12 de junio de 2011

Esto puede que sea (o no) un adiós


Visto con la perspectiva del tiempo, la existencia de este blog no es casualidad. Ya siendo crío decidí anotar algunas de mis vivencias en unos cuadernos escolares que andan cogiendo polvo en algún rincón de casa de mis padres y que seguramente acabaré quemando por vergüenza. Al igual que con "Asco de vida" empecé esos diarios con bastante entusiasmo, escribiendo larguísimas parrafadas llenas de detalles y florituras, pero con el tiempo me acabé cansando y los fui dejando de lado, para retomarlos solamente en ocasiones especiales que creía necesario plasmar en papel. No obstante seguí escribiendo de forma intermitente hasta que llegué a la universidad, momento en que otras cosas acapararon mi tiempo y mi atención (Alicante, los estudios, el sexo) y decidí intentar otros formatos más "artísticos" y acordes con mi recién descubierta libertad. Ni que decir tiene que tardé poco en abandonar estos nuevos diarios, lo que ahora se me antoja como todo un dejà vu.

Lo cierto es que me gusta escribir. No soy particularmente bueno (de hecho se podría considerar que la mayor parte del tiempo tiendo a mediocre), pero es el medio con el que mejor me he sabido expresar. Siempre he destacado en las clases de lengua (aunque casi suspendí esa asignatura en selectividad, ironías de la vida) y pese a que tenía cierta predilección por las ciencias acabé recayendo en una carrera de letras. Si unimos eso a mi manifiesta adicción a Internet desde que lo descubrí en todo su esplendor y banda ancha durante mi breve estancia en Brighton, era prácticamente inevitable que abriera un blog. Y así fue. El momento desde luego no pudo ser más propicio. Era un soltero amargado sin futuro malviviendo del dinero de mi familia y de trabajos temporales, compartiendo piso con gente que ni siquiera me caía bien, sin apenas amigos, que no salía y se mataba pajas porque hacía siglos que no echaba un polvo. Tal energía acumulada (sexual y de la otra) debía ser encauzada de alguna manera, así que como atracar bancos no es lo mío decidí imitar a mucha otra gente por aquel entonces y abrir este rincón del absurdo.

Siempre digo, y desde luego no exagero, que este blog ha hecho por mi salud mental más de lo que podría ningún psicólogo o psiquiatra. Como introvertido crónico que soy nunca me permitiría el lujo de abrirme ante nadie, así que necesitaba una vía para sacar todo lo que tenía dentro antes de que explotara (aunque lo acabé haciendo igualmente, pero esa es otra historia y ya la conté en su día). Gracias a "Asco de vida" he podido plasmar en palabras las mil cosas que tengo en la cabeza, algunas más serias, otras auténticas gilipolleces, pero que amenazaban con volverme loco o, cuanto menos, aún más encerrado en mí mismo de lo que ya estoy. También ha sido una forma de matar el tiempo, un medio de expresión artística (si es que a dibujar chistes malos con el Paint se le puede llamar arte) e incluso una excusa para ligar. Debo mucho a esta página, más de lo que incluso yo mismo soy consciente. Pero me temo que todo llega a su fin.

Sin anonimato no soy nada, esa es la triste verdad. No podría haber hecho todo lo que hecho ni decir todo lo que he dicho si hubiera dado la cara desde el principio. Puede que sea de cobardes, pero me ha dado la libertad que necesitaba para romper mis ataduras y dar rienda suelta a mis paranoias sin miedo ni prejuicios. Es cierto que la mayoría de lo que he escrito no es nada de lo que tenga que avergonzarme, pero también que he desnudado mi alma más de una vez y confesado cosas que no podría decir en voz alta. Hay mucho de mí en estas entradas, puede que más de lo que me gustaría (por la noche y en caliente los dedos escriben solos) y es porque sabía que al día siguiente no tendría que mirar a los ojos a nadie que lo hubiera leído. Sin embargo, eso se acabó. Ahora tengo un pareja estable, a la que conocí precisamente a través de esta bitácora, y la cortina ha caído para siempre. La verdad es que no hay ni una docena de personas que me conozcan tanto a mí como al blog, pero es más que suficiente. Ya no tengo anonimato. Se que tendré que mirar a los ojos a gente que me lee. Y sin mi libertad ya no merece la pena escribir.

