30 de octubre de 2009

Un día como cualquier otro

En el departamento de enfrente, decorado con globos negros y naranjas (estos últimos pintados con caras supuestamente terrorificas), comen tortilla y bocadillos para celebrar Halloween.

Una fila de mesas detrás de la mía varias mujeres discuten sobre diversos realities, programas de cotilleos y otros subproductos televisivos, cuyo amplio conocimiento de la materia contrasta con ese impostado tono de superioridad con el quieren dar a entender que en realidad no los ven.

Un tío, porque siempre hay algún tío, se dedica a reenviar a todo el mundo powerpoints con fotos curiosas, chistes, desnudos o videos pornográficos.

Tres chicas abren entusiasmadas las cajas de ropa que han comprado por catálogo y que se hacen traer a la oficina misma.

Dos compañeros flirtean enfrente de la fuente de agua. Ella lo hace por deporte, jamás le dará una oportunidad.

En el baño, el imbécil de turno deja la taza llena de salpicaduras, no tira de la cadena e incluso puede que se haya dado el gusto de pegar un moco en la pared.

Al correo me llega un cupón enviado por la empresa para comprar en una cadena de zapatos a mitad de precio. En realidad el cupón le llegó a otro empleado para usarlo de forma exclusiva, nunca se debería haber enviado a todo el mundo.

En alguna parte, alguien está robando en el almacén de una delegación.

Al otro lado del teléfono una persona reclama con fiereza que le entreguemos su envío amenazándonos con una demanda. Por supuesto no se ha leído las condiciones del contrato que firmó y de ir a juicio perdería estrepitosamente.

El navegador se cuelga. Hablo con IT y me cuentan que todos nuestros programas están creados para usar Internet Explorer 6 y que ni siquiera se contemplan otras opciones.

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Siento que cada minuto que paso aquí un millón de mis neuronas mueren entre estertores de agonía...

29 de octubre de 2009

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Esta mañana al mirarme al espejo me he dado cuenta de que debería empezar a vestirme como la persona adulta que mi edad, mis canas y mis ojeras dan a entender.

Después he revisado el precio de la ropa de la sección de caballeros y he pensado que ser un adolescente a los 30 años no es tan malo después de todo...

28 de octubre de 2009

Encadenado

Durante estos días he estado meditando sobre mi situación actual y he llegado a dos conclusiones importantes. La primera, que ya no soporto más mi trabajo. La segunda, que no puedo dejarlo.

Es fácil decir ahora que no debería haber aceptado este empleo, pero lo cierto es que en aquel momento tenía prisas por dejar de parasitar a mis padres y acepté lo primero que me dieron. Por una mujer, abandoné a toda prisa mi pueblo y me instalé en una ciudad que detesto, en un barrio que detesto, en una casa que detesto, para que las doce horas al día que invierto en hacer algo que detesto me permitieran pasar un rato con ella. Joder, a veces mi vida parece una mala canción de Sabina.

El caso es que yo pensaba que esto iba a ser algo temporal, haciéndome partícipe de una de esas mentiras universales que nos contamos a nosotros mismos para seguir levantándonos por las mañanas (junto a "no estoy tan gordo" y "mañana dejo de fumar"). A fin de cuentas era la época de bonanza y en ese momento había opciones de sobra para elegir. Cinco entrevistas tenía pendientes cuando me reclutaron para trabajar en este agujero. Pero eso era entonces y esto es ahora. Porque la gran pregunta es, ¿quién tiene cojones para dejar un trabajo en estos momentos?

Tan solo plantearme la posibilidad hace que resuenen varias voces incómodas en mi cabeza. La de mi madre, que como toda madre quisiera verme de ministro cuanto menos, llamándome insensato por dejar de lado la seguridad económica de mi trabajo actual sin el colchón del paro, temiendo que tenga que recurrir de nuevo a ellos estando al borde de la jubilación. La de todos esos trabajadores que ahora se encuentran en la calle, sobreviviendo con lo justo, muchos de los cuales se cortarían un brazo por cobrar lo que yo ingreso al mes (aunque antes de que se pinchara la burbuja algunos de ellos ganaran el doble, todo hay que decirlo). La de mis jefes, que a fin de cuentas me dieron la oportunidad de entrar en la empresa a pesar de mi pobre currículum, y que, aunque no se puede decir que se preocupen de que esté motivado (y de hecho este verano nos han puteado a base de bien), al menos tuvieron la decencia de hacerme indefinido. La de mi señora, pidiéndome que aguante un poco más hasta que termine con lo suyo, que unos meses no son nada y después, o al menos ese es el plan, tendremos libertad para irnos a otra parte. La de mi propio sentido común, que me grita que con mis ahorros actuales apenas si podría aguantar hasta febrero, que sin tener claro qué quiero hacer con mi vida sería lo mismo que saltar sin paracaídas, y que con mi experiencia lo único que podría conseguir es un trabajo similar, en una oficina similar, en un ambiente similar y posiblemente con un sueldo peor.

