15 de noviembre de 2006

Status Quo

La navidad ya está aquí. O casi. Se han colgado las luces que adornarán Madrid (que son las únicas que les importan a los telediarios), los supermercados están llenos de turrones y el número de anuncios de perfumes está aumentado de forma alarmante. Por no hablar de los juguetes. Ya se sabe, las empresas tienen que vender y mientras no inventen una fiesta comercial que rellene el vacío de octubre y noviembre (algo como "El día del amor", pero menos descarado) tendrán que alargar el resto lo más que puedan. No sea que nos de por ahorrar y se joda el crecimiento económico, hombrepordios.

El caso es que toda esta parafernalia me recuerda que, nos guste o no, estamos a punto de finiquitar otro año. Y con él todas las modas que nos han amargado o alegrado la existencia durante los últimos meses, para ser convenientemente sustituidas por otras que nos hagan creer que somos más modernos que antes. O menos tercermundistas, que para el caso es lo mismo. Porque no se yo si a ese fiebre de los patinetes que hubo hace un par de temporadas se le puede llamar modernidad. Gilipollez retro, en todo caso. De hecho empieza a haber una preocupante tendencia a recuperar viejas glorias del pasado, quizás por la acuciante falta de ideas en casi todas partes que estamos viviendo. Como en el cine y la música, mismamente. Pero eso ya es otro tema.

A lo que iba. Dándole vueltas al asunto me ha venido la cabeza el cacareado cambio de milenio del 2000 (que en realidad fue un año después, aunque haya gente que siga sin aceptarlo) y la fiebre futurista que trajo (además del timo del efecto ídem). Todo eso del poder de la tecnología, la nueva era, el futuro ya está aquí y etcétera. Lo que era de esperar, vamos. Igual que ocurre en Watchmen, solo que sin masacre alienígena. Aunque, por supuesto, al final nos tuvimos que comer nuestras ínfulas modernistas con patatas. Que no es que la técnica no haya avanzado, especialmente en cosas importantes como la medicina o los videojuegos, pero estamos bastante lejos de desplazarnos en coches voladores o que HAL 9000 nos fregue los platos. O nos la chupe, ya puestos.

Porque por muy modernos nos creamos el caso es que no podemos ocultar lo que somos por mucho tiempo. La cabra siempre tira para el monte. Y el español al bar, si se me permite el cliché. Dejando a un lado el hecho de que ahora nos vistamos y peinemos de manera distinta (afortunadamente), que los gays tengan el mismo derecho que cualquiera a amargarse la vida en un matrimonio aburrido, que podamos hacer fotos borrosas con un teléfono de bolsillo o que las páginas porno se cargen 100 veces más deprisa, apenas si parece que nada haya cambiado en los últimos 20 años. Puede que 50. O más. Cada moda y cada revolución (social o de cualquier otro tipo, que en el primer mundo ya importa poco) acaban siendo olvidadas o fagocitadas por una sociedad que avanza a su propio ritmo. Esto es, lento de cojones. Además de tener cierta tendencia a mirar hacia atrás, no lo olvidemos. De forma que al final siempre nos decantamos por lo mismo, los mismos pensamientos, las mismas costumbres, las mismas actitudes, los mismos errores. Como si estuviéramos atrapados en un eterno día de la marmota cañí.

En cierta forma es un pensamiento desasosegante: podemos escoger momentos al azar del último siglo y nos daremos cuenta de que los parecidos son mayores que las diferencias, por mucha distancia que haya entre ellos. Irónicamente, yo lo prefiero así. Quizás sea por mi carácter conservador, pero lo cierto es que me gusta saber que algunas cosas nunca cambiarán. La comodidad de lo malo conocido, porque en este país lo bueno por llegar suele ser mucho peor. Así que me reconforta pensar que siempre habrá un bar donde pedir una caña y una tapa; que no faltarán días de fiesta con los que librarse del trabajo o los estudios; que cuando llegue el calor las mujeres seguirán saliendo a la calle luciendo palmito; y que cada navidad llegarán los anuncios, los turrones, los villancicos, los adornos horteras y las cenas indigestas con la familia y los amigos.

Que por mucho que me gustaría ver coches voladores, no lo cambio por lo bien que se vive (y se come) aquí...

2 comentarios:

El Tete dijo...

Jo, Status Quo, qué gran grupo de Rock.

Espera, ¿no estamos hablando de música?

Zhalim dijo...

¡Feliz dia del amoooooooor!