30 de noviembre de 2006

Que la Fuerza nos pille confesados

- [...] Creo que sé quién pudo difundir los archivos.

- ¿Quién?

- Mi hermanastro, Loki. Un mensajero de Asgard me advirtió de que había escapado de su cautiverio una vez más y había viajado a Midgard para hacer todo lo posible por...

- Thor, por favor.

- ¿Qué?

- Cállate.

- Tú vas a misa todos los domingos, Capitán. Lo que te cuento no es más raro que eso.

The Ultimates vol. 2, 2.

Hace un par de semanas dos autoproclamados Jedi presentaron ante el consejo de las Naciones Unidas una propuesta para que se reconocieran sus derechos. O, cuanto menos, que el día internacional de la paz fuera cambiado por el día intergaláctico de la paz (sic). Esta iniciativa surge a partir del dato de que en el censo británico de 2001 unas 400000 personas eligieron esa opción en el apartado de creencias, con lo que sería la cuarta religión en número de adeptos. Si fuera oficial, claro. Porque lo cierto es que probablemente nadie les tomará nunca en serio, ni aunque se estableciera un culto a la fuerza perfectamente estructurado y organizado, con unas creencias sólidas y coherentes, y un elevado número de adeptos. A fin de cuentas, estamos hablando de una religión basada en la obra de ciencia-ficción creada por una sola persona. ¿Verdad que resulta ridículo? Oh, espera, que eso ya existe. Se llama Cienciología. Y aunque a sus espaldas todos los llaman "secta", lo cierto es que nadie ha conseguido quitarles el título de "Iglesia". Por una razón muy sencilla:

Porque tienen dinero a espuertas.

Si con las aportaciones de todos los creyentes en la fuerza se construyera una réplica a tamaño real del edificio del consejo Jedi en una urbanización de Madrid, seguramente la gente empezaría a tratarles con más respeto (en vez de llamarles "tarados" como ahora). Pero además de pocos y mal (o nada) organizados, los que se han atrevido -en broma o en serio- a declararlo como sus creencias oficiales no han aportado un duro por la causa. Y sin dinero no hay poder.

Pero quizás eso tampoco sería suficiente. Probablemente pasaría mucho tiempo hasta que fuera aceptado por la sociedad. Quizás un par de miles de años. Recuerdo haber leido en alguna parte que el mayor logro del diablo es que la gente no crea en su existencia. El mayor logro de las religiones mayoritarias es que creamos en su respetabilidad. Llevan tanto tiempo con nosotros y han conseguido infiltrarse tanto en la sociedad que casi han conseguido acabar con nuestra objetividad en la materia. Es lo que ocurre cuando a la gente le repites la misma frase un millón de veces; sea verdad o mentira, al final se lo acabarán creyendo. Eso los políticos lo saben muy bien. De hecho no es que haya demasiado diferencia entre unos y otros, sobre todo cuando los primeros se dieron cuenta de que la única forma de garantizarse el control espiritual de un país era conseguir también el control social. Sin política tampoco hay poder.

Aún a regañadientes, debo admitir que la religión ha formado parte de la humanidad casi desde sus principios, por lo que los intentos de erradicarla por completo es poco menos que una utopía. Pero al menos puedo permitirme el lujo de imaginar el día en que se conviertan en una cuestión (y una decisión) meramente personal y privada, sin imposiciones ni injerencias en otros asuntos. Soñar es gratis. Porque mientras existan religiones monoteistas, existirá una competición por el control de las almas. Y también más de una guerra. A fin de cuentas en eso se basan sus creencias: ellos tienen razón y los demás son unos herejes (¡a la hoguera con ellos!). Es por eso que la que nos toca en suerte por nuestra cultura se ocupa de lavarnos el cerebro para que cualquiera nueva competidora sea vista como algo ridículo, algo esencial para no perder su posición. No hay más que ver cómo han conseguido que nuevamente el presidente del gobierno se baje los pantalones y se imponga la enseñanza de la religión en un sistema educativo laico (incluso en la asignatura alternativa, que ya sabemos todos por donde irán los tiros). De hecho es tanta la influencia que ejercen que incluso los que dejan de creer en ellos usan el título de "católicos no practicantes", como si les diera miedo admitir su agnosticismo (o ateismo). Pues a mi no me jodas. Si no vas a sus misas, no sigues su preceptos y no te crees lo que te cuentan entonces no eres católico, coño.

Personalmente, creo que ya va siendo hora de dar un paso adelante. O atrás, como se quiera. Porque aquí o jugamos todos o tiramos la puta al río (con perdón). O aceptamos que en la intimidad cada uno puede creer lo que le de la gana (siempre y cuando no te de por masacrar a tus vecinos, claro), ya sea en Dios, la Fuerza o el Olimpo al completo, o empezamos a asumir que después de todo no pasaría nada si no invirtiéramos tanto tiempo, dinero y esfuerzos en algo que no podemos tocar ni demostrar, tan solo por la vana esperanza de conseguir algún tipo de beneficio. Que ya vamos siendo todos mayorcitos.

Aunque, la verdad, si siguiéramos ese razonamiento nadie jugaría a la lotería...

28 de noviembre de 2006

¿Y qué pasa con los albañiles muertos, joder?

Esa es la pregunta que lleva varios días haciendo mi padre a la hora de comer, cuando nos sentamos frente al televisor para ver las noticias de mediodía. Nunca le respondo, porque ambos sabemos la respuesta: no salen en televisión porque no interesan.

Según afirma el Ministerio de Trabajo en su ridícula campaña contra la siniestralidad laboral, cada día mueren tres personas en accidentes de trabajo. Unas trescientas en lo que va de año, si nos fiamos de ese dato. Ese es el número total de muertos civiles de E.T.A. hasta la fecha. Y cinco veces más que las mujeres asesinadas por sus parejas en el mismo periodo. Sin embargo ni ellos ni sus familias tienen la misma repercusión mediática, el mismo apoyo popular, el mismo protagonismo en la vida política ni la misma inversión para que sea erradicado por completo. En este país sigue habiendo muertos de primera y de segunda.