Así que "Asco de vida", tal y como fue concebido, ha dejado de existir. Es hora de que lo acepte y pase página. Porque no es solo la pérdida de mi anonimato. Han cambiado muchísimas cosas en estos seis años, buenas y malas, y nada es igual que como al principio. Yo no soy el mismo, mi vida no es la misma, ni siquiera los blogs son lo mismo. Sigo teniendo inquietudes y cosas que sacarme de la cabeza, pero ya no puedo seguir haciéndolo aquí. Desconozco que haré de ahora en adelante, pero este blog se merece mucho más que engañarme a mí mismo con la idea de que seguiré escribiendo en él. Es por eso que prefiero despedirme con dignidad antes que abandonarlo a su suerte durante meses para borrarlo un día a traición.

Hasta la vista, mi diario. Hemos compartido mucho juntos y te estará eternamente agradecido, pero toda historia tiene su final y creo sinceramente que hemos llegado al nuestro. A partir de ahora nuestros caminos se separan, aunque ten por seguro que mientras nada me lo impida seguirás existiendo en la red, para recordarme lo que fui, lo que viví y lo que soñé. Porque hay una gran parte de mí en ti y por eso, vaya donde vaya, siempre te tendré presente.




Fin (o no)

9 de junio de 2011

Epilogo

Lamento informar que después de haber salido del túnel, lo único que me he encontrado es otro túnel. Mejor iluminado, qué duda cabe, y puede que incluso más corto y agradable que el anterior, pero túnel a fin de cuentas.

Es por ello que he tomado la decisión de dejar de engañarme a mí mismo y cerrar este simulacro de nuevo blog, que de nuevo tenía poco o nada. El domingo revertiré todas las anteriores entradas a este dominio, borraré el denominado capítulo 1 y posiblemente elimine también las entradas correspondientes al capítulo 2 (o a lo mejor hago trampa y las cambio de fecha para mantenerlas, ya veremos).

Se que quiero hacer algo más y desde luego este no será mi último proyecto, pero hasta que no tenga muy, muy claro el qué voy a tomármelo con calma.

Hasta la próxima.

11 de abril de 2011

Intersección


Por causas ajenas a mi voluntad me veo obligado a aplazar la próxima entrada sine die. Diría que permanecierais atentos, pero después de todo lo que se nos viene encima no se si me quedarán ganas de continuar con el blog. Y eso que solo llevo cuatro entradas. No tendría ni que haberlo empezado. Debería buscarme un terapeuta ya y dejar de escribir tonterías. En fin, en unos días veremos lo que pasa.

31 de marzo de 2011

Exiliados



Si un día vas caminando por la calle en una ciudad inglesa que, aunque siendo conocida, no es de las más famosas y te encuentras con un compatriota, te alegras por la coincidencia.

Si todos los días, vayas dónde vayas, y sea en la época que sea, te encuentras a un puñado de ídem, te empiezas a preguntar quién queda en España.

Porque nos están echando. Sí, así, como suena. A patadas. Cualquier cosa menos tenernos allí, engordando las estadísticas del paro. Que bastante mal están ya de por sí. Al menos por el momento, claro. Porque cuando hayan terminado de vender el país, casi no queden derechos sociales y las empresas vuelvan a necesitar mano de obra barata ya verás como nos piden que volvamos, ya. Seguro que hasta nos pagan el billete. Vamos, me juego un Shirley Temple a que montan una campaña con ello. Pero de momento estamos mejor fuera, enviando divisas a las familias y tal. Como en los 60. Arrimando el hombro por la patria. Dios nos libre de dar prestaciones a los más necesitados a cargo de los impuestos y esas cosas tan socialistas. Quita, quita, que los coches oficiales no se pagan solos. Y de crear puestos de trabajo ni hablamos, que me entra la risa floja. Sobre todo con los sueldos de ahora, o eso dicen. Que al parecer somos todos ricos y ni me había enterado. No sabía yo que 1000€ al mes daban para pagarse una mansión. Será que no se ahorrar...

El caso es que el éxodo masivo me jodió los planes. Vale, tampoco es que fueran grandes planes, pero no tenía más. De hecho ni siquiera eran varios, sino uno solo, para una empresa concreta y un trabajo específico: probar y traducir videojuegos. Ahí esa nada. Que me paguen por lo mismo con lo que pierdo el tiempo todos los días. Descontando los cómics, claro. Aunque, por supuesto, la cosa se torció. Porque si hay algo que sobre aquí son españoles con ganas de que les paguen por perder el tiempo, sepan sobre el tema o no. Así que cuando llegué yo no querían más paisanos ni en pintura. Hasta en el correo de respuesta parecían hartos. Y eso que yo ya había trabajado para ellos, pero ni por esas. Si es que tendría que haber nacido en Finlandia, joder, que vayas donde vayas se te rifan. Por el idioma, digo. Que si además eres chica, joven, rubia y con ojos azules ni te cuento.

