Y luego digo que no quiero llamar la atención...
Un recurso habitual del género "textos graciosos que ridiculizan a los hombres" (de los que se utilizan en monólogos o que se envían por correo a las compañeras de oficina cuando el jefe no está mirando) es parodiar nuestro comportamiento en el
sexo. Que si somos unos torpes, que si no tenemos imaginación, que si sólo vamos a lo que vamos, etc, etc... Vamos, los tópicos de toda la vida. Y obviamente nosotros lo negamos. Ante todo porque generalizar está muy feo, pero además porque estamos en pleno auge de metrosexuales, übersexuales, supersexuales y cualquiera que sea la etiqueta que se hayan inventado ahora para decir que somos todos muy modernos, muy sensibles, muy concienciados y tratamos a las
mujeres como se merecen. O al menos lo intentamos. Especialmente en la cama.
El caso es que estoy un poco harto de tanta
corrección política y tanta búsqueda de la perfección masculina. O del punto G, qué más da. Porque por mucho que tratemos de engañarnos a nosotros mismos (y especialmente a nuestras parejas, que es de lo que se trata a fin de cuentas) hay
verdades irrefutables de las que no podemos escapar. Es nuestra naturaleza, nos guste o no, ya no solo como hombres sino sobre todo como seres humanos. Y alguien tiene que decirlo en voz bien alta. Bueno, o en letra bien clarita. Se que generalizar está muy feo (mmm, creo que ya lo he dicho antes), pero... coño, así es más divertido.
Hay que tener en cuenta dos leyes (casi) inamovibles del carácter masculino. La primera ley es que los hombres somos
egoistas. Siempre. Sin excepción. Cuando nos esforzamos para que disfruteis es porque o así nos lo pasamos mejor, o para inflar nuestro ego. Más aún, quiero decir. En una conversación de hombres nunca se oye a ningún tio decir "siempre consigo satisfacer a mi compañera", sino más bien "ayer mi churri se corrió tres veces". Y sin sacarla, sentenciarán algunos. Que
fantasmas hay muchos, y en un bar y con varias cañas en el cuerpo la lengua se suelta cosa mala...
La segunda ley es que los hombres no os entendemos. En general somos incapaces de averiguar lo que os da
placer y lo que no. Oh, sí, podemos darnos cuenta de si chuparos esto o acariciaros aquello provoca tal o cual respuesta (eh, si el perro de Paulov pudo, ¿por qué no nosotros?), pero una vez metidos en faena somos incapaces de percibir cosas más sutiles. Incluso las no sutiles. Ya no digamos distinguir orgasmos. Así que tragaos el orgullo y quitaos de la cabeza la idea de que vamos a conocer vuestras
necesidades nosotros solos. Hay que explicarnos las cosas bien clarito, paso a paso, con esquemas y presentación en Power Point. Como poco. Y os aseguro que, a pesar de lo que creáis, no nos vamos a ofender. Bueno, al menos mientras no comenteis nada acerca de tamaños o duraciones del coito...
Una vez asumidas estas dos leyes, hay que tener en cuenta lo siguiente:
- Si os magreamos los
pechos como si estuviéramos amasando pan no es porque creamos que os gusta a vosotras. En absoluto. Es porque a nosotros nos gusta magrearos los pechos como si estuviéramos amasando pan. ¿Que por qué? Ni puta idea. Algo freudiano, seguro. Lo mismo se puede aplicar a otras partes del cuerpo, en especial nalgas y muslos. Si esto no es recibido con agrado, sugiero revisar la segunda ley.
- A la hora de practicar el
sexo oral (usease, cuando os vamos a comer el coño) nunca nos digáis "no hace falta que lo hagas si no quieres". Dad por hecho que si no quisieramos hacerlo no lo haríamos. Ante todo porque, como ya hemos visto en el primer punto, estas cosas son para nuestro propio disfrute, no el vuestro. Y además porque esto no es como una cena romántica o un regalo caro, que suelen ser para quedar bien. A fin de cuentas, ya estamos follando...
- No pregunteis nunca si queremos que nos hagais una
mamada (uséase, que nos chupéis la polla). Eso se da por hecho. Incluso cuando decimos "no te molestes" o "solo si tu quieres" lo que estamos pensando es "¡Sí, joder, sí!". Aunque lo hagais mal, nos da lo mismo. Incluso si por accidente nos provocais alguna herida con los dientes, también nos da lo mismo. Total, la técnica se mejora con la práctica, ¿no?
- El
tamaño SÍ nos importa. Mucho, de hecho. Y como en general tiene poco arreglo (cirugía aparte, algo que duele solo de pensarlo), no nos gustan las comparaciones. Es más, las odiamos con todas nuestras fuerzas. Así que para evitar problemas lo mejor es que no hagáis ningún tipo de comentario al respecto. A menos que os preguntemos, claro está, en cuyo caso la única respuesta aceptable es... una mamada.
- Si alguna vez nos pilláis haciéndonos una
paja no significa que hayamos perdido el interés en el sexo. En absoluto. Dad por hecho que si no nos gustara follar con vosotras lo más probable es que ya os hubiéramos dejado. Lo que ocurre es que a nosotros nos gusta el sexo Y hacernos pajas. A fin de cuentas nos las hemos hecho desde que teníamos uso de razón (y de las manos) y dominamos la técnica mejor que cualquier otra cosa, por lo que sabemos como satisfacernos a nosotros mismos mejor que nadie. A pesar de lo gay que suene.
- De igual modo, nunca os ofendáis al descubrir nuestra colección de
pornografía (ya sea en papel, DVD, en el ordenador o cualquier otro medio). Porque, en contra de lo que podáis pensar, no significa que deseemos a otras y seamos unos infieles en potencia. Es mucho más simple que eso: es porque, como ya he explicado en el punto anterior, nos gusta hacernos pajas. Y la pornografía sirve para eso. Además, con lo que cuesta reunir una buena colección no es plan tirarla por una tontería...
- Hablando del tema, la mayoría de los hombres (aquí sí que da igual la orientación) hemos recibido la mayor parte de nuestra
educación sexual viendo pornografía. Es por eso que si en la cama somos aburridos no es por falta de imaginación (que también), sino porque no nos atrevemos a hacer todo lo que tenemos en la cabeza. O no somos capaces. Porque en realidad conocemos posturas, parafilias, técnicas, fetiches y juguetes sexuales como para escribir una enciclopedia. Pero, claro, no todos somos Nacho Vidal...
- Para acabar (que ya he dicho bastantes gilipolleces), ¿a que os jode que os digamos que tenéis un humor de perros cuando estáis con la regla y os duele el vientre como si os lo estuvieran hurgando con tenazas al rojo? Pues a nosotros nos jode que nos llamen insensibles cuando después de eyacular nos quedamos dormidos. Y en ambos casos es casi igual de inevitable. La
naturaleza, que es así de cabrona...