Bueno, dirán algunos, muchos de esos accidentes son por la culpa del trabajador. Cierto, no lo puedo negar, como tampoco podemos negar que son mucho más numerosos los que ocurren por culpa de la sobreexplotación consentida de unas personas que han tenido la buena o mala fortuna de aceptar unos empleos que los españoles viejos ya no quieren, todo para que la economía de este país siga creciendo de forma grotesca aún a costa de llevarnos por delante cuanto terreno urbanizable haya (e incluso el que no lo es) para construir pisos. O chalets. O campos de golf. O la M30, que también se está cobrando la factura con sangre.

Se dice que cada país tiene los políticos que se merece. Ciertamente nosotros nos merecemos a esa grupito de niños bien obsesionados con el poder que manejan nuestros destinos. Porque a pesar de que nos creamos más modernos, más civilizados, más maduros y más resabiados que antes, nos la siguen metiendo doblada a diario. O quizás es lo que queremos, más preocupados como estamos por pagar la hipoteca y los plazos del coche que en resolver asuntos que no comprendemos y no hacemos esfuerzo por comprender. Así que dejamos que ellos decidan por nosotros, aun siendo conscientes de que lo único que le interesa es el título, las influencias y el sueldo. Para luego, eso sí, llevarnos las manos a la cabeza escandalizados por la cantidad de chanchullos y desfalcos que los miembros menos discretos de cada partido están llevando a cabo en pueblos más o menos pequeños en los que creían que sus corruptelas no llamarían la atención. Como si no supiéramos todos lo que pasa allí. Y en los sitios más grandes, aunque sus gobernantes hayan sido lo suficientemente listos para no dejarse pillar.

Sinceramente, me alegro de que lo próximo que vaya a parir la coneja real sea una niña. A ver si entre la sucesión, los estatutos, el proceso de paz y los vídeos que se están lanzando unos a otros a la cara, los dos partidos principales llegaran a las manos y se pusiera en evidencia que ninguno de ellos se merece dirigir este país. Pero todos sabemos que no caerá esa breva, al menos con esos temas que no dejan de ser cortinas de humo para los principales problemas que nos afectan. Así que tendremos que seguir aguantando a un gobierno incompetente que trate de callarnos la boca con leyes populistas y grandilocuentes gestos banales, y una oposición enrrabietada y barriobajera obsesionada con volver a la poltrona. Que, en realidad, es lo único que les importa a ambos.

Y mientras tanto seguirán muriendo de forma anónima aquellos mismos que les votaron creyendo que estaban apoyando una forma de entender el mundo en vez de a un club de privilegiados que posiblemente no han tenido que coger una pala y doblar el lomo en su vida. Salvo para salir en la foto de inaguración de las obras, eso sí...

27 de noviembre de 2006

La chica del baile


He visto demasiadas películas americanas, lo reconozco. Mi cabeza es un compendio de datos absolutamente inútiles sobre la cultura de un país que en realidad me importa un comino y que puede que ni siquiera llegue a conocer en persona. Al menos mientras las cosas no se calmen un poco (que no está el horno para bollos). Sin embargo, debo reconocer que algunas de sus tradiciones no están exentas de cierto encanto. Un tanto naïve (se notan los pocos años de historia que tienen a sus espaldas), pero encanto a fin de cuentas. Y una de mis favoritas es, sin duda, el baile de fin de curso.
Si fuera el protagonista de una de esas películas, seguramente me pasaría todo el metraje intentado que ella fuera mi pareja. Aunque tuviera que hacer el mayor de los ridículos. Porque habría algo de mágico en ir del brazo de una Liv Tyler enfundada en un radiante vestido de noche -con mi guirnalda en la muñeca, por supuesto- y poder mirar sus grandes ojos azules mientras bailamos canciones lentas al ritmo de la banda del escenario (vocal o moderna, eso ya va por gustos), esperando el momento en que las guirnaldas caigan del techo y entonces besar esa boca que rezuma a un tiempo inocencia, ternura y lujuria.
Sí, bueno, es posible que después nos separáramos y ya no la viera hasta pasados quince años, cuando ella estuviera casada y con tres hijos y las preocupaciones diarias (el trabajo, los niños, las facturas, los ronquidos del marido) le hubieran llenado la cara de arrugas y apagado el brillo de los ojos. Pero al menos el recuerdo de ese baile ya no nos lo quitaría nadie...

25 de noviembre de 2006

Involución

Puedes rechazar tu educación, tus creencias, tu cultura, tu religión e incluso tus genes. Puedes convertirte en una persona completamente distinta, transformarte de arriba a abajo hasta ser irreconocible. Puedes tomar las riendas de tu destino y vivir la vida que tu elijas. Pero por mucho que te esfuerces, por mucho que reniegues, hay algo de lo que es practicamente imposible escapar: tu pueblo.

Ahora es cuando alguien argumentará que no todos somos de pueblo. Yo no lo creo así. Salvo quizás Barcelona (aunque me suena más a tópico que a realidad) no creo que exista ningún lugar en este país que realmente se merezca el calificativo de ciudad. Ni siquiera la capital. Qué coño, especialmente la capital.  Somos un conglomerado de pueblos más o menos grandes y con mayor o menor renta que apenas si se han terminado de creer que somos parte del primer mundo. Ya no digamos parecerlo realmente. Por muchos edificios ultramodernos con formas fálicas, faraónicas obras de ingeniería, programas de (supuesta) informatización total o extensos programas de servicios que nos inventemos para distinguirnos de los demás, en el fondo (y no tan en el fondo) sigue latiendo el mismo espíritu de comunidad pequeña y cerrada de mollera que hace varios cientos de años. Y lo que te rondaré, morena.

El magnetismo del pueblo puede incluso con los más recalcitrantes. Lo se, porque yo soy uno de ellos. Uno de esos que no para de echar pestes de sus orígenes y en cuanto pone un pie allí le cambia el acento, utiliza sin darse cuenta palabras que ya casi había ovidado y empieza a salivar en anticipación al plato de [insértese aquí comida típica] que se va a meter entre pecho y espalda en cuanto llegue a su casa. Es como un agujero negro que te atrae y luego no te deja escapar de su interior. La kriptonita que desarma todas tus defensas en cuanto te acercas. Ya puedes tener varias carreras, hablar diez idiomas y ser diplomático en la ONU, que cuando estés en tu pueblo olvidarás todo y te reirás recordando con tus antiguos compañeros de escuela las barbaridades que hacíais a los 12 años (en la mayoría de las cuales salía perjudicado un animal, un jubilado o parte del mobiliario urbano). Y si después os emborrachais, hasta es posible que las repitais y todo...