Visto el panorama, tuve que buscar alternativas. A la señora la colocamos deprisa (que si hay algo que siempre haga falta son cocineros), así que algo tenía que hacer yo. Por el tema del dinero y tal. Que la bromita de los hoteles nos salió por un pico y no estaban los ahorros para muchos sustos. Sin embargo no tardé mucho en darme de bruces con la realidad. Ya que, seamos honestos, ¿qué coño esperaba? Es más, ¿qué es lo que espera todo el mundo que viene aquí? A mí me parece que nos han vendido la moto a base de bien. Nos creemos que pasando los pirineos empieza otro mundo, donde las economías florecen, los políticos son inteligentes, las leyes justas, la gente civilizada y todo va requetebien. Pero no, oiga, no. Mierda hay en todas partes, otra cosa es que desde fuera no huela. Sin embargo cuando estás aquí apesta pero bien. Porque por muy educados, estirados y serios que salgan los ingleses en la televisión, este país tiene un tufo a rancio que tira para atrás. Es lo que tiene que se te envejezca la población, te hayas quedado sin industria, los jóvenes pasen de todo, la gente con dinero se largue a Australia y tus mayores ingresos vengan del sector servicios.

Para ser concretos, se podría decir que Reino Unido vive casi de una sola cosa: sacarle la pasta a la gente. Sobre todo a ellos mismos. Menuda estafa piramidal se han montado. O eso es lo que se deduce de las ofertas de trabajo. Cerca de la mitad requieren usar un teléfono para estrujar la cartera de alguien. Ya sea vender seguros, cobrar deudas, ofrecer descuentos de telefonía, dar préstamos rápidos, aconsejar en temas legales, o pedir donaciones para una ONG. Que digo yo, si se pasan el dinero de unos a otros, ¿de dónde ha salido en primer lugar? Vale que hay turismo, pero esto tampoco es precisamente Cancún. Y fijo que los financieros de Londres no se dejan los ingresos en el país para que les crujan a impuestos. A lo mejor es que lo de enviar tarjetas de felicitación es más rentable de lo que parece. Quien sabe. Aunque, claro, tampoco es que todo el mundo tenga dinero del de gastar. Porque la cantidad de gente que hay viviendo de beneficios sociales como que asusta un poco. Y eso que los miran como si tuvieran la lepra. Aun así muchos lo prefieren a buscar trabajo. Visto el panorama no me extraña, la verdad.

En ese mismo dilema me encontré yo. Probablemente también la gran mayoría de españoles que pululan por aquí. Muchos acabarán de camareros o similar. Lo cual no deja de tener su gracia. Porque, aquí y en la Patagonia, los puestos de mierda tienen salarios de mierda y, joder, para eso se podían haber quedado en su casa. Aunque a lo mejor esa es la clave de todo: largarse de allí, poner tierra de por medio con un país que hasta te mira mal. Porque, seamos honestos, la excusa del idioma ya empieza a oler. Sí, claro, aquí se aprende más, pero eso si vas a clase y hablas con los nativos. Sin embargo la gente viene en manadas y los que no se agrupan en ellas, con lo cual poco vas a practicar. Esto ya parece más Castilla que Bretaña. Y aunque vengas con buena intención tampoco lo vas a tener fácil. Qué coño, lo más seguro es que las pases putas. Si ya resulta difícil vivir con un sueldo de risa en un país con un nivel de vida de risa, ya no te quiero contar en uno como este. Ríete tu del coste de un alquiler cuando aún teníamos la burbuja. Ni punto de comparación, oiga. ¿O acaso pensabas que nada más llegar te iban a dar una casa y un trabajo con despacho solo por ser europeo? No señor, no, tu eres un pringao que ni habla el idioma. Pues anda que no hay paquistaníes con más títulos y a los que se les entiende mejor que a tí. A puñados. Pero en eso consiste el chiste, que te presionen para que te vayas de un sitio en el que a lo mejor no vivías tan mal a otro en el que vas a vivir peor con la vaga promesa de que en unos años todo será la hostia. Y nosotros vamos y nos lo creemos.

