. Y mientras tanto (aunque se que está prohibido pero lo voy a confesar igualmente solo por tocar los cojones) estoy usando el usuario y contraseña de una compañera que se fue de la empresa hace siglos pero que sí tenía acceso y no os acordásteis de dar de baja. ¡¿¡ Lo entiendes ahora?!?
S: Eh... vale... te tomo nota.


Eso fue en noviembre de 2007. Sigo esperando.

30 de julio de 2008

132

- No se cómo te puedes tragar este culebrón. Estás hecho una portera.
- Eso no es cierto. Las porteras son las que cotillean en las vidas de sus vecinos, amigos y familiares. A mí solo me intersan los personajes de ficción; las vidas de la gente que me rodea son casi siempre un puto aburrimiento...

28 de julio de 2008

Analfabetismo capital

Esto te ha pasado a tí. Mandaste o te mandaron un paquete con una empresa de mensajería y se perdió. Te cabreaste, llamaste a la empresa, abrieron expediente y te dijeron que lo investigarían. Pasaron los días, nadie te decía nada y te cabreaste más. Llamaste otras quince veces, abrieron otros 15 expedientes, pero siguieron sin decirte donde estaba tu mercancía. Y llegó un momento en que estabas tan cabreado que te importaba un pimiento ese bulto, lo que querías es que te pagaran, que te indemnizaran, que te soltaran pasta como víctima que eras. Querías justicia.

Pues no. Te jodes.

Ya para empezar lo más probable es que tu paquete se haya entregado en una dirección equivocada y el que lo recibió se haya callado como una puta. Esa es, de largo, la causa más común de pérdida. También podría ser que lo robaran o que, por qué no, se cayera de la furgoneta en el camino, pero casi con toda seguridad lo tiene algún cabrón que pensó que a caballo regalado que le den por culo a su legítimo dueño. Así son las cosas, te lo creas o no. Puede que las empresas de mensajería no sean perfectas, pero desde luego no somos tan inútiles como crees.

Sin embargo eso no es lo peor. Lo peor es que no vas a recuperar tu dinero y encima es culpa tuya. Porque me juego un huevo y parte del otro a que firmaste el albarán de envío o aprobaste la compra por correo sin mirarte las condiciones. Pero, claro, ¿por qué te debería interesar que no te garantizan cuánto va a tardar en llegar? ¿O que seguramente no podrán entregártelo en el horario que a tí te venga bien? ¿O que en caso de pérdida solo te abonarán una cantidad de acuerdo con el peso del bulto? No, estoy convencido de que tu solo te has fijado en lo que a tí te parece un excesivo precio (una puta ganga, teniendo en cuenta lo que cuesta la gasolina) y después has asumido que la empresa perderá el culo por complacerte. Perdónanos si tenemos que ponerte en espera cuando llames para quejarte porque no podemos aguantar la risa.

Es triste, muy triste, que en un país que ha abrazado el capitalismo (como todos, por otra parte) seamos tan completamente analfabetos a la hora de comprar. Yo el primero. Aunque quizás sea esa precisamente la razón de que hayamos llegado hasta aquí; las empresas saben que no vamos a preocuparnos por la letra pequeña y que podrán estafarnos a su gusto, consiguiendo unos beneficios espectaculares que impulsarán la economía (por lo menos la suya, claro). Bien es cierto que las cosas están cambiando, aunque tampoco demasiado. Sí, de acuerdo, ahora hemos aprendido a pedir hojas de reclamaciones y acudir al defensor del consumidor (a pesar de que hay poca gente que sepa que lo primero no vale una mierda si no se lleva después una copia a lo segundo), pero quejarnos nos servirá de bien poco si seguimos dejando que nos engañen como a niños de teta. ¿Cuánta gente no habrá comprado un piso por su precio y su distancia al centro de la ciudad, sin conocer su valor real, los materiales y el tipo de suelo en el que están construidos? ¿Cuántos habrán contratado un plan de precios para su móvil sin saber todas las restricciones que le impone la compañía? ¿Cuántos alimentos con supuestos elementos saludables añadidos comemos al día sin ser conscientes de que en realidad o son inocuos o tienen aún más contraindicaciones que beneficios?