Por muy modernos que nos creamos, en el fondo nos gusta ser de pueblo, por lo que de comunidad cerrada y supuestamente unida supone. Porque significa que, además de pertenecer a un lugar en el que se nos aprecia y se nos valora (o al menos eso nos creemos, que luego hay sorpresas), podemos dejar de lado las imposiciones y las pretensiones de lo que se supone que es un país civilizado (¡Ja!) para comportarnos como realmente seguimos siendo: unos borricos. A medio camino entre el anonimato de la multitud y una cierta falta de educación, el hecho de ser un pueblo nos sirve de excusa para llevar a cabo acciones que, de otra manera, provocaría una enorme vergüenza ajena. Sobre todo cuando además enarbolamos la bandera de la tradición, ese gran mcguffin cultural que nadie se cuestiona. De otra manera no podríamos liarnos a tomatazos, calarnos hasta los huesos, beber hasta el coma etílico, maltratar y matar animales con la mayor crueldad posible, comer de forma pantagruélica y realizar los concursos más extravagantes sin que el mundo entero piense que somos gilipollas. Que a lo mejor lo hacen. Pero para eso somos un pueblo. Todos a una y tal. Y que luego de la cara el señor alcalde.

Creo que muchos problemas de este país se solucionarían si nos pudiéramos tragar el orgullo y reconocer que aún nos queda bastante camino hasta llegar al primer mundo. Y partir de ahí para avanzar poco a poco, sin prisa, asentando los cimientos antes de seguir construyendo como locos. Porque somos como esos ricos paletos de los chistes y las películas,  con sus "haigas" y esos trajes caros que les sientan mal, creyendo que el dinero les va a proporcionar una cultura que no tienen. Aunque, eso sí, con prejuicios. Porque lo  primero que se te pega es la forma de mirar por encima a los demás, aunque sigas siendo tan ignorante como siempre. Que no hay más que ver qué pronto se nos ha olvidado nuestra etapa de inmigrantes y cómo tratamos a los que nos llegan ahora a nosotros.

Pero, claro, ellos no son de nuestro pueblo...

24 de noviembre de 2006

El precio de ser friki

15 cómics de grapa -  25,50€


2 libros de bolsillo - 16,40€


 8 cómics en formato grande - 26,95€


1 videojuego para la Wii - 49€


2 tomos de manga - 19,95€


La conexión a internet por banda ancha - 45€


2 tomos recopilatorios de cómics - 17,50€


Una camiseta con logo de superhéroe o frase geek - 21,95€


3 tomos coleccionables de cómics -  14,85€


2 DVD  - 14,90€


1 cómic europeo en tapa dura -  14,00€


 1 ToddToy o figura articulada - 25,00€


La cara que pondrá mi madre cuando vea el extracto de la tarjeta de crédito el mes correspondiente a mi cumpleaños - NO TIENE PRECIO


 

23 de noviembre de 2006

Amasando tetas (y otras grandes verdades de cama)


Y luego digo que no quiero llamar la atención...

Un recurso habitual del género "textos graciosos que ridiculizan a los hombres" (de los que se utilizan en monólogos o que se envían por correo a las compañeras de oficina cuando el jefe no está mirando) es parodiar nuestro comportamiento en el sexo. Que si somos unos torpes, que si no tenemos imaginación, que si sólo vamos a lo que vamos, etc, etc... Vamos, los tópicos de toda la vida. Y obviamente nosotros lo negamos. Ante todo porque generalizar está muy feo, pero además porque estamos en pleno auge de metrosexuales, übersexuales, supersexuales y cualquiera que sea la etiqueta que se hayan inventado ahora para decir que somos todos muy modernos, muy sensibles, muy concienciados y tratamos a las mujeres como se merecen. O al menos lo intentamos. Especialmente en la cama.

El caso es que estoy un poco harto de tanta corrección política y tanta búsqueda de la perfección masculina. O del punto G, qué más da. Porque por mucho que tratemos de engañarnos a nosotros mismos (y especialmente a nuestras parejas, que es de lo que se trata a fin de cuentas) hay verdades irrefutables de las que no podemos escapar. Es nuestra naturaleza, nos guste o no, ya no solo como hombres sino sobre todo como seres humanos. Y alguien tiene que decirlo en voz bien alta. Bueno, o en letra bien clarita. Se que generalizar está muy feo (mmm, creo que ya lo he dicho antes), pero... coño, así es más divertido.

Hay que tener en cuenta dos leyes (casi) inamovibles del carácter masculino. La primera ley es que los hombres somos egoistas. Siempre. Sin excepción. Cuando nos esforzamos para que disfruteis es porque o así nos lo pasamos mejor, o para inflar nuestro ego. Más aún, quiero decir. En una conversación de hombres nunca se oye a ningún tio decir "siempre consigo satisfacer a mi compañera", sino más bien "ayer mi churri se corrió tres veces". Y sin sacarla, sentenciarán algunos. Que fantasmas hay muchos, y en un bar y con varias cañas en el cuerpo la lengua se suelta cosa mala...

La segunda ley es que los hombres no os entendemos. En general somos incapaces de averiguar lo que os da placer y lo que no. Oh, sí, podemos darnos cuenta de si chuparos esto o acariciaros aquello provoca tal o cual respuesta (eh, si el perro de Paulov pudo, ¿por qué no nosotros?), pero una vez metidos en faena somos incapaces de percibir cosas más sutiles. Incluso las no sutiles. Ya no digamos distinguir orgasmos. Así que tragaos el orgullo y quitaos de la cabeza la idea de que vamos a conocer vuestras necesidades nosotros solos. Hay que explicarnos las cosas bien clarito, paso a paso, con esquemas y presentación en Power Point. Como poco. Y os aseguro que, a pesar de lo que creáis, no nos vamos a ofender. Bueno, al menos mientras no comenteis nada acerca de tamaños o duraciones del coito...