Yo por lo menos no. Ya no. Porque se que las cosas están mal y pronto van a estar peor. A fecha de publicar esta entrada el gobierno tiene previsto empezar a hacer recortes a diestro y siniestro. Lo que significa más ingleses en el paro. Lo que significa aún más competencia. Y mi curriculum no es como para estar orgulloso. Oh, sí, con él podría hacer una gran carrera en el mundo de la atención al cliente, pero como que paso, gracias. Para eso me clavo un punzón en el cerebro y acabamos antes. Total, el resultado va a ser el mismo. Así que, una vez se me jodió el plan de los videojuegos, tuve que empezar a buscar una alternativa. No me sale de los huevos buscarme un trabajo de servidumbre porque para eso me hubiera quedado a que me explotaran en Madrid. Y para cualquier trabajo especializado necesitas un título, o varios, que si en España tenemos titulitis no os quiero contar cómo funcionan aquí. Podría estudiar, claro, pero tampoco hay dinero ni tiempo para una carrera. O podría cambiar de oficio y empezar en otra cosa. Pero la cuestión es el qué.

¿Qué coño hago con mi vida?

Hace meses que empecé a hacerme esa pregunta. Aún no tengo respuesta. Los motivos los dejaremos para la siguiente entrada...

22 de marzo de 2011

A la deriva




Irnos a Canadá era la opción más lógica. Bueno, en realidad era Australia (que no veas cómo está subiendo el nivel de vida por allí), pero, coño, como que nos pillaba un poco lejos. No veas qué pastón en aviones. Por no mencionar el desfase horario. Así que lo suyo era Canadá, Montreal para ser más precisos. Fundamentalmente francoparlante (que es lo que controla la señora), pero tirando a bilingües en inglés (que es lo que controlo yo). Además con suficiente turismo como para que ella encontrara trabajo de lo suyo y una industria del videojuego enorme para que yo... bueno, algo haría yo. Aunque fuera fotocopias. Por algo se empieza. Mejor eso que volver a aguantar clientes gritones, desde luego. Por lo que, sí, la idea era irse hasta allí, empezar de nuevo, hacer las américas, ganar un montón de pasta y volver triunfantes al terruño con algunos años más pero la vida prácticamente resuelta.

Nos echamos atrás, por supuesto.

Bueno, en todo caso el que se echó atrás fui yo. Para qué negarlo. Que sí, vale, todo parece muy bonito sobre el papel, pero luego hay que llegar, hacerse entender, encontrar trabajo, ganar dinero, y que no te echen a patadas a los tres meses. O antes. Además no es que el Metro llegue hasta allí, precisamente. Al menos no todavía. Así que al final me lo pensé mejor (leáse, me acojoné vivo) y decidí que mejor nos buscábamos un sitio un poco más cerca. No muy caro, ya que estábamos. También que nos dejaran quedarnos sin visa de por medio. Y que conociera, por aquello de facilitar las cosas. Es decir, por eliminación, que teníamos que irnos a Reino Unido. Eso sí podíamos, claro...

Porque mira que he hecho mudanzas en mi vida, pero joder lo que costó desmontar el piso. A nivel físico y emocional. Ni un parto, oiga. Cajas y más cajas, trastos y más trastos, broncas y más broncas. Por poco no lo contamos. Especialmente por la parte física. La vida sedentaria es lo que tiene, que atrofia que no veas. Menos mal que lo de dejar el trabajo costó menos. Vale, me convencieron para quedarme otras dos semanas, pero es porque soy un blando y tampoco iba a hacerle ascos a un poco de dinero más. Eso sí, al final todo fueron elogios, regalos y palabras de ánimo. Nunca he sido más popular. Vamos, cualquiera hubiera dicho que era el alma de la oficina. Solo faltó que me sacaran a hombros. Luego casi nadie ha intentado contactar conmigo, por supuesto, pero, en fin, así funcionan las cosas.

En cualquier caso, finalmente lo conseguimos. Hicimos las maletas, nos despedimos de familia, amigos y conocidos y nos plantamos en Inglaterra. Apenas nos lo creíamos. No es que lo tengamos todavía muy asimilado, la verdad, pero en ese momento la ilusión y la inconsciencia pueden con todo. Llegas al país y, oh, qué diferente es todo, oh, qué verde es el paisaje, oh, qué variedad étnica y cultural, oh, qué... caro es el puto tren. Ahí, la primera en la frente. De acuerdo que es mejor esto que el monopolio de RENFE, porque al menos aquí puedes viajar a casi cualquier sitio a casi cualquier hora sin tener que tragar con el AVE, pero cómo nos pasamos con los precios, ¿no? Que si, muy bien, tienes descuentos si lo compras por adelantado en la web, pero como tengas prisa no veas cómo te sablean...

