20 de septiembre de 2008

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Tanto abusamos de ella en los servicios de atención al cliente, que dentro de 100 años la gente utilizará la palabra "incidencia" como sinónimo de "catástrofe".

17 de septiembre de 2008

Doctrinas

Fuente: Foxtongue

Existe una considerable cantidad de familias que se han acogido a la objeción de conciencia sobre la asignatura de Educación para la ciudadanía alegando que no quieren que el estado adoctrine a sus hijos. Dejando de lado el debate de si pueden o no objetar, de si realmente la asignatura es necesaria y de qué coño pinta la religión en las escuelas, para mí está muy claro que este movimiento no es sino una forma de tocarle los cojones al gobierno de Zapatero alentado por la Iglesia y los partidos de derecha (perdón por la redundancia). Ni doctrina, ni educación, ni pollas en vinagre. Y la prueba más fehaciente es que si realmente quisieran boicotear la asignatura en estos momentos no estarían moviendo ni un dedo.

Porque, vamos a ver, ¡que estamos hablando del instituto! ¡Adolescentes con hormonas y móviles! ¡Y además esta asignatura es una "maría"! ¡Seguramente ni siquiera les harán examen! ¿De verdad quieren que Educación para la ciudadanía fracase? Pues que dejen que los estudiantes acudan a ella. A fin de cuentas, ¡¡NADIE LE VA A HACER NI PUTO CASO!!

15 de septiembre de 2008

Meta



Me faltan 10 créditos para obtener el título de la carrera que, sobre el papel, terminé hace 7 años. La pregunta inevitable que me hace todo el mundo es, ¿por qué no terminas la carrera de una vez? Y entonces es cuando hago memoria y me doy cuenta de que, en estos 7 años:
  • Nunca me han pedido que enseñe el título.
  • Sólo 1 de cada 5 entrevistadores conocía la existencia de mi carrera.
  • Nada de lo que he aprendido me ha ayudado a encontrar trabajo.
  • Podría haber llegado hasta donde estoy con tan solo un par de cursos en una academia o de módulos de FP.
  • No tengo intención, al menos en el futuro inmediato, de ser funcionario.
  • Tendría que invertir una considerable cantidad de tiempo y dinero.
  • Ningún aspecto de mi vida va a mejorar cuando lo consiga.
  • De aquí a muy poco tiempo el plan Bolonia va a convertir ese plan de estudios en algo obsoleto.

Así que, la auténtica cuestión es, ¿por qué coño siento esta enorme presión social en mi entorno (y allá donde cuente mi historia) por conseguir un papel que no me va a servir absolutamente para nada excepto para adornar las paredes? ¿Por qué esa necesidad tan perentoria de obtener premios, títulos y medallas para demostrar nuestra valía? ¿Realmente me van a respetar más si apruebo ese examen? Y en ese caso, ¿¿es que nos hemos vuelto todos gilipollas??

14 de septiembre de 2008

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No entiendo como en un mundo en el que existen hasta distintos tipos de ropa interior sigamos teniendo que conformarnos con elegir entre monarquía o república, dos sistemas políticos cuya única diferencia real es si podemos elegir o no a la persona que estará por encima de todos nosotros, con más privilegios que nadie y cuya función política es meramente decorativa...

12 de septiembre de 2008

Casi perfecta

Aprovechando que los viernes me dejan solo, que la parienta aún no ha tenido tiempo de censurarme y que, de todas formas, solo tengo ganas de escribir algo lúdico, retomemos una de la tradiciones del blog que más he echado de menos: mis fetiches. Y esta vez, sin que sirva de precedente, será un fetiche en sentido estricto, ya que se trata de una célebre "internet idol" conocida como Busty Alli.



Daría datos biográficos, pero aparte de que no se encuentran por ningún lado, las dos razones principales por las que se ha convertido en uno de mis fetiches saltan a la vista. Dos grandes y bien hermosas razones.



Aparte de eso, el que suscribe piensa que, en conjunto, tiene uno de los cuerpos más perfectos que sus miopes ojos jamás hayan visto. Bien torneado y proporcionado, con abundantes carnes y curvas, muy lejos del estereotipo de modelo anoréxica que se sigue viendo en las pasarelas por mucha masa corporal que midan. Que si todas fueran como ella, otro gallo le cantaría a la Pasarela Cibeles...