Una vez asumidas estas dos leyes, hay que tener en cuenta lo siguiente:

- Si os magreamos los pechos como si estuviéramos amasando pan no es porque creamos que os gusta a vosotras. En absoluto. Es porque a nosotros nos gusta magrearos los pechos como si estuviéramos amasando pan. ¿Que por qué? Ni puta idea. Algo freudiano, seguro. Lo mismo se puede aplicar a otras partes del cuerpo, en especial nalgas y muslos. Si esto no es recibido con agrado, sugiero revisar la segunda ley.

- A la hora de practicar el sexo oral (usease, cuando os vamos a comer el coño) nunca nos digáis "no hace falta que lo hagas si no quieres". Dad por hecho que si no quisieramos hacerlo no lo haríamos. Ante todo porque, como ya hemos visto en el primer punto, estas cosas son para nuestro propio disfrute, no el vuestro. Y además porque esto no es como una cena romántica o un regalo caro, que suelen ser para quedar bien. A fin de cuentas, ya estamos follando...

- No pregunteis nunca si queremos que nos hagais una mamada (uséase, que nos chupéis la polla). Eso se da por hecho. Incluso cuando decimos "no te molestes" o "solo si tu quieres" lo que estamos pensando es "¡Sí, joder, sí!". Aunque lo hagais mal, nos da lo mismo. Incluso si por accidente nos provocais alguna herida con los dientes, también nos da lo mismo. Total, la técnica se mejora con la práctica, ¿no?

- El tamaño SÍ nos importa. Mucho, de hecho. Y como en general tiene poco arreglo (cirugía aparte, algo que duele solo de pensarlo), no nos gustan las comparaciones. Es más, las odiamos con todas nuestras fuerzas. Así que para evitar problemas lo mejor es que no hagáis ningún tipo de comentario al respecto. A menos que os preguntemos, claro está, en cuyo caso la única respuesta aceptable es... una mamada.

- Si alguna vez nos pilláis haciéndonos una paja no significa que hayamos perdido el interés en el sexo. En absoluto. Dad por hecho que si no nos gustara follar con vosotras lo más probable es que ya os hubiéramos dejado. Lo que ocurre es que a nosotros nos gusta el sexo Y hacernos pajas. A fin de cuentas nos las hemos hecho desde que teníamos uso de razón (y de las manos) y dominamos la técnica mejor que cualquier otra cosa, por lo que sabemos como satisfacernos a nosotros mismos mejor que nadie. A pesar de lo gay que suene.

- De igual modo, nunca os ofendáis al descubrir nuestra colección de pornografía (ya sea en papel, DVD, en el ordenador o cualquier otro medio). Porque, en contra de lo que podáis pensar, no significa que deseemos a otras y seamos unos infieles en potencia. Es mucho más simple que eso: es porque, como ya he explicado en el punto anterior, nos gusta hacernos pajas. Y la pornografía sirve para eso. Además, con lo que cuesta reunir una buena colección no es plan tirarla por una tontería...

- Hablando del tema, la mayoría de los hombres (aquí sí que da igual la orientación) hemos recibido la mayor parte de nuestra educación sexual viendo pornografía. Es por eso que si en la cama somos aburridos no es por falta de imaginación (que también), sino porque no nos atrevemos a hacer todo lo que tenemos en la cabeza. O no somos capaces. Porque en realidad conocemos posturas, parafilias, técnicas, fetiches y juguetes sexuales como para escribir una enciclopedia. Pero, claro, no todos somos Nacho Vidal...

- Para acabar (que ya he dicho bastantes gilipolleces), ¿a que os jode que os digamos que tenéis un humor de perros cuando estáis con la regla y os duele el vientre como si os lo estuvieran hurgando con tenazas al rojo? Pues a nosotros nos jode que nos llamen insensibles cuando después de eyacular nos quedamos dormidos. Y en ambos casos es casi igual de inevitable. La naturaleza, que es así de cabrona...

22 de noviembre de 2006

NO ERES ESPECIAL

Ni original. Ni extraordinario. Desengáñate. Eres exactamente igual que todos los demás. Hecho de la misma carne. Sometido a las mismas reglas. Preso de tus genes, tu educación, tu condición social. Formas parte de este planeta, te guste o no, y por tanto no hay nada que puedas hacer o pensar que no lo haya hecho o pensado alguien antes que tú. Y probablemente mucho mejor.

Quizás no te guste la palabra "normal", pero lo eres. Tan vulgar como todos los demás. Comes, bebes, duermes, cagas y meas. Follas si puedes. Cuando te pinchan sangras y si te pica te rascas. Puede que te creas raro, diferente, fuera de lo común. Pero no lo eres. No eres único. No eres original. Hay, ha habido y habrá cientos de personas iguales que tú. Miles. Puede que millones. Todos con los mismos sueños, esperanzas, ambiciones, vicios, defectos. Eres una copia de una copia de una copia. Trágate el orgullo y asúmelo de una vez.

Cabreate. Protesta. Grita. Echa a correr. Puedes huir, pero no esconderte de la verdad. No eres especial ni lo serás nunca. Eres exactamente igual que tus amigos, tus compañeros, tus vecinos. Los que salen por la tele. La gente con la que te cruzas por la calle. Así que cállate y deja de pensar en los demás. En marcar la diferencia y destacar entre la multitud. Porque por muy raro, excéntrico o extravagante que te creas, no has inventado nada nuevo. Y ni falta que hace.

Haz lo que te de la gana. Como te de la gana. Cuando te de la gana. Sabes que no estás solo. Que no eres el único. Pasa de todo y déjate llevar. Ten la cabeza bien alta y sigue tu camino. Simplemente se tu mismo, coño. Porque la vida es demasiado corta para competir con los demás. Y al final todos vamos a llegar al mismo sitio...

21 de noviembre de 2006

¿Para qué darle vueltas a una idea si ya hay alguien que lo ha expresado mejor que tú?