Me resulta paradójico que alguien que se pasa semanas revisando catálogos, consultando webs especializadas y hablando con entendidos para comprarse, no se, un equipo de música acojonante o un ordenador calcadito a los de la NASA después se compre una pantalla de plasma en el Carrefour sin saber cuánto va a durar antes de que se queme. Pero así son las cosas. Nos fijamos mucho en el precio y en la forma, apenas en el fondo y nada en los detalles. Seguimos siendo ese país de tópicos en el que queremos burro grande ande o vaya haciendo autostop, los mismos que montan bodas horteras para creerse ricos por una noche y que se matan entre ellos por aparecer 15 minutos en la tele. Y ahí es donde está la diferencia con el resto de países. No en tener mejores sueldos, impuestos más sensatos o mejores fuentes de ingresos, sino en nuestra autoestima como pueblo. Estamos tan acostumbrados a vivir jodidos que no nos preguntamos si nos merecemos algo más, pero no en cantidad, sino sobre todo en calidad. Y sin embargo deberíamos exigirlo. Deberíamos dejar de lado la idea de que es inevitable que algo vaya mal, que salgamos perdiendo, que las cosas no sean como deberían ser. Deberíamos dejar de ser tan pardillos y empezar a ser conscientes de que si somos los que pagamos somos los que mandamos. Que tenemos derechos y debemos ser informados. Que si ponen letra pequeña tendrán que darnos una lupa para leerla. Que una firma es un instrumento poderoso que no se debe utilizar a la ligera. Que siempre hay alternativas y si no se inventan. Que si creamos la demanda, tendrá que crearse una oferta. Y que sin consumo no hay economía ni beneficios que valga.

Así que la próxima vez dale la vuelta al albarán y leete las condiciones, que no cuesta tanto, coño.

23 de julio de 2008

131

- ¿Nunca te han dicho que eres muy raro?
- Sí. Lo que no me han dicho es en comparación con quién.

La jungla de papel (I)

No consigo escribir nada. En principio por el calor, pero sobre todo por el cansancio con el que llego de la oficina. Tengo el cerebro tan abotargado estos días que incluso me cuesta leer cómics Marvel. Y, coño, eso sí que es grave. Aunque me lo tengo merecido, desde luego. No en vano tuve las santas pelotas de decir que era mi vocación desde crío y ya se sabe que hay que tener mucho cuidado con lo que uno desea, no sea que se haga realidad.

Tampoco es que me vaya tan mal, dicho sea de paso. No voy a encontrar muchas oficinas donde no importe si no me afeito en toda la semana, pueda vestir como quiera (o casi; no me permiten llevar pantalones cortos, pero bien que se hace la vista gorda con las minifaldas y los escotes...) y encima cobre un sueldo decente. Bueno, al menos decente para alguien como yo cuyos únicos gastos son las novedades editoriales del mes y algún videojuego de vez en cuando. Sin embargo, mi departamento ha entrado en una espiral de infantilización que está transformando el ambiente en el propio de un instituto. Y, joder, no es que guarde demasiado buenos recuerdos de esa época. Chismes, secretitos, gente que se pelea y deja de hablarse, grupitos de amigos, mensajes pasándose de un ordenador a otro sin que se entere la supervisora... A veces me cuesta creer que la edad media de los que curramos allí sean 27 años y no 15. Ayer sin ir más lejos empezó a trabajar una chica nueva (que tiene un polvazo, eso sí) y la cantidad de hormonas que había en el aire se podía cortar con un cuchillo. Yo, por supuesto, ya hace tiempo que soy el raro de la oficina, el retraido, huraño, poco hablador y con gustos frikis. Vamos, que me siento igual que en 2º de BUP. Sin hacerme tantas pajas, eso es cierto.

