No consigo escribir nada. En principio por el calor, pero sobre todo por el cansancio con el que llego de la oficina. Tengo el cerebro tan abotargado estos días que incluso me cuesta leer cómics Marvel. Y, coño, eso sí que es grave. Aunque me lo tengo merecido, desde luego. No en vano tuve las santas pelotas de decir que era mi vocación desde crío y ya se sabe que hay que tener mucho cuidado con lo que uno desea, no sea que se haga realidad.
Tampoco es que me vaya tan mal, dicho sea de paso. No voy a encontrar muchas oficinas donde no importe si no me afeito en toda la semana, pueda vestir como quiera (o casi; no me permiten llevar pantalones cortos, pero bien que se hace la vista gorda con las minifaldas y los escotes...) y encima cobre un sueldo decente. Bueno, al menos decente para alguien como yo cuyos únicos gastos son las novedades editoriales del mes y algún videojuego de vez en cuando. Sin embargo, mi departamento ha entrado en una espiral de infantilización que está transformando el ambiente en el propio de un instituto. Y, joder, no es que guarde demasiado buenos recuerdos de esa época. Chismes, secretitos, gente que se pelea y deja de hablarse, grupitos de amigos, mensajes pasándose de un ordenador a otro sin que se entere la supervisora... A veces me cuesta creer que la edad media de los que curramos allí sean 27 años y no 15. Ayer sin ir más lejos empezó a trabajar una chica nueva (que tiene un polvazo, eso sí) y la cantidad de hormonas que había en el aire se podía cortar con un cuchillo. Yo, por supuesto, ya hace tiempo que soy el raro de la oficina, el retraido, huraño, poco hablador y con gustos frikis. Vamos, que me siento igual que en 2º de BUP. Sin hacerme tantas pajas, eso es cierto.
El trabajo en sí tampoco ayuda, sobre todo por lo increiblemente mal gestionado que está. Es una de las desventajas que tiene trabajar en una empresa multinacional de transportes que se dedicó a comprar empresas más pequeñas de todo el mundo para meterse por todo el morro en el mercado del país respectivo, y que fue comprada a su vez por una compañía más grande (o, al menos, con más dinero) que no tiene ni puta idea de cómo dirigir el negocio. Me pregunto quién fue el iluminado que decidió que, en vez de crear líneas de comunicación interna específicas, serían los mismos departamentos de atención al cliente de cada zona los que atendieran al resto de departamentos de atención al cliente que solicitaran información. Supongo que fue el mismo que decidió que no era importante unificar procedimientos y criterios, y que cada país podría seguir operando como le saliera de los cojones (es decir, igual que antes de que les absorbieran) con tal de que mantuvieran la imagen de la compañía.
De esta forma, me he encontrado a mi mismo jugando cada día una gigantesca partida de Paranoia en vivo. No solo por el hecho de debernos a una Central que nos obliga a ser felices si no queremos vernos de patitas en la calle, tener un sistema burocratizado hasta la náusea, sabernos completamente prescindibles y sufrir un sistema de castas que practicamente impide el ascenso a puestos más altos; sino sobre todo porque somos conscientes de que nos estamos traicionando unos a otros constantemente. A fin de cuentas, yo, que trabajo en un departamento de atención al cliente, miento todo el tiempo a los ídem para salvar mi culo. Y se que los demás departamentos también lo hacen con los suyos. Por lo cual, cuando vaya a pedirles información y sepan que han hecho algo mal ,también van a mentirme a mí. Además es muy posible que previamente las distintas estaciones de reparto les hayan mentido a ellos primero, puesto que en realidad son los primeros que la cagan y a los que más les interesa tratar de ocultar los marrones. Sin embargo, al final yo tengo que fingir que no se que unos y otros me han engañado, intentar deducir todo lo que se han callado como putas, y después seguir haciendo teatro frente a mis propios clientes. Joder, y pensar que no he jugado a rol de verdad en mi vida...
Pero donde la Central consiguió superarse a sí misma fue con Sistemas. Hay que tenerlos muy bien puestos para crear un servicio de atención al cliente para dar soporte técnico a un servicio de atención al cliente. Yo entiendo que cuando una empresa tiene el tamaño de la nuestra no puedes tener a dos simples "informáticos" encargándose de la red y los equipos, pero que nos intenten dar largas con los mismos trucos con los que intentamos dar largas a los demás es, como poco, surrealista.
Entiendo que no se lo ponemos fácil, ya que yo mismo me comporto muchas veces como un luser. Manda huevos que después de pasarme media vida delante de la pantalla del ordenador, desde aquel 286 con MS-DOS que se acabó quemando (literalmente), siga sin tener ni zorra de progamar, de usar linux como dios manda o tan siquiera de configurar una red. Si a eso le añadimos mi innata capacidad de explicarme como el culo nos da como resultado que más de un técnico informático se debe de haber acordado de mi familia hasta la quinta generación, abuelo más abuelo menos. Por eso no debería sorprenderme que, como los 300, este pequeño grupo de aguerridos hombres y mujeres resistan con sus armas desde su emplazamiento sin retroceder jamás. Es decir, que gracias al teléfono, el VNC, su intuición y quien sabe si una bola de cristal, de su departamento no los saca ni dios. Valga como muestra que en más de un año que llevo currando aquí los he visto en persona dos veces. Dos. Coño, hasta el cometa Halley pasa con más frecuencia.