Al menos así vas templando el ánimo de camino a tu destino, porque luego tampoco es que la cosa vaya a ser fácil. Para que luego me vengan los de Españoles por el mundo a contarnos milongas sobre lo bien que se vive fuera. Y un cojón de pato. Como si solo por venir te recibieran con una alfombra roja, te regalaran una casa y te dieran un trabajo del copón. Aquí eres un pringao más que encima ni habla el idioma correctamente y te tienes que buscar la vida cómo todo quisqui. O, mejor dicho, como los 3000 quisquis que han venido como tú a exactamente lo mismo y por encima de los cuales tienes que pasar para conseguirlo. Porque si de algo nos dimos cuenta al poco de llegar es que no éramos los únicos que habían tenido la misma idea, ni de lejos. Vale que era verano y este es un sitio turístico, pero aún así los albergues estaban a reventar de mochileros que, al igual que nosotros, tenían una vaga idea de venirse aquí a aprender el idioma y buscar trabajo. Que menos mal que reservamos sitio antes de llegar, que si no acabábamos durmiendo en la calle. Y aún así, poco nos faltó para ello.

Visto ahora resulta obvio que no nos organizamos bien, nuestras perspectivas no eran realistas y cometimos bastantes errores, aunque considerando nuestra poca experiencia en viajes y nuestra abrumadora falta de habilidades sociales supongo que pudo haber sido peor. Menos mal que hicimos una cosa bien: traer dinero de sobra. Que habiendo pasta de por medio da igual lo tonto que seas. Porque, seamos honestos, si llegamos a venir con los bolsillos vacíos nos hubieran tenido que repatriar en autobús a los tres días. Y es que, ignorantes de nosotros, creíamos que no nos costaría demasiado encontrar una habitación en un piso, aunque fuera de mala muerte. O esa era la idea. Pero al cabo de una semana aprendimos dos lecciones fundamentales: que a) en los pisos de mala muerte no querrían vivir ni las ratas; y b) cuando alguien tiene a una legión de chavales jóvenes, guapos e inocentes entre los que escoger, definitivamente no le va a dar la habitación a una pareja de españoles tirando a maduritos,  no muy agraciados y bastante poco sociables.

Así comenzó un peregrinaje de tres semanas de hotel en hotel y de albergue en albergue aprovechando cualquier oferta disponible, arrastrando las maletas de un lado a otro, buscando habitación en puntos WiFi más lentos que una tortuga con artrosis y atascándonos las arterias con buffets de desayuno grasientos. Qué poquito faltó para mandar todo a la mierda y volvernos. O para quedarnos sin dinero. Porque las libras volaban que daba gusto, oiga, y no parecía que llegáramos a ninguna parte. Pero, claro, a ver cómo encuentras trabajo cuando ni siquiera sabes dónde vas a dormir esa noche...

Cuando estábamos ya por rendirnos, después de mil rechazos y de cagarme en la madre que parió a todos lo políticos que habían provocado la migración masiva de jóvenes guapos e inocentes por falta de oportunidades, tuvimos un golpe de suerte (por llamarlo de alguna manera) y nos ofrecieron una habitación medio decente. Eso sí, la casa en cuestión estaba en venta, nadie había limpiado en serio en meses y estaba allí donde Cristo perdió las alpargatas, faltaría más. Pero, en fin, al menos era habitable y más barato que un hotel. O eso creíamos. Porque, claro, había que ir en autobús a todas partes, que incluso con abono era un pastón. Y cuando, tras dos meses de vivir allí, y por diversos motivos, decidimos largarnos, el dueño empezó a darnos largas con la devolución de la fianza. Medio año ha pasado ya y aún la espero. Puto cabrón. Pero a ver quién se mete en denuncias contra un nacional siendo extranjero y por los menos de 400€ que me debe, sobre todo sin contrato de por medio. Es lo que tiene ser emigrante, que a la que te descuidas te la meten doblada pero bien. Así que entre unas cosas y otras, la cosa salió por un pico. Más aún si tenemos en cuenta que también planeamos mal lo de irnos (para variar) y tuvimos que pagar otras dos semanas de hotel hasta que encontramos un nuevo sitio donde vivir. Tan grandes y tan idiotas, joder.

Al final la cosa salió bien. Aunque costó lo suyo. Porque durante unos días se nos ocurrió intentar alquilar un apartamento para nosotros solos, y tuvimos que desistir cuando nos dimos cuenta de los precios desorbitados que pedían por una mierda de espacio sin muebles, con un baño diminuto y una cocina de juguete en la pared. Ya no te quiero decir una casa de verdad. Eso sin contar que había tanta gente buscando también una vivienda que incluso en una ocasión nos pidieron dinero solamente por hacer una solicitud, a lo que muy cortésmente dijimos que se metieran el papel por allá donde la espalda pierde su nombre. Así que por el bien de nuestra salud y la de los agentes inmobiliarios decidimos olvidarnos del tema y al poco nos dieron plaza en una residencia (por llamarla de alguna manera, que esto es más una casa compartida que otra cosa), en la que llevamos viviendo desde entonces.