"Ahora es cuando debería decirle a Paige Marshall lo que pienso realmente.
Quiero decir que estoy cansado de ser siempre el malo solo porque soy un tío.
O sea, ¿cuántas veces puede decirte todo el mundo que eres el enemigo opresor y lleno de prejuicios antes de que tires la toalla y te conviertas en el enemigo? O sea, un cerdo machista no nace, sino que se hace, y cada vez más a menudo son las mujeres quienes los hacen.
Al cabo de bastante tiempo, uno pasa de todo y acepta el hecho de que es un idiota sexista, intolerante, insensible, ordinario y cretino. Las mujeres tienen razón. Tú estás equivocado. Te acostumbras a la idea. Eres todo lo malo que esperan.
Aunque el zapato no encaje, tú te amoldas a él.
O sea, en un mundo sin Dios, ¿acaso son las madres el nuevo dios? ¿El último bastión sagrado e inexpugnable? ¿No es la maternidad el último milagro mágico y perfecto? Pero un milagro que es imposible para los hombres.
Y tal vez los hombres digan que están encantados de no poder dar a luz, con todo ese dolor y esa sangre, pero no es más que una reacción avinagrada. Está claro, los hombres no pueden hacer nada así de increible ni de lejos. La fuerza del torso, el pensamiento abstracto, los falos: todas las ventajas que parecen tener los hombres son simples formulismos.
No se puede clavar un clavo con el falo.
Las mujeres ya nacen con mucha ventaja a nivel de capacidades. El día que los hombres puedan dar a luz, entonces podremos empezar a hablar de igualdad de derechos.

[...] Las mujeres [...] tienen más poder cuando están oprimidas. Necesitan que los hombres sean la inmensa conspiración enemiga. Toda su identidad se basa en ello"

Asfixia, Chuck Palahniuk

17 de noviembre de 2006

(Sin) Futuro

Siempre he sentido una gran admiración y no menos envidia por aquellas personas que desde pequeñitos sabían con claridad qué oficio iban a escoger de mayores. Como Rafa Nadal en el anuncio de su madre. Los que ya en la cuna les daba por hacer casitas con cualquier cosa y acabaron diseñando Marina D'Or, o que de niños tuvieron mil mascotas y al final se hicieron veterinarios (o peluqueros caninos, que da más dinero). Esa vocación inquebrantable que les impulsa a hacer todo lo posible e incluso lo imposible para conseguir dedicarse a aquello que les gusta, luchando contra las circunstancias, el disgusto de sus padres, las trabas burocráticas y cuanto obstáculo se interponga en su camino. Igual que los especuladores inmobiliarios, mismamente.

Aquí un servidor nunca ha tenido claro que quería ser cuando era un crio (ni lo he decidido todavía y eso que ya me queda poco para la treintena). Eso no quiere decir que no haya soñado alguna vez con ser tal o cual cosa, aunque la verdad es que nunca he sido demasiado original: que si médico, que si astronauta, que si informático (¡Ja!)... El hecho de que acabara estudiando Traducción e Interpretación de Inglés (una carrera de letras, a pesar de que yo era de ciencias) fue más una decisión casual que una auténtica motivación, por aquello de que los idiomas no se me daban mal y parecía una carrera interesante. Y lo es. Vale, la mayoría de los que la hicimos estamos en el paro o trabajando en cualquier otra cosa, pero, qué coño, fueron cuatro años interesantes. En cualquier caso no me siento excesivamente frustrado por no poder trabajar en mi campo. Total, ¿quién lo consigue realmente? Pues anda que no hay ingenieros sirviendo cafés...

El caso es que dando vueltas al tema (es lo que tiene estar parado, que solo piensas en trabajar (y cuando por fin tienes trabajo solo piensas en las vacaciones)) me he dado cuenta de que sí hay algo a lo que sí jugaba en mi casa con lo primero que tenía a mano cuando apenas levantaba tres palmos del suelo. Un oficio que de vez en cuando me arranca una pequeña punzada de envidia desde el subconsciente profundo. Una pequeña vocación oculta en lo más recóndito de mi psique y que por mucho que me empeñe en ignorar a veces logra salir a la superficie. Ni más ni menos que ser...

... oficinista.

Lo se, manda cojones. De hecho por más que me estruje los sesos no consigo averiguar de dónde ha surgido este deseo tan absurdo, poco original y totalmente alienante de querer encerrarme de por vida en una oficina entre montañas de informes, compañeros trepas, jefes cabrones y un horario inamovible de 8 a 6 (más horas extras no retribuidas) hasta el día de mi jubilación. Que cogeré con ganas. Cuanto más por el hecho de considerarme -en cierta manera- un espíritu libre (culo de mal asiento, mas bien) al que le cuesta seguir una rutina durante demasiado tiempo y que nunca ha trabajado más de doce meses seguidos en ninguna parte. Eso sin mencionar que me echaron a patadas (educadamente, pero a patadas) del único empleo serio que he tenido...

Quizás es una cuestión de fetichismo. Porque perversiones sexuales aparte (ejem...) siempre he sentido una especial querencia por todo lo que estuviera impreso en papel. Solo así se puede explicar mi cada vez más abultada colección de cómics, novelas, guías temáticas, mapas, gramáticas, diccionarios e incluso un montón de revistas que no he vuelto a leer nunca. Y aun así me da pena tirar (vale, excepto las pornográficas). Eso por no mencionar ese cosquilleo en la base del estómago que me produce el olor de las papelerías: los lápices nuevos, las gomas de borrar frescas, la tinta de los rotuladores. Bueno, la verdad es que los vapores de los rotuladores producen otros efectos, pero ese no es el tema. El caso es que es posible que mi superyo (¿o era mi ego?) me impulse a elegir un oficio en el que esté rodeado de informes, memorandos, bolígrafos, sellos, clips y postits, en una especie de regresión a mi época escolar. De hecho la única diferencia es que aquí me echaría las broncas el subdirector en vez de la maestra...

Sea como fuere esta es una verdad que no puedo rehuir. Aunque me joda. Aunque me haya pasado media vida buscando un lugar especial en el mundo en el que pueda distinguirme de los demás, sin tener que madrugar por las mañanas, usar corbata y chaqueta incluso en verano (bueno, especialmente en verano, para no coger una pulmonía con el aire acondicionado) y aguantando las gilipolleces de un superior que solo llegó al puesto por chupársela ser sobrino del presidente de la compañía. Soñar es gratis, supongo. Y quizás mi problema haya sido precisamente ese. Quizás en vez de intentar nadar contra corriente todo el tiempo sin saber a dónde voy tendría que haberme dejado llevar por mis instintos más primarios y aceptar lo que realmente soy: un chaval de pueblo educado para ser un currito como otro cualquiera, que como es demasiado vago para trabajar en una obra y no tiene la suficiente ambición en la vida para buscar un puesto importante, sueña con tener algún día un despacho propio en una empresa o un banco y una secretaria que se la chupe debajo de la mesa le haga la mayor parte del papeleo para que se pueda pasar el resto del día escribiendo gilipolleces en el blog. Vamos, más o menos lo que hago ahora, pero con doce pagas al año más una o dos extraordinarias. Y la cesta de Navidad.