No obstante eso no quita que el comportamiento del Helpdesk de mi empresa roce en algunos momentos el absurdo total. Ya no tanto por su propio trabajo (que también) sino sobre todo por la ridícula burocracia por las que se rige la empresa, que no permite cambiar ni un ratón si no es con su permiso. Pero ya es hora de ir a dormir y eso es otra historia...
Tampoco es que me vaya tan mal, dicho sea de paso. No voy a encontrar muchas oficinas donde no importe si no me afeito en toda la semana, pueda vestir como quiera (o casi; no me permiten llevar pantalones cortos, pero bien que se hace la vista gorda con las minifaldas y los escotes...) y encima cobre un sueldo decente. Bueno, al menos decente para alguien como yo cuyos únicos gastos son las novedades editoriales del mes y algún videojuego de vez en cuando. Sin embargo, mi departamento ha entrado en una espiral de infantilización que está transformando el ambiente en el propio de un instituto. Y, joder, no es que guarde demasiado buenos recuerdos de esa época. Chismes, secretitos, gente que se pelea y deja de hablarse, grupitos de amigos, mensajes pasándose de un ordenador a otro sin que se entere la supervisora... A veces me cuesta creer que la edad media de los que curramos allí sean 27 años y no 15. Ayer sin ir más lejos empezó a trabajar una chica nueva (que tiene un polvazo, eso sí) y la cantidad de hormonas que había en el aire se podía cortar con un cuchillo. Yo, por supuesto, ya hace tiempo que soy el raro de la oficina, el retraido, huraño, poco hablador y con gustos frikis. Vamos, que me siento igual que en 2º de BUP. Sin hacerme tantas pajas, eso es cierto.
El trabajo en sí tampoco ayuda, sobre todo por lo increiblemente mal gestionado que está. Es una de las desventajas que tiene trabajar en una empresa multinacional de transportes que se dedicó a comprar empresas más pequeñas de todo el mundo para meterse por todo el morro en el mercado del país respectivo, y que fue comprada a su vez por una compañía más grande (o, al menos, con más dinero) que no tiene ni puta idea de cómo dirigir el negocio. Me pregunto quién fue el iluminado que decidió que, en vez de crear líneas de comunicación interna específicas, serían los mismos departamentos de atención al cliente de cada zona los que atendieran al resto de departamentos de atención al cliente que solicitaran información. Supongo que fue el mismo que decidió que no era importante unificar procedimientos y criterios, y que cada país podría seguir operando como le saliera de los cojones (es decir, igual que antes de que les absorbieran) con tal de que mantuvieran la imagen de la compañía.
De esta forma, me he encontrado a mi mismo jugando cada día una gigantesca partida de Paranoia en vivo. No solo por el hecho de debernos a una Central que nos obliga a ser felices si no queremos vernos de patitas en la calle, tener un sistema burocratizado hasta la náusea, sabernos completamente prescindibles y sufrir un sistema de castas que practicamente impide el ascenso a puestos más altos; sino sobre todo porque somos conscientes de que nos estamos traicionando unos a otros constantemente. A fin de cuentas, yo, que trabajo en un departamento de atención al cliente, miento todo el tiempo a los ídem para salvar mi culo. Y se que los demás departamentos también lo hacen con los suyos. Por lo cual, cuando vaya a pedirles información y sepan que han hecho algo mal ,también van a mentirme a mí. Además es muy posible que previamente las distintas estaciones de reparto les hayan mentido a ellos primero, puesto que en realidad son los primeros que la cagan y a los que más les interesa tratar de ocultar los marrones. Sin embargo, al final yo tengo que fingir que no se que unos y otros me han engañado, intentar deducir todo lo que se han callado como putas, y después seguir haciendo teatro frente a mis propios clientes. Joder, y pensar que no he jugado a rol de verdad en mi vida...
Pero donde la Central consiguió superarse a sí misma fue con Sistemas. Hay que tenerlos muy bien puestos para crear un servicio de atención al cliente para dar soporte técnico a un servicio de atención al cliente. Yo entiendo que cuando una empresa tiene el tamaño de la nuestra no puedes tener a dos simples "informáticos" encargándose de la red y los equipos, pero que nos intenten dar largas con los mismos trucos con los que intentamos dar largas a los demás es, como poco, surrealista.
Entiendo que no se lo ponemos fácil, ya que yo mismo me comporto muchas veces como un luser. Manda huevos que después de pasarme media vida delante de la pantalla del ordenador, desde aquel 286 con MS-DOS que se acabó quemando (literalmente), siga sin tener ni zorra de progamar, de usar linux como dios manda o tan siquiera de configurar una red. Si a eso le añadimos mi innata capacidad de explicarme como el culo nos da como resultado que más de un técnico informático se debe de haber acordado de mi familia hasta la quinta generación, abuelo más abuelo menos. Por eso no debería sorprenderme que, como los 300, este pequeño grupo de aguerridos hombres y mujeres resistan con sus armas desde su emplazamiento sin retroceder jamás. Es decir, que gracias al teléfono, el VNC, su intuición y quien sabe si una bola de cristal, de su departamento no los saca ni dios. Valga como muestra que en más de un año que llevo currando aquí los he visto en persona dos veces. Dos. Coño, hasta el cometa Halley pasa con más frecuencia.
No obstante eso no quita que el comportamiento del Helpdesk de mi empresa roce en algunos momentos el absurdo total. Ya no tanto por su propio trabajo (que también) sino sobre todo por la ridícula burocracia por las que se rige la empresa, que no permite cambiar ni un ratón si no es con su permiso. Pero ya es hora de ir a dormir y eso es otra historia...
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