Así, con la tranquilidad y la estabilidad de saber dónde vas a dormir mañana pude centrarme en la gran pregunta que llevaba rondándome desde hacía mucho tiempo: qué coño hacer con mi vida. Pero eso ya es otra historia...

18 de marzo de 2011

Reinicio


Que conste que yo lo intenté, ¿eh? Por una vez en mi vida, y sin que sirviera de precedente, hice las cosas como todo hombre adulto se supone que ha de hacerlas. O por lo menos como lo cuentan en el cine. Y en la televisión. Y en las novelas. Y en los periódicos. Y en las tertulias de los bares. Vamos, que no me quedaba más cojones que ponerme a ello...

Para empezar me mudé a la capital, que ya se sabe que es donde está el trabajo y, si hacemos caso a las noticias, prácticamente todo lo demás. Además allí vivía la parienta, y, bueno, después de un año viéndonos a ratos igual se hubiera tomado a mal que me hubiera buscado un piso en otra parte. Tampoco es que me importara mucho ahorrarme el trago de tener que buscar vivienda en ese pueblo de locos, para qué vamos a mentir. Que sí, oye, el alquiler no era precisamente barato considerando que el edificio estaba sin reformar y tenía más años que Fraga, pero por algo se empieza.

Lo cierto es que irse a Madrid no fue ninguna tontería porque conseguí empleo el primer día, tras la primera entrevista. No es que me extrañara, claro, porque a fin de cuentas tenía un currículo impecable con una carrera casi terminada (bueno, lo del "casi" igual se me olvidó mencionarlo...), tres diplomas del INEM (que no sirven para nada), conocimientos de cinco idiomas (de los que solo hablo bien dos) y una carrera fulgurante en hostelería (basada en hacer sandwiches, repartir pizzas, vender cigarrillos y una breve estancia de recepcionista en un hotel del que me echaron a patadas). Ah, no, espera, que al final me cogieron porque hablo inglés y se manejar un ordenador. En fin, eran los años del "ladrillazo" y a la gente se la contrataba con tal de que supiera respirar...

Finalmente me busqué un hobby. Bueno, lo cierto es que no me lo busqué, ya lo tenía, y más que un hobby era una adicción. De las peores, además. Que ya hubiera podido hacer como todo el mundo y, no se, emborracharme los fines de semana hasta perder el sentido, hacer un máster de empresariales, construir portaaviones con palillos o tunear un coche hasta el borde de lo legal y la vergüenza ajena. Pero no, tuve que aferrarme a esa adolescencia imaginaria que en realidad nunca tuve y ponerme a comprar comics. A lo grande. Porque, claro, habían sido años de bastante escasez y ahora que tenía un sueldo fijo debía ponerme al día con las colecciones, que no eran pocas. Y vaya si lo hice. Vamos, que en pocos meses me saludaban por ni nombre de pila en todas las librerías en 10 kilómetros a la redonda...

Eso sí, no todo era trabajar y leer. También tenía... eh... la Wii. E invitábamos a gente a tomar el té, que sale barato y quedas bien. Incluso salíamos. No mucho, vale, pero salíamos. Mayormente a ver películas (extranjeras y en versión original, bien sure, aunque más por que pedantería era por no poder soportar las españolas y los doblajes, a menos que Iron Man se considere cine de autor) y a probar restaurantes nuevos en el barrio. Que siempre había alguno por probar. Para comprar pisos ya no habrá dinero, pero en comer sí que no nos cortamos, oiga. Luego dirán que hay crisis. Hambre desde luego sí. Y ganas de viajar también. Entre todos los compañeros de mi oficina ya se habían dado la vuelta al mundo varias veces. Y nosotros no íbamos a ser menos. Tampoco es que fuéramos muy lejos, ni que hiciéramos muchos viajes, pero al menos nos quitamos la espinita de ir a otra ciudad para patearla hasta la extenuación y luego colgar las fotos en Facebook. Faltaría más.

