21 de enero de 2007

De honor, política y otras cosas sin importancia


En contra de las teorías freudianas que auguran una oposición ideológica casi sistemática entre padres e hijos (por aquello de la brecha generacional y demás términos de esos que les gustan tanto a los periodistas), considero que la opción política es algo hereditario; si no ya genético sí como rasgo de personalidad inherente e inevitable. Lo que viene a argumentar poco más o menos que al haber nacido en una familia modesta con padre sindicalista y contestatario (lo de tocar las pelotas también se hereda) estaba destinado a posicionarme en favor del movimiento obrero, la igualdad social, la lucha de clases y todo lo que se supone constituye la izquierda. O eso nos han contado, al menos.
El caso es que, quizás por el hecho de que en la rama materna predominen otras inclinaciones ideológicas (producto de una posición social hace mucho tiempo perdida), o quizás por el propio hecho de llevar en la sangre cierta rebeldía e inconformismo mal entendido y peor desarrollado, nunca he podido tomarme muy en serio aquello del enfrentamiento político, elegir un bando, luchar hasta el final, socialismo o muerte, etcétera. Vamos, que de izquierdas, sí, pero sin pasarse. Que siempre hay un camino por el medio y la vida es muy corta para andar a la gresca por un quítame allá esa pancarta. Cuanto más viendo a aquellos que se han erigido en cabeza de cada uno de los partidos principales que -según ellos- representan ambas caras de la moneda (tan sospechosamente parecidas), peleándose como críos de parvulitos por la única pelota del recreo. Así nos va.

Total, que es domingo y me han venido a la cabeza aquellos tiempos en los que me acercaba a casa de mis tíos-abuelos (por parte materna, dato importante), para pasar un rato con ellos, recibir una "propina" y, ya de paso, llevarme el Gente Menuda de la semana. Que sí, que era el suplemento del periódico más idelógicamente opuesto (por aquellos tiempos al menos) a lo que se predicaba en mi propia casa, y que es uno de los dos diarios que jamás de los jamases me verán comprar por iniciativa propia y mientras aún me quede algo de cordura (el otro, por cierto, es el Marca). Sin embargo, al César lo que es del César: en aquellos años en los que mis lecturas no pasaban de Mortadelos y Astérix (y puedo dar gracias) y yo ni siquiera había oído aún las palabras "mutante" o "multiverso", ese pequeño cuadernillo alimentó sin saberlo el germen del futuro ávido lector de cómics que soy ahora (dentro de lo que me permite el presupuesto, claro), ofreciéndome un menú degustación internacional en el que, por cojones, tenía que haber algo que me gustara a mí y al resto de hijos, sobrinos y nietos al que iba dirigido. A saber: Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, Superlópez, Capitán Trueno, Conan, Spiderman, Blueberry y Tintín, a lo largo de más de 350 entregas guardadas primorosamente entre las tapas (con letras y blasones dorados, la cabra siempre tira al monte) que mi quiosquera pedía a la editorial.

Cierto es que había que conformarse con leer dos o cuatro páginas a la semana, que a veces los colores dejaban bastante que desear y que las sagas se sucedían sin orden ni concierto, pero por aquel entonces esos temas me le traían bastante al pairo (que no es que me importen mucho ahora, pero, en fin, al precio que están qué menos que exigir una cierta calidad). La verdad es que, probablemente, sin esa dosis semanal y sorprendentemente variada de tebeos habría perdido el ínteres por el género, viviendo como estaba en un pueblo relativamente apartado del mundo, sin librerías especializadas (ahora tenemos una en perpetua amenaza de quiebra) y con unos amigos a los que solo les interesaban sus motos, hacerse pajas y pegarle patadas a una pelota. No necesariamente en ese orden. Por eso, aunque de alguna manera vaya en contra de todos esos principios que se supone poseo, debo admitir que tengo una deuda de honor con el ABC. Motivo por el cual, siempre y cuando las circunstancias no me empujen a pagarla con otros métodos más expeditivos (o incluso monetarios, llegado el caso), jamás me oirán decir palabra alguna en contra de dicho rotativo, sus opiniones, artículos, columnas y posición ideológica, que cada cual es muy libre de pensar lo que quiera y ellos, quizás sin saberlo, me enseñaron a pensar por mi cuenta.

P.S. Sí, también leía el Pequeño País, pero, para qué negarlo: a pesar de lo mucho que me gustaban Mot y Leo Verdura, como que no era lo mismo...

3 comentarios:

Azena dijo...

Espero que haya más publicaciones que no te verán comprar jamás de los jamases por iniciativa propia...

P.S. Yo era incondicional del Pequeño País, por aquello de que era el que se compraba en casa, pero devoré con avidez todo Gente Menuda que cayó en mis manos.

P.S.2 (qué daño ha hecho el singstar) No logro calentar mi cama. Creo que necesito otra estufa...

Alvaro dijo...

Jolin. Parece mentira. Una de las cosas que más me gustan de este blog es que escribes cosas que perfectamente me hubiera gustado, o hubiera podido escribir a mi. No se si eso a ti te parece bien, mal o regular, pero a mi me parece cojonudo, porque me haces recordar. Es cierto, sin mmbargo, que yo soy, o parezco, un poco más políticamente combativo que tu, pero eso es lo de menos, cuando se habla del lanzarredes.

Un abrazo

Azena dijo...

Yo sí que elijo un bando, pero nada de luchar hasta la muerte, que para eso somos pacifistas. Sólo creo en el AMOR, así con mayúsculas y sin restricciones, pero si me preguntan me posicionaré lo más a la izquierda que pueda.

Ya lo dijo Brassens...

"Mi tío Martín y mi tío Gastón
uno amaba a los yanquis y el otro a los teutones.
Los dos han muerto, cada uno por sus amigos.
Yo, que no amo a nadie, aún estoy vivo."

"Muramos por nuestras ideas, de acuerdo, pero de muerte lenta."

A ver quién tiene los cojones de hacerlo...