Si lo llego a saber, me meto en la FP y me dejo de tonterías...

15 de noviembre de 2006

Amén


The Big Book of Breasts
(Más información -en inglés- pinchando en la imagen. Exáctamente dónde pincheis ya es cosa de cada uno...)

Status Quo

La navidad ya está aquí. O casi. Se han colgado las luces que adornarán Madrid (que son las únicas que les importan a los telediarios), los supermercados están llenos de turrones y el número de anuncios de perfumes está aumentado de forma alarmante. Por no hablar de los juguetes. Ya se sabe, las empresas tienen que vender y mientras no inventen una fiesta comercial que rellene el vacío de octubre y noviembre (algo como "El día del amor", pero menos descarado) tendrán que alargar el resto lo más que puedan. No sea que nos de por ahorrar y se joda el crecimiento económico, hombrepordios.

El caso es que toda esta parafernalia me recuerda que, nos guste o no, estamos a punto de finiquitar otro año. Y con él todas las modas que nos han amargado o alegrado la existencia durante los últimos meses, para ser convenientemente sustituidas por otras que nos hagan creer que somos más modernos que antes. O menos tercermundistas, que para el caso es lo mismo. Porque no se yo si a ese fiebre de los patinetes que hubo hace un par de temporadas se le puede llamar modernidad. Gilipollez retro, en todo caso. De hecho empieza a haber una preocupante tendencia a recuperar viejas glorias del pasado, quizás por la acuciante falta de ideas en casi todas partes que estamos viviendo. Como en el cine y la música, mismamente. Pero eso ya es otro tema.

A lo que iba. Dándole vueltas al asunto me ha venido la cabeza el cacareado cambio de milenio del 2000 (que en realidad fue un año después, aunque haya gente que siga sin aceptarlo) y la fiebre futurista que trajo (además del timo del efecto ídem). Todo eso del poder de la tecnología, la nueva era, el futuro ya está aquí y etcétera. Lo que era de esperar, vamos. Igual que ocurre en Watchmen, solo que sin masacre alienígena. Aunque, por supuesto, al final nos tuvimos que comer nuestras ínfulas modernistas con patatas. Que no es que la técnica no haya avanzado, especialmente en cosas importantes como la medicina o los videojuegos, pero estamos bastante lejos de desplazarnos en coches voladores o que HAL 9000 nos fregue los platos. O nos la chupe, ya puestos.

Porque por muy modernos nos creamos el caso es que no podemos ocultar lo que somos por mucho tiempo. La cabra siempre tira para el monte. Y el español al bar, si se me permite el cliché. Dejando a un lado el hecho de que ahora nos vistamos y peinemos de manera distinta (afortunadamente), que los gays tengan el mismo derecho que cualquiera a amargarse la vida en un matrimonio aburrido, que podamos hacer fotos borrosas con un teléfono de bolsillo o que las páginas porno se cargen 100 veces más deprisa, apenas si parece que nada haya cambiado en los últimos 20 años. Puede que 50. O más. Cada moda y cada revolución (social o de cualquier otro tipo, que en el primer mundo ya importa poco) acaban siendo olvidadas o fagocitadas por una sociedad que avanza a su propio ritmo. Esto es, lento de cojones. Además de tener cierta tendencia a mirar hacia atrás, no lo olvidemos. De forma que al final siempre nos decantamos por lo mismo, los mismos pensamientos, las mismas costumbres, las mismas actitudes, los mismos errores. Como si estuviéramos atrapados en un eterno día de la marmota cañí.

En cierta forma es un pensamiento desasosegante: podemos escoger momentos al azar del último siglo y nos daremos cuenta de que los parecidos son mayores que las diferencias, por mucha distancia que haya entre ellos. Irónicamente, yo lo prefiero así. Quizás sea por mi carácter conservador, pero lo cierto es que me gusta saber que algunas cosas nunca cambiarán. La comodidad de lo malo conocido, porque en este país lo bueno por llegar suele ser mucho peor. Así que me reconforta pensar que siempre habrá un bar donde pedir una caña y una tapa; que no faltarán días de fiesta con los que librarse del trabajo o los estudios; que cuando llegue el calor las mujeres seguirán saliendo a la calle luciendo palmito; y que cada navidad llegarán los anuncios, los turrones, los villancicos, los adornos horteras y las cenas indigestas con la familia y los amigos.

Que por mucho que me gustaría ver coches voladores, no lo cambio por lo bien que se vive (y se come) aquí...

13 de noviembre de 2006

Ínfulas

En el primer episodio de la serie Un Paso Adelante (que me tragué casi entera tan sólo por lo burro que me ponían las profesoras; bueno, y alguna de las alumnas), la directora del centro daba a los nuevos admitidos un discurso que bien podrían hacer obligatorio en todas las universidades: "De todos vosotros, tan solo uno o dos tendrá la oportunidad de demostrar su talento. Ojo, no he dicho que vaya a triunfar. No, simplemente tendrá una oportunidad de intentarlo". Una escena que, por cierto, es calcadita a una viñeta del Art School Confidential de Daniel Clowes. Y, como en el cómic, estoy convencido de que todos los personajes pensarían: "Seguro que seré yo".

Alguien debería hacer lo mismo en la blogosfera.

Admitámoslo. Si no pensáramos que nos van a leer nadie se metería en esto. A partir de ahí los blogueros se dividen en los que en realidad no les importa demasiado el número de visitas (que son los que menos) y los que miran a diario el contador y los comentarios para saber si lo que dicen le importa a alguien o están gritando al aire. O escribiendo, como sea. Porque el éxito ajeno nos da envidia, qué coño. Ya te hayas metido en esto porque te aburres, para follar más (los hay que lo consiguen), para intentar vivir del cuento, o simplemente para demostrar tu talento (si es que lo tienes), al que más y el que menos nos gusta que nos alaben, que nos digan lo bien que escribimos, lo graciosos que son nuestros montajes o lo mucho que sabemos sobre algo. Y de esto no me libro. Desgraciadamente, al igual que los de UPA (profético, por cierto, que los actores no se están comiendo un rosco...), de entre los millones de blogs que hay por la red son muy pocos los que conseguirán la auténtica fama. O llegar al top 100 de Bitacoras.com, que cada uno se conforma con lo que quiere...