Así que ahí estaba yo, con novia, piso, trabajo, sueldo, vacaciones y una pared llena hasta el techo de papel impreso con tíos en mallas dándose de hostias entre sí. El sueño capitalista. O casi. Porque ni de broma me iba yo a traer el coche en pleno centro de Madrid (léase, ni de coña iba a pagar por una plaza de garaje a seis manzanas de mi casa). Y somos alérgicos a los perros, así que tampoco podíamos calzarnos las Doc Martens y salir a pasearlo por el barrio. Lo de mudarnos a las afueras, pedir hipoteca y comprarnos un piso de obra nueva a precio inflado hecho con materiales de dudoso origen sí estuvo bastante cerca, no obstante. Por aquello de si queríamos formar una familia en el futuro y tal. Había que seguir con el tópico. Y no veáis qué brasa da la suegra con lo de tener un nieto...

Pero, fíjate tú por donde, la cosa no acababa de funcionar. Quién lo iba a pensar, ¿eh? Una vida dedicada al trabajo y al consumismo no llegaba a satisfacerme. ¡Inconcebible! Que no sería porque no le estaba echando horas a lo primero. Entre los viajes de ida y vuelta a la oficina estaba fuera de casa 11 horas, a veces más. Medio día. Ahí es nada. Vale que de trabajo real solo fueran 8 o 9 y en temporada baja me tocara mucho los huevos (bastante horas extra gratis echaba el resto del año), pero eso quería decir que al final del día entre ducharme, cenar y fregar los platos apenas me quedaban un par de horas para... bueno, para vivir y tal. Eso que hacen los humanos de vez en cuando. Es cierto que tenía los fines de semana, pero considerando que me pasaba la mayor parte del sábado como un vegetal y que el domingo lo dedicaba a limpiar y hacer todas esas cosas que había ido aplazando hasta entonces, no se puede decir que lo aprovecháramos mucho. Y, de que me daba cuenta, la semana había empezado de nuevo.

Creo que no existen palabras en castellano para describir el profundo e inmenso vacío que sentí durante esos tres años. Me podrían haberme sustituido por un robot y nadie se hubiera dado cuenta. Qué coño, me podrían haber sustituido por un maniquí y nadie se hubiera dado cuenta. Bueno, puede que mi señora hubiese notado algo, pero con lo poco que nos veíamos a lo largo del día seguro que hubiera pensado que simplemente estaba de mal humor. No la culpo. Porque solía estarlo y con frecuencia. Es lo que ocurre cuando te pasas todo el día aguantando quejas de clientes, ves a tu pareja un rato a la semana y no tienes tiempo ni para leer los cómics que estás comprando con el dinero del trabajo que te buscaste para poder comprar cómics. Que se supone debería ser el epítome de tu existencia. Autofelación cósmica y tal. O a lo mejor es que yo lo entendí mal. Si la vida era trabajar, gastar y entretenerse mientras no estás haciendo ninguna de las dos cosas, ¿cómo es que me sentía como si alguien me hubiera arrancado el alma y se estuviera cagando en ella?

Puede que el problema fuera que no gastaba lo suficiente, porque lo cierto es que al final de mes siempre ahorraba algo de dinero. Quizás los mercados se sintieron ofendidos porque no acudí a mi sucursal en cuanto me convertí en indefinido para abrir un plan de pensiones, invertir en fondos basura o contratar una hipoteca a 65 años y un día. O simplemente comprar más basura tecnológica y ropa de marca. ¿Cómo me atrevía yo, un simple mortal sin repajolera idea de economía, a no mover mi capital? ¡Blasfemo! Igual tendría que haber ido a la puerta del banco y degollar una cabra con un iPhone para apaciguarlos. Quién sabe...

El caso es que era miserable. Odiaba mi trabajo, odiaba mi ciudad, odiaba mi piso, odiaba mi vida (vale, no toda, pero sí un buen pedazo). Llegó la crisis, los trabajos desaparecieron, los pisos se hicieron más caros, las ciudades más inhabitables y yo odié el mundo un poco más todavía. Si el presente ya era gris, el futuro se presentaba más negro que el sobaco de Michael Jordan. Así que dije "basta". A tomar el pelo a vuestra puta madre. Si esto es la vida que me espera, yo me apeo. Quedaos vosotros con las jornadas de 12 horas, los atascos de hora punta, la tarjeta de la FNAC, los restaurantes de nombre irónico y recoger mierdas de perro con una bolsa a las 8 de la tarde. En cuanto la señora estuvo libre de compromisos vaciamos el piso, juntamos los ahorros y nos largamos al extranjero. Por practicar el inglés y eso, que luego es muy práctico para encontrar empleo. O al menos esa era la excusa. Cuanta más tierra y agua de por medio mejor.

Pero esa parte de la historia ya la dejamos para otro día...