El trabajo en sí tampoco ayuda, sobre todo por lo increiblemente mal gestionado que está. Es una de las desventajas que tiene trabajar en una empresa multinacional de transportes que se dedicó a comprar empresas más pequeñas de todo el mundo para meterse por todo el morro en el mercado del país respectivo, y que fue comprada a su vez por una compañía más grande (o, al menos, con más dinero) que no tiene ni puta idea de cómo dirigir el negocio. Me pregunto quién fue el iluminado que decidió que, en vez de crear líneas de comunicación interna específicas, serían los mismos departamentos de atención al cliente de cada zona los que atendieran al resto de departamentos de atención al cliente que solicitaran información. Supongo que fue el mismo que decidió que no era importante unificar procedimientos y criterios, y que cada país podría seguir operando como le saliera de los cojones (es decir, igual que antes de que les absorbieran) con tal de que mantuvieran la imagen de la compañía.

De esta forma, me he encontrado a mi mismo jugando cada día una gigantesca partida de Paranoia en vivo. No solo por el hecho de debernos a una Central que nos obliga a ser felices si no queremos vernos de patitas en la calle, tener un sistema burocratizado hasta la náusea, sabernos completamente prescindibles y sufrir un sistema de castas que practicamente impide el ascenso a puestos más altos; sino sobre todo porque somos conscientes de que nos estamos traicionando unos a otros constantemente. A fin de cuentas, yo, que trabajo en un departamento de atención al cliente, miento todo el tiempo a los ídem para salvar mi culo. Y se que los demás departamentos también lo hacen con los suyos. Por lo cual, cuando vaya a pedirles información y sepan que han hecho algo mal ,también van a mentirme a mí. Además es muy posible que previamente las distintas estaciones de reparto les hayan mentido a ellos primero, puesto que en realidad son los primeros que la cagan y a los que más les interesa tratar de ocultar los marrones. Sin embargo, al final yo tengo que fingir que no se que unos y otros me han engañado, intentar deducir todo lo que se han callado como putas, y después seguir haciendo teatro frente a mis propios clientes. Joder, y pensar que no he jugado a rol de verdad en mi vida...

Pero donde la Central consiguió superarse a sí misma fue con Sistemas. Hay que tenerlos muy bien puestos para crear un servicio de atención al cliente para dar soporte técnico a un servicio de atención al cliente. Yo entiendo que cuando una empresa tiene el tamaño de la nuestra no puedes tener a dos simples "informáticos" encargándose de la red y los equipos, pero que nos intenten dar largas con los mismos trucos con los que intentamos dar largas a los demás es, como poco, surrealista.

Entiendo que no se lo ponemos fácil, ya que yo mismo me comporto muchas veces como un luser. Manda huevos que después de pasarme media vida delante de la pantalla del ordenador, desde aquel 286 con MS-DOS que se acabó quemando (literalmente), siga sin tener ni zorra de progamar, de usar linux como dios manda o tan siquiera de configurar una red. Si a eso le añadimos mi innata capacidad de explicarme como el culo nos da como resultado que más de un técnico informático se debe de haber acordado de mi familia hasta la quinta generación, abuelo más abuelo menos. Por eso no debería sorprenderme que, como los 300, este pequeño grupo de aguerridos hombres y mujeres resistan con sus armas desde su emplazamiento sin retroceder jamás. Es decir, que gracias al teléfono, el VNC, su intuición y quien sabe si una bola de cristal, de su departamento no los saca ni dios. Valga como muestra que en más de un año que llevo currando aquí los he visto en persona dos veces. Dos. Coño, hasta el cometa Halley pasa con más frecuencia.

No obstante eso no quita que el comportamiento del Helpdesk de mi empresa roce en algunos momentos el absurdo total. Ya no tanto por su propio trabajo (que también) sino sobre todo por la ridícula burocracia por las que se rige la empresa, que no permite cambiar ni un ratón si no es con su permiso. Pero ya es hora de ir a dormir y eso es otra historia...

18 de julio de 2008

La jungla de papel (prólogo)

Estoy hasta los huevos de tener siempre mil ventanas abiertas. La verdad es que sería bastante cómodo poder tener un navegador con pestañas, así ahorraría espacio. Me pregunto sí... seguramente no, pero... bueno, qué coño, vamos a llamar:

Sistemas: Dime (así me gusta, formalidad).
Inadaptado: Me preguntaba... por un casual... si no estáis ocupados... siempre y cuando no sea mucha molestia... vamos, más un favor que otra cosa... ¿me podríais actualizar el Internet Explorer a la versión 7?.
Sistemas: Pues no, no es corporativo.

