Si existe un
infierno especial para los inadaptados, tiene que ser muy parecido al
Puerto de Alicante. Hordas de gente borracha, colocada o salida (muchas veces las tres cosas a la vez), abarrotando locales pretenciosamente elegantes con muy poca luz, porteros bordes, precios exorbitantes y una selección musical propia de unas fiestas de pueblo. No entiendo como la
National Geographic aún no ha hecho un estudio sobre homínidos en ese lugar...
El caso es que anoche casi había
luna llena, lo cual significa que estaba mucho más salido que de costumbre (que ya es decir). A eso hay que añadirle el agravante del calor, el aburrimiento y la soledad (a nivel general, porque realmente me gustaría vivir solo), y que ya ha pasado medio año después de mi última relación y la
naturaleza vuelve a llamar a la puerta. Por ello decidí hacer algo para dejar de sentirme culpable por estar siempre metido en casa y, a pesar de haber prometido no volver a pisar ese lugar, me tragué el
orgullo y me fui a bailar al Puerto, que es donde se supone que es más fácil ligar. Se supone.
El caso es que no estuvo mal del todo. Después de una hora bailando en el único pub que suporto (el
Cola de Gallo, llamado maliciosamente "pata de gallo" en mi época por la edad media de los parroquianos de entonces), llegué a estas tres conclusiones:
- La edad se va notando y ya no tengo el aguante que antes
- A pesar de la falta de práctica sigo bailando House de puta madre
- Si no ligo es porque soy completamente gilipollas
Sigo pensando que en realidad no me gusta el
sexo. O al menos no he aprendido a disfrutarlo del todo. Puede que sea por mi carácter ("Quien no desea poder no desea sexo", que dice
Palahniuk en
Superviviente), pero lo cierto es que nunca he hecho un auténtico esfuerzo por conseguirlo cuando lo necesitaba o creía necesitarlo. Simplemente nunca ha sido una de mis prioridades. Es por eso que nunca he entendido del todo la actitud de los que mandan mensajes de móvil a los
sistemas de contactos de los canales locales, o a los que se pasan horas y horas en los
chats de sexo, o a los
buitres que se arriman a todo lo que tenga tetas y aún respire. Nunca me he sentido identificado con esa irrefrenable necesidad de meterla en caliente como sea, a ser posible gratis y a ser posible sin preguntas, sin compromiso y sin preambulos.
Hasta anoche.
Anoche apenas me reconocía a mí mismo. Ya no por las intensas ganas de
follar (soy un tio, o sea que las tengo desde los 14 años), sino por la
frustración que me estaba provocando el no conseguirlo. O más bien el no ser capaz de intentarlo. Tiene gracia que ni en las situaciones más extremas pueda dejar de actuar como lo hago siempre. Me dijeron que borracho estaría menos cohibido, pero no fue cierto. Me dijeron que colocado me cortaría menos, pero no fue cierto. Pensé que tan salido como estaba al final acabaría por intentarlo como fuera, pero tampoco fue cierto. Nada es tan fuerte como el
miedo.
Lo peor es que, como digo, si no ligo es porque soy completamente
gilipollas. A pesar de que la falta de modestia no es una de mis cualidades (aunque debería), debo decir que cuando hay buena
música electrónica de por medio bailo muy bien. No tengo estilo, mis pasos son repetitivos y en algunos momentos debo de resultar incluso cómico, pero siempre lo hago con mucha energía, procurando no perder el ritmo ni un segundo y, sobre todo, divirtiéndome con ello. Y eso a la gente le impresiona. Aunque nadie me crea (de hecho yo no lo haría) hay
mujeres a las que le llama la atención mi forma de moverme y son ellas las que a veces se acercan a mí.
Ellas a mí.
Pero, a pesar de todo, sigo sin comerme una rosca. Soy tan completamente inútil que no se aprovechar una situación de
ventaja (algo por lo que muchos matarían) para utilizarla en mi favor. Ni cuando tengo un buen día y soy todo sonrisas para las chicas que se acercan al
mostrador de recepción a preguntarme algo. Ni en las otras (escasas) ocasiones en las que, por el motivo que sea, he conseguido llamar la atención a alguien. Joder, en Madrid dejé pasar un polvo con una
compañera de trabajo... ¡a pesar de que esa noche dormí en su casa! Por eso anoche lo que realmente me corroía no era no haber conseguido sexo, sino un infinito sentimiento de
frustración que casi me arrancó alguna lágrimas en el camino de vuelta.
Y entonces es cuando lo entendí. Los mensajes de móvil, las horas de chat, el buitreo indiscriminado... Lo peor no es que después te la tengas que pelar como un mono en tu habitación viendo
porno bajado de internet (algo que, a fin de cuentas, ya hago casi a diario), sino la sensación de frustración, de inutilidad, de humillación. Eso es lo que llena las
páginas de contactos de pago. Eso es lo que mantiene muchos
clubs de alterne abiertos. Eso es lo que da de comer a las chicas de las
líneas eróticas. Porque en esos sitios no hay lugar para el derrota, allí pagas por obtener una victoria segura. Lo que sea para evitar sentirte un fracaso, ya no como hombre sino como especimen humano. Toda
autoestima tiene su límite.
Ahora lo que me queda por saber es si me quedará la suficiente para seguir intentandolo o me rendiré y empezaré a aceptar que, quizás, lo de ligar por
internet no es tan malo...