Pero ese no es el auténtico problema. El problema es que siempre hay a quien le gustaría más. Entre ellos yo, que de eso se trata todo esto rollo. A pesar de que, irónicamente, siempre me he decantado por las ciencias, desde que era un crío no ha faltado quien alabara mi forma de escribir. No es que sus opiniones fueran muy objetivas, pero tampoco me codeo con académicos de la lengua. Las cosas como son. El caso es que al final, tal es la naturaleza humana, te lo acabas creyendo. Por eso es casi inevitable que te plantees hacerte profesional, escribir un libro, convertirte en columnista o cualquier otra cosa que te permita vivir de juntar palabras con mayor o menor destreza. Sin embargo si hay algo que sobra en este país son presuntos escritores sin talento como yo. O libros de buenos escritores que no se venden ni regalados. Que no quiere decir que no pueda conseguir que me publiquen algo, aunque de ahí a que me lo compren media un abismo. Así es como uno, a falta de pan, acaba volcando sus ínfulas en el blog.

Ya lo ha dicho psycobite, del que seguro me van a acusar de plagio aunque no sea cierto (y que diga que hace un par de semanas que empecé a escribir el borrador no se lo va a creer nadie). No obstante no es ninguna coincidencia que tenga la misma idea en la cabeza. A pesar de que apenas hace año y medio que pululo por aquí, he visto lo suficiente como para darme cuenta también de que esta burbuja tiene que desinflarse tarde o temprano. Como la de la vivienda, con un poco de suerte. Que somos muchos y todavía han de llegar más, al menos mientras dure esta moda y se hable de los blogs por la tele o los blogueros pasen a escribir columnas en revistas. Y si todo el mundo tiene intención de hacerse profesional (o algo parecido) llegará un momento en que esto será una competición más que un hobby. Si no lo es ya. Por eso va siendo hora de dejar de hablar de buenos y malos blogs, de comparar estadísticas, de intentar crear la plantilla más vistosa o de (¿Por qué no?) dar premios a los mejores. Que siempre son los mismos.

En resumen, que vamos a escribir lo que nos salga de las partes pudendas (usease, la polla o el coño, según cada cual), cuando nos de la gana y con el blog que queramos. Si a los demás no les gusta, que se jodan. Y si además nos desprecian... bueno, que parezca un accidente...

12 de noviembre de 2006

Tres disculpas (y un “pero”)

Ya, lo se. Que este video tiene unos años. Que en el Tutubo la calidad es bastante inferior que si te lo bajas de su página web. Y que está en inglés y sin subtítulos, por lo que hay partes que no se entienden un pimiento.

Pero me la pela. Porque sigue siendo uno de los mejores fanfilms de la historia. Y porque si hicieran una película de verdad con esto le daría mil vueltas al Batman de Nolan, al Superman de Synger y seguro que incluso al Wonder Woman de Whedon. Bueno, dependiendo de a quién elijan para el papel, claro...

11 de noviembre de 2006

17

Quizás no debería decir esto. A fin de cuentas los hombres (en sentido masculino, no neutro) llevamos toda la vida refutando esta teoría. Por la cuenta que nos trae, claro. Pero hay realidades que no se pueden ignorar y, al menos en mi caso, no deja de ser una verdad como un templo: a pesar de mis 27 años, el pelo canoso, una vida laboral que ya llena una página y experiencias de sobra para aburrir contar a los nietos (si es que algún día los tengo) aún sigo en la adolescencia. Y no soy el único.

A las pruebas me remito. Con eso no estoy hablando de los cómics, los videojuegos, la pornografía y demás. Que también podría incluirse, pero son un tema aparte. No, se trata más bien de una actitud vital, de una forma de enfrentarse a la existencia y a los problemas que esta representa. Es decir, evitarlos en la medida de lo posible. O ignorarlos por completo, si te puedes permitir ese lujo. A esta pachorra contribuye en gran medida que haya tenido que exiliarme temporalmente en casa de mis padres y el hecho de no tener un duro. Solo falta que vuelvan a ponerme una paga semanal. Pero la verdad es que incluso en los momentos en los que tenía una relativa independencia (muy relativa, todo sea dicho), he seguido manteniendo las mismas posturas y pensamientos que tenía a los 17. Viviendo por mi cuenta, eso sí.

A pesar de todas las connotaciones negativas que ser un adolescente a los 30 años pueda tener (y del cachondeo que genere), lo cierto es que no considero que sea tan malo. En cierta medida es una de las mejores, si no la mejor etapa de los hombres (en sentido masculino, no olvidemos). Es nuestro momento de mayor creatividad, energía, rebeldía, escepticismo y... eh... potencia sexual. O eso dicen. Porque el problema es que son pocos los que pueden demostrarlo. Tanto el último como cualquier otro de los puntos. Y para cuando tienes la oportunidad es posible que hayas perdido gran parte de esas cualidades. Lo de la experiencia, el peine y los calvos. Todo eso. Vale, está el hecho de la inmadurez, pero creo que ese es un tema bastante sobrevalorado. De igual manera que tener 40 años no es garantía de madurez, hay adolescentes mejores y peores. Aunque, bueno, la verdad es que últimamente parece que solo hay de lo segundo...

La cuestión es que todavía me siento así. De acuerdo, ahora no tengo ni de lejos la misma lucidez que cuando aún estaba en el instituto (qué gran blog hubiera escrito en aquella época, caso de haber existido estos), pero sigo manteniendo la misma la misma curiosidad, las mismas ganas de soñar, las mismas ínfulas de escritor y el mismo espíritu contestatario que en aquella época. Diga lo que digan los demás. Al fin y al cabo aquellos fueron otros tiempos y las cosas eran bastante distintas a como son ahora. Que no es que fuéramos unos genios, pero al menos no parecíamos tan gilipollas. Además, siempre se dice aquello de que lo que cuenta no es la edad sino el espíritu, ¿no?