Claaaro, claro, tener una versión más cómoda, más segura y más actualizada del único navegador que permite usar todos nuestros servicios web (que aún usan marcos, no podía esperar que fueran W3C compliant), los cuales a su vez representan el 80% de los programas que utilizamos en el departamento, no es corporativo. Eso sí, el RealPlayer y el Quicktime están incluidos en la instalación básica de la cuenta.

Si es que a veces pregunto cada gilipollez...

16 de julio de 2008

La gran farsa

Casi no pude soportarlo. Nada más ver entrar a los novios en el salón al ritmo de la marcha nupcial, con sus impostadas caras de solemnidad, sus carísimos trajes a medida (que posiblemente nunca volverán a ponerse) y sus padrinos henchidos de orgullo, ya empecé a sentir una profunda nausea ascendiendo por la garganta. Después, cuando se detuvieron para hacer el brindis delante de la cámara, moviéndose con lentitud ensayada y sonriendo como en un anuncio de Freixenet, estuve a punto de salir corriendo sin mirar atrás. Finalmente conseguí aguantar hasta el baile, pero, tras el vals de rigor (debidamente grabado, por supuesto), cuando la orquesta comenzó a tocar pachanga a un volumen atronador y la gente se agolpaba en la barra libre decidí agarrar a la parienta y salir de allí antes de que pegara fuego al local. Creo que para la próxima invitación, salvo en el muy improbable caso de que la implicada sea mi hermana pequeña, voy a contraer una misteriosa enfermedad tropical que me durará exactamente ese fin de semana.

Nada ha cambiado mi opinión en estos tres años: las bodas (siempre desde mi sesgada, subjetiva e inadaptada opinión) son algo absurdo y anacrónico; son un aberración moral, un símbolo de todo lo que estamos haciendo mal como sociedad y que nos impide evolucionar; son la sublimación del triunfo del celofán sobre el contenido, de la tradición más rancia y el chantaje emocional más inhumano. Y hasta ayer ni siquiera entendía como a estas alturas de la civilización podía seguir soñando la gente con ser parte de ese circo.

Hasta ayer.

Quiso la casualidad que de camino a casa me cruzara con un enlace, solo que esta vez de postín. Unas nupcias de gente adinerada, pero de verdad, con iglesia de las que se reservan a golpe de talonario, pamelas y chaqués en pleno mes de julio, alfombra roja hasta la calle para los novios y Mercedes aparcados en doble fila. Y entonces fue cuando até cabos. Me di cuenta de lo increíblemente ingenuo que había sido hasta ahora, de lo equivocado y perdido que estaba. Siempre había creído que una parte fundamental del fenómeno de las bodas era el cuento de hadas, la idea de que vestirse de blanco, casarse por un rito religioso y el posterior banquete resultaría mágico y especial. Pero no, nada más lejos de la realidad.

Porque de lo que de verdad estamos hablando no es de sentirse princesas, sino más bien directores de banco. Las bodas serían, ni más ni menos, que un burdo y patético intento de sentirse importante por unas horas, de vivir el sueño de los ricos, famosos y poderosos. Comprarse un traje nuevo, cenar a 70€ el cubierto, fumar habanos. La fantasía del obrero materializada por un día y que los novios sirven en bandeja a amigos y familiares, sabiéndolo una inversión segura, solo para sacarles el dinero suficiente con el que pagar algunos (o muchos) gastos. Una gran farsa, en definitiva, que se acepta y perpetúa para escapar, aunque sea de vez en cuando, de nuestras grises vidas.