No obstante, lo que más me fascina es, precisamente, que no es una obra de arte. Que a poco que se fije uno se pueden apreciar esas pequeñas imperfecciones (manchas, estrías, arrugas) que en otros medios se intentan ocultar a toda costa, convirtiéndo a las mujeres en poco menos que muñecas de plástico sin alma. Y además está el hecho de que, digámoslo abiertamente, no es demasiado atractiva. De mirada poco expresiva, sonrisa algo bobalicona y facciones no muy pulidas, destaca más bien poco o nada en este mundo de húngaras y checas, a cada cual más guapa, que últimamente parecen fabricadas en serie.



Este hecho crea una paradoja, ya que Alli (o como quiera que se llame en realidad) tiene uno de esos rostros que, más que lujuria, lo que transmiten es simpatía, confianza, que te dan ganas de sentarse a charlar con ella. Supongo que es una de esas grandes bromas del Karma. Aunque, reconozcámoslo, su afición a hacerse coletas de colegiala o fotografiarse con lo primero que pille en casa (la aspiradora, mismamente) tampoco ayuda. Y eso que, cuando quiere, puede ser lo suficientemente provocativa.



Aún así, se agradece. Internet ya tiene suficientes lolitas con pretensiones, que no sonríen ni aunque les paguen y que en realidad no valen más que tu vecina de enfrente. Así que, viva la naturalidad, viva la simpatía... y vivan las tetas grandes.

11 de septiembre de 2008

Let's begin with something simple



Después de darle vueltas y más vueltas a cómo retomar el blog habiendo cambiado por completo las circunstancias en las que fue creado y desarrollado, me he dado cuenta de que lo más fácil es empezar por el principio, por lo más básico. Y ya que esto es un weblog, usease, un diario en formato web, qué mejor que volver a escribir todos los días (bueno, excepto los sábados) lo primero que se me pase por la cabeza, sea lo que sea. Que la creatividad, la ironía y las críticas mordaces vendrán por sí solas, si es que han de venir. Y si no, por favor, dejen de leerme antes de que me ponga a hablar de mis plantas.

Reflexión crítica de hoy: ¿por qué tenemos tantísimas ganas de que llegue la crisis? Bien es cierto que ya ha aumentado el paro, que los precios suben y las hipotecas ahogan a las familias, pero, joder, las cosas no van mucho peor que hace dos meses. Y sin embargo por lo que cuentan algunos parece que haya llegado el fin del mundo. Parece que quieran que haya una recesión económica que nos eche a todos a la calle a dormir debajo de los puentes y alimentarnos con cartillas de racionamiento. Pero yo, que vivo en el centro, miro por la ventana y sigo viendo a la gente salir en masa los fines de semana, comprar en las tiendas y montarse en el coche (con lo cara que está la gasolina). Sigo viendo carteles de "Se vende" en los balcones que me dicen que la gente no está tan necesitada de dinero como para alquilar sus pisos en vez de esperar más de un año a venderlo. Sigo viendo edificios en construcción y obras públicas faraónicas. Sigo viendo que las cosas, digan lo que digan, no van tan mal.

Así que no puedo dejar de preguntarme la razón de este intenso deseo de que nos vayamos todos al carajo. ¿Efectos secundarios de una educación judeo-cristiana que alaba el martirio por encima de la superación personal? ¿Queremos que nos vaya mal para poder decir al gobierno "Sois unos putos inútiles"? ¿Acaso es que nos gusta sentirnos jodidos, para sentir esa especie de superioridad moral que da el ser menos privilegiado que otros?

Ya, se que de aquí a un año las cosas van a ir realmente mal (o eso cuentan), pero, sinceramente, yo veo a más gente quejarse que aportar soluciones. Que cuando los pisos se vendían y compraban por tres veces su valor real nadie decía ni pio, pero bien que ahora todo el mundo despotrica contra los políticos por no haber hecho nada. Y, la verdad, hasta que la gente no empiece a emigrar en masa a Suiza o los países escandinavos no voy a dejar de pensar que vivimos en el primer mundo (aunque a veces no lo parezca) y quien quiere puede capear esta crisis y las que les echen.

3 de septiembre de 2008

Vivir para ver



En el complejo Alfa hay tres temas de conversación recursivos a la hora de la comida: la propia comida, los destinos de vacaciones y poner a parir a los compañeros ausentes. De esos tres, el que más me fascina es el ansia viajera de mis compañeros. Casi parece que estuviera en el contrato salir de casa en cuanto se tienen un par de días libres, ya no digamos una semana. Tal es su afán que entre todos ya se han dado como mínimo un par de vueltas al mundo, pasando cada uno de ellos al menos una vez por los destinos principales de cualquier catálogo básico de agencia de viajes: Egipto, Cancún, Turquía, Praga, Marruecos, Nueva York, Irlanda...