Irónicamente, sigo igual de atrapado en mis circunstancias y sin saber a dónde dirigirme que entonces. Como si volviera a tener 17 años, esperando con impaciencia esa mayoría de edad soñada en la que crees que todo será mucho mejor y podrás tener independencia, libertad, dinero y todo eso que hasta entonces te está más o menos vedado. Aunque, en realidad, es a partir de ese momento cuando empieza a joderse todo.

Porque si me lo llegan a decir aún estaría repitiendo 3º de BUP...

8 de noviembre de 2006

Viva la paranoia

En mi pueblo hay una estación de autobuses grotescamente grande. Proporcionalmente hablando, es posible que sea mayor que la estación Sur de Madrid. Y no le falta de nada: tiene casi una docena de taquillas, varios mostradores, un local comercial y un panel de información enorme. Pero, por supuesto, no usamos nada de eso. Desconozco en qué coño estaba pensando el alcalde de turno cuando decidieron construirla, pero lo cierto es que con los años no sólo no se ha ampliado su uso sino que en estos momentos es sólo una gigantesca sala de espera. Con un bar, eso sí.

El caso es que, con todo, tenemos mucha suerte. En otros pueblos los pasajeros tienen que conformarse con esperar en una minúscula caseta o directamente en una esquina en la calle, y comprarle el billete al conductor sobre la marcha. A veces literalmente. Por lo cual no puedo menos que tomarme a bufa el asunto de las nuevas medidas de seguridad en los aeropuertos. Todo el rollo de los 100 mm. de líquidos, las bolsitas transparentes y todas esas excusas para hurgar en nuestras maletas. Que sí, que me parece cojonudo que quieran proteger los aviones, pero, ¿y el resto?

Pienso que si a estas alturas de la película los terroristas siguen empeñados en volar aviones por los aires (valga la irónica redundancia), además de fanáticos son bastante gilipollas. Puedo entender que después del 11-S resulte muy propagandístico y tal, pero con todas las medidas de seguridad que hay en estos momentos (y las que aún han de poner) les costaría mucho menos trabajo poner explosivos en cualquier otra cosa. De hecho ya lo hicieron el 11-M y el 7-J. Y eso que aún no han reparado en los autobuses de línea ordinarios. Si quisieran, podrían poner una bomba atómica en el maletero de uno de estos y nadie se daría cuenta hasta que fuera ya tarde (y quien dice una bomba atómica dice una tonelada de coca, un cadaver o varios miles de discos piratas). Sin embargo las autoridades siguen manteniendo la máxima alerta exclusivamente en los aeropuertos. Oh, sí, ahora también han puesto escáneres en las estaciones de tren, pero no para todos las líneas. Solo, curiosamente, para las más caras.

Si realmente estuvieramos tan en peligro como nos dicen se miraría con lupa cada uno de los medios de transporte que confluyen en las capitales más importantes, por pequeños que sean. Pero todos sabemos que no es así. Así que una de dos, o al gobierno le importa un pimiento lo que nos pase a los que no nos podemos permitir viajar en AVE o realmente la cosa no está tan mal como nos la pintan. Porque por mucho que insistan en no querer cundir la alarma entre la población, en realidad la paranoia es un arma muy conveniente para mantener entretenida a la masa. No sea que nos de por pensar en lo bajo de nuestros sueldos y lo alto de nuestras hipotecas. Y, ya de paso, se aumentan los precios de los billetes de tren (hay que amortizar las máquinas) y se incentiva el consumo y las compras dentro del recinto del aeropuerto (que esas si se pueden meter en los aviones, faltaría más) sin que nadie rechiste. Que es por nuestro bien, tontos.

Quizás es que soy un malpensado. Aunque en vista de como están las cosas (esos trapicheos inmobiliarios, esos alcaldes detenidos de dos en dos por corrupción, ese aumento de la inflación) a lo mejor resulta que el que se ha vuelto paranoico soy yo...

7 de noviembre de 2006

Adictos

Porque lo soy. Todos los frikis lo somos. Al fin y al cabo es de lo que se trata: perder tu tiempo, tu dinero e incluso tu vida social (si es que la tenías, claro) en algo inútil y que llega a perjudicarte. Adictos a los cómics; a los ordenadores y a internet; a los juegos de rol; a las películas de serie B; a la literatura fantástica o de ciencia ficción. Apenas si hay diferencia con cualquier otra droga. Bueno, sí, que casi nadie se muere de esto. Casi.

Sin embargo me la pela. Supongo que a todos. Porque, al menos de momento, nuestras adicciones no están demasiado mal vistas. La mayoría ni siquiera están reconocidas como tales. Sólo nosotros sabemos el "mono" que sentimos si pasamos demasiado tiempo alejados de nuestros vicios. O lo difícil que es llegar a fin de mes. O la satisfacción (y posterior culpabilidad) que deja meterse una buena dosis, ya sea leerte toda la pila de cómics pendientes, ver de corrido las primera trilogía de Star Wars o pasarte toda la tarde enganchado a lo consola. Hasta que los ojos sangren, si es necesario.

Pero al contrario que en otras adicciones, al menos en estas nunca estamos solos. Nos relacionamos y nos comunicamos, aunque sea a través de internet; formamos comunidades, asociaciones, clubes, foros, clanes; acudimos a eventos o los organizamos nosotros mismos; tenemos tiendas especializadas y secciones en las que no lo son; incluso hablan de nosotros en la tele y en las revistas, como una moda más. Promovemos nuestros vicios más allá de nuestros propios círculos y hacemos ver que no es tan malo como parece. Aunque lo sea. Aunque, como cualquier otra droga, en realidad lo usemos para evadirnos de nuestros propios problemas. Aunque vendamos a nuestras madres para seguir comprando. Aunque con el tiempo tengamos que aumentar la dosis o pasarnos a cosas más duras. Porque en realidad, también como en muchas otras drogas, la mayoría de nosotros no tenemos ninguna intención de desengancharnos. Ni creo que lo hagamos nunca.

Yo también soy adicto, lo reconozco. Y a mucha honra, joder.

Esta gilipollez tendría que haberla escrito ayer, pero estaba demasiado ocupado jugando al Sacred y configurando el ordenador después de haber instalado de nuevo la banda ancha...