Y me pregunto yo, ¿es así como van a ser siempre las cosas en este país? ¿Viviremos eternamente codiciando la posición de otros, soñando con el pelotazo, el braguetazo, la herencia o el boleto de lotería que nos eleve en la escala social a base de fiestas y regalos? No es de extrañar, pues, que gran parte de la crisis se deba a todos aquellos que creyeron que comprar una vivienda serían ganancias seguras; tampoco que muchas familias no puedan con los precios, porque todo intermediario se crea con derecho a inflarlos lo que sea conveniente para sacar todo el beneficio posible; ni que otras no lleguen a fin de mes porque viven encima de sus posibilidades. Ya no me sorprende que la justicia trate mejor al empresario que ha robado 800 millones que al chorizo que ha robado 80€; que las discográficas se crean con derecho de pernada; menos aún que nos dejemos pisotear en nuestros derechos laborales e incluso civiles, más pendientes que estamos en ascender que en mejorar la situación que ya tenemos. Y ya no digamos invertir en nuestra formación, nuestra cultura o simplemente nuestros conocimientos, siendo notorio que por estos lares nadie se ha hecho millonario de esta manera.

Ahora, además de asco, siento una profunda pena. Por las bodas y por la gran farsa en la que se está convirtiendo la propia estructura de esta sociedad. A este paso llegará el día en que aparentar y medrar sea lo único importante, lo que se enseñe en las escuelas y por lo que se mida nuestro valor como persona. Se que un coleccionista de cómics, acumulador de objetos casi inútiles por propia definición, no puede dar lecciones sobre materialismo, pero el día que me harte hago caso a la parienta, nos tiramos al monte a vivir de lo que cultivemos y no volvemos a pisar un lugar poblado.

Aunque, eso sí, pondríamos Internet...

14 de julio de 2008

Salvadores

Me pregunto en qué momento de esta lucha casi encarnizada entre todo lo que representa la SGAE y los consumidores hartos de su prepotencia y sus prácticas mafiosas nos hemos erigido como los buenos de la película. Oh, sí, soy consciente de todo el atractivo épico de esta historia: la guerra encarnizada y sin cuartel entre el despiadado imperio de los distribuidores de cultura (entendiendose como tal toda forma de expresión que se pueda editar, empaquetar y vender en la Fnac) y un grupo de consumidores rebeldes hartos de estar sometidos al yugo de los precios elevados y que quieren libertad, P2P y productos de calidad (bueno, lo que cada uno considere calidad, claro). Con esto se podría escribir un libro. O tres. Y sus respectivas películas.

También soy consciente de que a estas alturas del enfrentamiento ya ha quedado claro quién tiene redaños suficientes para cobrar de espectáculos benéficos, acosar a negocios humildes y borrar de un plumazo la presunción de inocencia de un país entero y seguir durmiendo por las noches. Eso, creo yo (al menos hasta que empecemos a quemar sus sedes o a apedrear a sus directivos), nos sitúa un punto por encima en la escala moral. Sin embargo esto no deja de ser una guerra, y como en todas lo único que veo son dos bandos intentando imponer su propio punto de vista y creyéndose en posesión de la razón absoluta.

Dijo Esquilo que en una guerra la primera víctima es la verdad. Y la verdad aquí es que estamos siendo tan hipócritas los unos como los otros. La prueba más sangrante es que ambos nos estemos peleando por enarbolar la bandera de "salvadores de la cultura" cuando aquí cada uno mira por sus propios intereses. Por un lado la SGAE, que no deja de ser la voz de su amo, procurando que no decaigan los ingresos de discográficas, editoriales y demás corporaciones no sea que la música o la literatura se muera sin su apoyo. Por otro lado nosotros, protegidos por un resquicio legal que más pronto que tarde acabará cayendo (el de la copia privada, que la UE no aprueba y ya sabemos que pasa cuando no les gusta algo), defendiendo nuestro derecho a la barra libre de internet en pro de "compartir" y "conocer cosas nuevas" por si luego nos gusta y lo compramos. Así, en mi opinión, no es como se salva la cultura. Si quisiéramos hacerlo aprenderíamos a tocar un instrumento, en vez de quejarnos del precio de los discos; o los medios le darían la oportunidad a cualquier nuevo autor, sin mirar los beneficios que pueda reportarles. Pero esta es, a fin de cuentas, una lucha por ver quien consigue sacar la mayor tajada. E, irónicamente, el canon ha sido lo mejor que nos ha podido pasar a todos. Porque a ellos les da el dinero que tanto ansían y a nosotros nos convierte en mártires, atrae a más gente a la causa y nos justifica moralmente para seguir cargando las mulas hasta que revienten.