Posiblemente me quejo de vicio. Trabajo bajo techo, sin tener que limpiar, sin tener que hacer esfuerzos físicos, sin tratar a la gente cara a cara y además ganando más de 1000€ al mes. Eso es mucho más de lo que había tenido hasta que llegué aquí. También puede que mis cavilaciones se deban al aburrimiento, a la rutina, a la vida de pareja ociosa, a que no tengo ninguna afición que me distraiga y llene los ratos muertos. Un urbanita treintañero más, hastiado y sin rumbo. Pero aún así, no lo soporto. No soporto las chapuzas, los clientes prepotentes y comerme uno tras otro los marrones ajenos. No soporto los días exactamente iguales, de casa al trabajo y del trabajo a casa, arañando tiempo del sueño y los viajes en metro para que no parezca que mi vida se reduzca a tres horas. No soporto la incertidumbre de quedarme atrapado en un puesto sin futuro, sin salidas, sin posibilidad de promoción, solo enviando los mismos informes y haciendo las mismas gestiones una y otra vez hasta que la empresa me prejubile o se vaya a la quiebra. No soporto las caras grises, el aire contaminado, las prisas, los empujones y la sensación de que todo está pasando en otra parte.

Pero aún así, no puedo dejarlo. Porque sería estúpido abandonar por un berrinche, sin ningún plan ni objetivo; porque no se qué hacer con mi vida y a estas alturas no se si lo sabré nunca; porque me aterra la idea de volver a no tener dinero después de haber conseguido salir adelante por mí mismo; porque sería injusto para los que no tienen trabajo y porque me arriesgo a convertirme en uno de ellos durante demasiado tiempo; porque el problema en realidad es más profundo y un cambio de aires puede que no sea suficiente; porque probablemente no tengo razón; porque aunque la tenga me faltan cojones.

Enhorabuena, cabrones, habéis conseguido convertirme en un esclavo.

25 de octubre de 2009

Arrancando el blog de nuevo (o no): 5 cosas para las que debería ser obligatorio un examen psicológico

  1. Conducir - Mucho deberían aprender los publicistas actuales del genio del marketing que convenció a la humanidad de que pasar de cierta edad y aprobar dos simples exámenes de aptitud serían suficientes para manejar un vehículo a motor. Casi 200 años y decenas de miles de muertos después no solo no hemos salido de nuestro error sino que además siempre acabamos culpando de nuestra propia incapacidad para viajar a más de 20km/h a la voracidad recaudatoria de la DGT, el estado de las carreteras o algún ciclista que pasaba por allí.
  2. Tener hijos - El debate sobre al aborto se acabaría rápidamente si cada una de las familias que se oponen con tanta fiereza tuvieran que acoger durante un año a cualquiera de los cientos de mocosos adolescentes incontrolables y violentos que pueblan nuestras aulas, fruto de una total desatención de unos progenitores que pensaban que educar a un hijo sería poco más o menos como tener una mascota. Si por mi fuera suministraría a toda la población un anticonceptivo permanente cuyo antidoto solo podría prescribirse a aquellos que demostraran ser capaces de cuidar de algo más complejo que una planta sin echarlo a perder a los tres días.
  3. Trabajar como teleoperador - Entre las pruebas que han de superar los aspirantes a astronauta antes de salir a una misión real se incluyen todo tipo de exámenes de resistencia al estrés que puedan sufrir una vez en el espacio. Creo que la NASA podría ahorrarse mucho dinero si en vez de eso los hiciera trabajar al otro lado de una línea de atención al cliente durante un mes, soportando las quejas y desvaríos de los usuarios, cubriendo el culo a la empresa cada vez que cometiera un error e intentando vender basura a horas intempestivas a gente seleccionada al azar, todo ello en unos horarios abusivos, con unas condiciones de trabajo esclavizantes y por poco más del sueldo mínimo. Después de eso ir a Marte sería un paseo por el campo.
  4. Beber alcohol - Cualquier medicamento que tenga la más mínima posibilidad de provocar somnolencia debe ser vendido en farmacia y, en algunos casos, bajo prescripción médica. Sin embargo, una sustancia altamente adictiva, que provoca serios daños al organismo, cuya ingesta puede alterar completamente la personalidad de la que consume y que es responsable directa e indirectamente de cientos de miles de muertos al año se compra en cualquier supermercado. Aunque, claro, si le preguntas a cualquiera te dirá que controla, que solo bebe un vino en las comidas y un cubata de vez en cuando, y que los borrachos irresponsables son los demás.
  5. Escribir un blog - A poca gente se le ocurriría ir a la plaza mayor de su lugar de residencia y empezar a contar su vida e intimidades al primero que pasara por allí. Sin embargo, incluso la persona más introvertida puede crearse en cinco minutos una página en Blogger o Wordpress y desgranar hasta los detalles más morbosos de su, por lo demás, anodina existencia, aunque después tenga que desactivar los comentarios porque no soporte leer críticas sobre la misma. Lo que, eso sí, no le impedirá estar pendiente del número de visitas, de su posición en la lista de Technorati o del estado de su candidatura a los premios de 20 minutos.