He de confesar que esta afición por coger las maletas a la mínima ocasión y marchar a donde indique el touroperador de turno no me es totalmente ajena. Cuando era un crío, entre muchas otras fantasías propias de la edad, llegué a la determinación de conocer el planeta entero. Quería verlo todo; todos los continentes, todos los países, todas las ciudades, todos los monumentos y rincones, todo lo que este mundo tuviera que ofrecer. Era, en parte, una cuestión de curiosidad, alimentada por haberme criado en un pueblo situado en el culo del mundo y con una mentalidad endogámica del que me parecía ser imposible escapar. No obstante sí que era posible, y de hecho en los tres primeros años de universidad llegué a hacer sendos viajes que me permitieron creerme por un momento que no volvería a quedarme demasiado tiempo en ningún sitio.

Pero la principal causa de mi propia ansia viajera no era una cuestión intelectual. Cierto es que había (y hay) una serie de lugares conocidos que me gustaría ver, aunque tan solo sea por sus connotaciones subculturales; egiptología aparte, ya no podré mirar las pirámides sin pensar en Stargate, Asterix y Superlópez. Sin embargo, si quería recorrerme la Tierra de punta a punta sin dejar de fotografiar ni una piedra era una cuestión, ante todo, existencial. Algo o alguien me había metido en la cabeza que, entre muchas otras cosas (sexo, drogas, rokanrol y todo eso que anuncian por la tele), sería un delito llegar a viejo sin haberlo visto todo porque me parecería no haber vivido lo suficiente. Y así lo creí durante muchos años hasta que ahora, llegado ya a la treintena, me he dado cuenta de que a mí, en realidad, viajar me parece un auténtico coñazo.

Ya para empezar me horroriza ese hábito moderno llamado "turismo" de desplazarse varios cientos o miles de kilómetros para alojarse en una impersonal habitación de hotel o un mugriento apartamento de alquiler y pasarse el día corriendo de una punta a otra del lugar de visita para ver la mayor cantidad de monumentos, museos y sitios de interés posibles antes de que se acabe el tiempo y el dinero; difícilmente se puede conocer un país o una ciudad cuando estás más preocupado por llegar a la cena o que salgas en todas las fotos que en la historia de lo que tienes delante. Pero es que las alternativas no me parecen mucho mejores. No tengo edad (ni he tenido nunca ganas) para cogerme una mochila más pesada que yo y recorrerme un continente entero en tres días a base de muchos trenes, poco sueño y menos higiene. Tampoco me parece apetecible ir de un lado a otro del país en coche, más preocupado que estaría de la gasolina, el tráfico y que no me robaran la radio que de mirar el paisaje. Y ya no digamos hacer el camino en bici o andando, sabiendo que me canso con solo bajar a comprar pan.

No. Siendo como soy una persona en absoluto romántica, pienso no obstante que la única opción plausible para viajar es vivir en el lugar que se quiera visitar. Y no un día, ni una semana, ni siquiera un mes. Vivir todo el tiempo que haga falta, sin restricciones, sin fecha de retorno, sin billete de vuelta. Dejar atrás nuestras raices y arraigar en otra parte. Porque a fin de cuentas un país no es sus monumentos ni sus edificios, sino su gente, su cultura, sus costumbres. Que nos pueden parecer mejores o peores que las nuestras, pero son las que tienen y por tanto las que realmente nos deberían interesar. Deberíamos alojarnos en sus casas, comer su comida, llevar su ropa; deberíamos respetar sus hábitos, hacer sus trabajos y celebrar sus fiestas. Deberíamos ser parte de su sociedad, antes que verla desde el otro lado de la cámara de fotos. Sin embargo, como miembros privilegiados del primer mundo, nos empeñamos en verlo todo desde la arrogancia del turista de paso, siempre al otro lado de un escaparate imaginario, completamente impermeables a lo que tenemos a nuestro alrededor. Los conflictos sociales, las tensiones políticas, las diferencias religiosas, los ataques al ecosistema; nada de eso sale en los folletos, sino que queda al otro lado del muro del hotel o fuera del autobús. Aunque la verdad es que nos importa una mierda lo que pase allí, siempre que tras vivir nuestros grandes momentos prefabricados podamos volver a casa para recordarlo en la distancia.

Que, la verdad, para eso ya tengo Google Earth...