Sin embargo, en este conflicto quien tiene en realidad la última palabra es a quien no se la estamos pidiendo. La cultura misma. O, siendo un poco más exactos, los propios autores. No dejan de ser sus creaciones y sus propios intereses los que nos estamos jugando, como si nos pertenecieran. Y no dejan de ser ellos la base de la que se han erigidio las grandes compañías. Así que son ellos los que tienen que decidir el final del conflicto. Porque por mucho que lo intentemos, no podemos derribar a colosos como la industria de la música o la industria literaria desde fuera. Es un trabajo que tiene que realizarse desde dentro, de un cambio de mentalidad sobre los derechos de autor, los formatos y la distribución. Son los mismos creadores los que tienen que decidir dar un paso adelante. Sin embargo...

Puede que me esté volviendo más cínico con la edad, pero yo no estoy viendo a los cantantes de los 40 principales rescindir sus contratos en masa con las discográficas para vender sus canciones desde sus propias páginas web y organizar sus propios conciertos. Tampoco me consta que los grandes escritores estén liberando toda su obra con licencia Creative Commons e imprimiendo los libros bajo demanda. Ni que los pintores o escultores regalen sus obras menores para atraer compradores. No se, quizás... solo quizás... la cultura no quiere ser salvada. No toda, obviamente, siempre habrá quien prefiera compartirla desinteresadamente, pero intuyo que son los menos. Porque quizás resulta que les gusta grabar discos, llenar estadios de fútbol y tener grupies colándose en sus hoteles. Quizás les interesa vivir del cuento como tertulianos de la tele, columnistas en periódicos y jurados en concursos. Quizás todos esos adolescentes que se presentan a los castings de Operación Triunfo, los no tan jóvenes que buscan sonar en Radio 3, o los más talluditos que quieren que les den el Premio Planeta, sueñan con la gloria y la fama en vez de con el talento y la creatividad. Quizás, solo quizás, quieran grabar sus discos, escribir sus libros y vivir (holgadamente, eso sí) de ello.

Lo que nos deja que, en realidad, ya no somos los buenos de la película. Ni tampoco los malos. Somos un bando más, que se cree en poder de la razón y quiere imponer sus propias ideas de cómo debería ser la difusión de la cultura. Para salvarla, aunque no quiera ser salvada, aunque nos la tengamos que llevar por delante tal y como está concebida en estos momentos. Todo porque el nuevo régimen nos beneficie, en vez de perjudicarnos como el presente (lo cual, por cierto, me recuerda a la actitud de ciertos países invadiendo otros y que no voy a mencionar para no caer (aún más) en la demagogia). Y aunque en realidad esté de acuerdo (en lo de la cultura, no en lo de invadir países) me gustaría que al menos fueramos lo suficientemente sinceros como para admitir que esto en el fondo no deja de ser una cuestión de dinero...

12 de julio de 2008

Estimado weblog

Lo siento.

Le he estado dando muchas vueltas a la cabeza buscando la mejor forma de expresar todo lo que me gustaría decirte, en qué tono, con qué estilo, seleccionando los términos con cuidado; sin embargo, no he encontrado nada que lo transmita mejor que estas dos simples palabras: lo siento.

Aunque no me excusa en absoluto, debo admitir que hace dos años mi vida había alcanzado un punto muerto. Estaba harto de convivir con gente extraña por la que muchas veces no sentía ningún aprecio, pero el mísero sueldo de becario que recibía no solo no me permitía vivir por mi cuenta, sino que casi siempre necesitaba ayuda de mis padres para llegar a fin de mes. También hacía algún tiempo que había dejado atrás una relación bastante intensa para la que no estaba preparado, y desde entonces me regodeaba en la autocompasión de alguien incapaz de enfrentarse a una mujer cara a cara, ya no digamos pagar por tener ese sexo que tanto parecía necesitar. Por lo demás, dejaba pasar los días sin un objetivo, sin una meta, vagabundeando por las calles de Alicante, por las páginas de mis cómics o por los blogs que frecuentara en ese momento. Era un ser triste y gris, que ni siquiera era capaz de engancharse de verdad al tabaco, a la cafeina o a cualquier otra droga que le aturdiera lo suficiente hasta que llegara esa operación que debía cambiarlo todo.