14 de marzo de 2011

Una vez más, desde el principio




Hola, me llamo... bueno, qué más dará como me llamo. Creo que lo más importante ahora mismo es cómo me hago llamar. Aquí, en la blogosfera, para aquellos que me leen, soy conocido como el Inadaptado Social. Ahí es nada.

Sí, para que negarlo, es un sobrenombre pretencioso y algo infantil, pero en aquel momento tenía sentido. Estoy hablando de hace algo más de 6 años, cuando un yo terriblemente aburrido, frustrado y más salido que el campanario de una iglesia decidió abrir este blog con la intención de vomitar sobre el teclado todas aquellas ideas que le rondaban en la cabeza y con las que no podía dar la brasa a ningún amigo, familiar o conocido. Ante todo, porque no se atrevía a decir semejantes barbaridades en voz alta. Pero además, para qué negarlo, porque no tenía a quién.

Porque lo cierto es que, más que el cómo me hago llamar, creo que lo realmente interesante es el motivo. Yo soy una de esas personas a las que toda su vida han llamado "raro". Callado, serio, introvertido, algo empollón, con nulas habilidades sociales y una visión diferente del mundo. Creo que, si estáis aquí, no hace falta que explique más. Probablemente ya conocéis las bromas, las miradas, las discusiones, los abusos o la indiferencia que esto conlleva. Durante la mayor parte de mi vida he dado tumbos de un lado a otro con la permanente sensación de que no encajaba en ninguna parte y nunca conseguía encontrar mi sitio. Aún la tengo, la verdad. De ahí lo de "inadaptado". Ya que por mucho que lo intente, por mucho que me deje llevar por la corriente y haga las cosas como se supone que las hacen los demás, no solo no me suelo encontrar cómodo sino que las más veces ni las entiendo ni las disfruto. Y si soy el único que no lo hace, eso quiere decir que soy yo el que tiene el problema. O al menos así lo pensaba.

Durante algo más de cuatro años estuve quejándome y haciéndome infinidad de preguntas y pajas mentales en lo que ahora se ha convertido en el capítulo primero de este blog. Al principio de forma compulsiva, después con menos frecuencia en cuanto se me fueron secando las ideas, escribir esos textos fue posiblemente lo único que me separaba de la demencia y el aislamiento más absolutos. Porque, por primera vez, estaba haciendo algo que no solo me gustaba y se me daba bien (aunque, para qué decir otra cosa, no soy Cervantes y hay muchas entradas que ahora me da vergüenza leer) sino que me ayudó a conectar con más gente que, o bien sentía y padecía lo mismo que yo, o bien podía entender lo que contaba. No es ninguna exageración que el blog cambió mi vida, no de forma radical, pero sí lo suficiente para no necesitarlo.

No fue el único motivo, la verdad. Si bien suena exagerado, en cierta manera podría decir que "Asco de vida" murió de éxito. No solo empecé a exigirme más de lo que podía dar, espoleado por los ocasionales  momentos de brillantez que llegaron a dar a esta página más de 50.000 visitas, sino que el hecho de compartir mi vida con alguien a quien había conocido gracias al blog hizo que ya no pudiera recurrir a la comodidad del anonimato para escribir sin miedo a las consecuencias. Cuando tienes que mirar a los ojos a quienes te leen, las palabras no salen de igual forma. Y llegó un punto en el que tuve que admitir que ni yo ni las circunstancias eran las mismas que al principio y por tanto no podía continuar como tal.

Eso fue hace trece meses, aproximadamente. En ese tiempo, las cosas han vuelto a cambiar. No radicalmente, no hasta dejarme en la misma posición que al principio de todo, pero sí lo suficiente como para sentir de nuevo la necesidad de escribir. Porque siento que ahora, 32 años después de haber puesto por primera vez el pie en este planeta, no solo estoy más perdido que nunca, sino que también veo las cosas con más claridad. Se que tengo un problema, se que no estoy solo y se que la culpa de haberme convertido en el Inadaptado no es mía, sino de este asco de mundo.

Así que he decidido que, en vez de continuar con el blog como tal, voy a empezar otra vez desde el principio. Bajo el mismo nombre, pero en un nuevo capítulo que ni olvide lo pasado ni se deje arrastrar por él. No puedo prometer que será mejor, ni que mantendré el ritmo de antes, ni siquiera si cambiaré la horrorosa plantilla que escogido. La verdad es que por no saber, ni siquiera tengo claro qué dirección tomará este blog conforme pasen los meses. Pero lo que sí tengo claro es que me he cansado de pasar las horas muertas sentado delante del ordenador sin hacer nada más que lamentarme y perder el tiempo.

Es hora de volver a la acción. Y esta vez no me pienso cortar ni un pelo...