Hasta que exploté. Necesitaba un cambio, dar un giro a mi vida, buscar un propósito que me impulsara a levantarme por las mañanas. Pero eso hubiera supuesto enfrentarme a mis propios miedos y fantasmas, así que opté por la opción más cobarde: te cerré. Te di de lado, volví a la espalda a lo que representabas y fingí que las cosas iban a ser distintas.

Y sí, lo fueron. Pero mi decisión poco o nada tuvo que ver. A fin de cuentas, en cuanto apareció el mono de escribir corrí a abrir un nuevo blog. Esta vez en Wordpress, creyendo que al utilizar un soporte distinto (más sencillo, más moderno) estaría haciendo realidad mi nuevo yo, mi nuevo día. El primer experimento, que para alimentar mi ya de por sí inflado ego llevaba mi nombre, no tenía originalidad, ni gracia, ni siquiera sentido. Pero ocurrió que, sin tenerlo planeado, conocí a alguien que me dio todo eso por lo que tanto había suspirado. E inmediatamente llegó mi intervención, y después la convalecencia, y así pasaron las semanas en un torbellino, convertido en mascota, escribiendo lo primero que se me pasara por la cabeza y sin tener aún muy claro hacia donde me dirigía.

Hastiado y asqueado, al final liquidé ese blog. Ya en aquel momento quería volver a ti, pero la verguenza y el orgullo me lo impedían. Así es como, de los restos del anterior, y aprovechando que acababa de comenzar una nueva vida en Madrid, creé una vulgar imitación tuya que, aunque escrita como un sincero homenaje, no te llegaba a las suelas de los zapatos. No es que todo fuera malo, y de hecho estoy bastante satisfecho con algunas de las cosas que hice, pero no se merecía llevar tu nombre. Tampoco duró mucho, de hecho. Sin ideas, sin fuerzas, cada vez más cansado de no tener nada que decir (pues apenas si publicaba nada que me llevara más tiempo que un párrafo o una tira), finalmente también tuve que cerrarlo.

Llegué a darme un último intento, el más sensato de todos. Ya que no tenía ni tiempo ni ganas de escribir, lo más lógico era reducirlo a la mínima expresión. Sin complicaciones, sin florituras, sin nada más que pensamientos breves y fugaces. Pero hasta las ocurrencias más livianas acaban por agotarse, por lo que apenas seis meses después le puse el punto y final.

Y así es como, después de dos años vagando por el país, por mi cabeza y por la red, tuve que aceptar finalmente la verdad. Que gran parte de lo que soy en estos momentos te lo debo a tí; que fuiste más que una simple forma de entretenimiento en un momento difícil; que a través de tus páginas pude gritar, llorar, reir, jugar, vivir, soñar; que estimulaste una creatividad que ni siquiera sabía que me podía permitir; que con tu mediación alcancé el amor y la pasión que tanto anhelaba; que, valga la ironía, conseguiste que me relacionara con más gente, gente que me admiraba y la que admiraba, gente que compartía mis opiniones, gente que me hacía sentir menos solo en el mundo.

Que, en definitiva, fuiste un amigo como nunca he tenido. Por eso ahora vuelvo a tí, humilde, arrepentido, con el alma desnuda, pidiendo tu perdón. Se que mi situación ha cambiado por completo; que de ser un soltero amargado y sin futuro he pasado a tener pareja, trabajo y una cierta estabilidad; que precisamente por estas circunstancias ya no tengo el mismo tiempo, motivaciones, ni energía que antes; que, da igual como lo plantee, nunca volverá a ser lo mismo que al principio. Pero quiero hacerte una promesa. Te prometo, aquí y ahora, que no volveré a abandonarte sin motivo, ni a darte de lado, ni a avergonzarme de tí. Que ahora y siempre serás tan parte de mi como yo lo soy de tí. Que, pase lo que pase, caminaremos juntos a lo que quiera que nos depare el futuro.

Porque, amigo mío, si hay algo que nunca nos faltará en esta vida serán cosas de las que quejarse...