El sábado fue mi cumpleaños. Como en todos mis cumpleaños, desde hace ya bastante tiempo, al caer la noche quise irme de putas. Quería que me hicieran una mamada, hasta el final, a ser posible llegar a correrme en la boca que me la estuviera chupando. Ese era el plan, al menos.
Esa noche, como todas las demás noches, estuve debatiendo conmigo mismo durante unos breves pero intensos minutos. En realidad lo tenía muy fácil: tan solo tenía que coger el coche, un poco de dinero y circular por cualquier carretera hasta encontrar uno de los muchos puticlubs que existen entre mi pueblo y Despeñaperros. Esa era la intención, al menos.
Esa noche, como todas las demás noches, acabé echándome atrás con cualquier argumento. Esta vez fue porque estaba cansado. Otras veces fue el dinero, o la falta de transporte, o porque no quería ir solo. Eso es lo que me hice creer, al menos. Pero en realidad no son más que excusas. Ni en la más favorable de la circunstancias lo haría. Lo se, porque he estado en esas circunstancias. He estado en un club de categoría con una exuberante (y guapísima) chica del este de enormes pechos semidesnuda agarrándome del brazo para que subiera a follar con ella, entre vítores e incluso la posibilidad de ser invitado por mis amigos. Y no lo hice. Estaba empalmado y muy salido, y jamás había recibido tanta atención (aunque fuera interesada) de un ejemplar femenino como ese, pero no lo hice.
Lo gracioso del tema es que, hasta cierto punto, mi relación con la prostitución es bastante afable, es decir, que para mí no es un tema tabú, ni algo escandaloso, ni lo veo como "algo que solo pasa en las películas". Mi pueblo, aunque grande, siempre ha respetado y tolerado este oficio como otro cualquiera, como un servicio más. Cuenta nuestro más ilustre escritor (que no es Cervantes, nosotros tenemos nuestro propio referente literario), que llegado el fin de semana lo habitual es que los mozos solteros que llevaban varios días de quintería en el campo corrieran a echar un polvo una vez cobraban y tenían tiempo libre, llegando a aporrear la puerta si era demasiado temprano y la mancebería aún no había abierto. O que acudieran a hurtadillas, si tenían poco dinero, a desfogarse con alguna de las putas que ejercían en casuchas a las afueras del pueblo y que se conformaban con unas pocas monedas. Y también me ha contado mi padre que allá en la época de la dictadura, la de la intachable moral, la prostitución estaba consentida en nuestra localidad mientras que en otros sitios fue prohibida y perseguida.
Está claro, pues, que para mi una puta no es un extraterrestre. Aunque empiezan a estar lejos ya los tiempos en los que los padrinos se llevaban a sus ahijados a estrenarse a un lupanar cuando tenían 15 o 16 años, lo cierto es que me he criado en una calle al final de la cual se encuentran la mayor parte de casas de putas del pueblo y desde que era un infante he aprendido a verlo como algo normal. Morboso, sí, pero normal. Tan normal que existe cierta costumbre de ir en ocasiones a los clubs de carretera más cercanos (y menos recomendables) a tomarse "la última". Tan normal que varios de mis amigos han pagado por tener sexo, algunos incluso en repetidas ocasiones, sin que haya puesto el grito en el cielo. Tan normal que yo mismo me he planteado muchas veces hacer lo mismo.
Pero no puedo. Da igual cuanto me mienta, simplemente no puedo. Por muy normal que lo vea yo sigo siendo yo, el chico acomplejado, tímido y asocial al que le cuesta entablar amistad con la gente y que recela de los desconocidos. El mismo chico que posiblemente jamás encontrará pareja por sus propios méritos, dado el terror que le infunde enfrentarse a una chica que le gusta. El mismo chico para el que el sexo es algo marciano, que llega de improviso y se vuelve a marchar durante meses o años. ¿Acaso podría este chico irse a la cama por las buenas con una extraña semidesnuda y exuberante a la que ha conocido tres minutos antes? No, por supesto que no. Toda esa situación me superaría, pero muy, muy de largo.
Pero además existe un motivo ulterior. Algo de lo que, curiosamente, jamás he hablado, pero que viene muy a cuento con esta confesión. Y es que soy un rata, un rácano, un agarrado, un tacaño de cojones. Aunque nunca he sido demasiado consciente de ello, a estas alturas ya es imposible negarlo. Tiene su explicación, si es que a alguien le convence. Provengo de una familia que siempre se ha mantenido con lo justo (como tantas otras, supongo), viviendo del sueldo de un funcionario, que nunca se ha podido conceder caprichos ni lujos. Me enseñaron a no desear lo imposible y no esperar grandes cosas. Cuando llegué a la universidad tuve que dejarme los cuernos estudiando y trabajar en verano para poder salir adelante, siempre con el dinero contado. Y en algún momento del proceso la costumbre se convirtió en trauma.
Ahora no soporto gastar dinero. Se que es imposible no hacerlo en una sociedad como la nuestra, pero aun así me hace sentir mal. No deja de ser irónico, porque ser friki implica ser consumidor, porque sigo viviendo de mis padres y porque el bloqueo que me impide aprobar la última asignatura de la carrera me ha hecho tirar a la basura muchas matrículas. De hecho la herencia que recibimos hace dos años nos ha permitido pagar algunas cosas que antes ni podríamos haber imaginado, como nuestras operaciones de miopía, el coche nuevo o mi último ordenador. Sin embargo, a pesar de todo, sigo sintiéndome mal. Sigo pensando que no debo gastar, que somos pobres y que todo céntimo que no es destinado para sobrevivir es un despilfarro. Hay días en las que hago cuenta de todo lo que he malgastado en estos años y me echo a llorar.
Por eso, si el hecho de ser incapaz de entregarme carnalmente a una desconocida no fuera suficiente, el factor dinero hace que sea completamente imposible. No me perdonaría a mi mismo gastar 30€ en una sesión de sexo que apenas duraría unos minutos y que los nervios y mi eyaculación precoz no me permitirían disfrutar. Aunque me muera de ganas de saber como es en realidad una mamada, para mí sería como quemar los billetes. Y, desde luego, no aprecio lo suficiente el sexo como para hacer la vista gorda. ¿Gastarme ese dinero en cómics? Es mi único vicio, duran más que un polvo e incluso pueden revalorizarse en un futuro. Duele, pero he aprendido a ignorar el dolor en busca del placer posterior. Sin embargo no creo que me perdonara hacer lo mismo con una puta.
Menos mal que hacerse pajas todavía es gratis...
Esa noche, como todas las demás noches, estuve debatiendo conmigo mismo durante unos breves pero intensos minutos. En realidad lo tenía muy fácil: tan solo tenía que coger el coche, un poco de dinero y circular por cualquier carretera hasta encontrar uno de los muchos puticlubs que existen entre mi pueblo y Despeñaperros. Esa era la intención, al menos.
Esa noche, como todas las demás noches, acabé echándome atrás con cualquier argumento. Esta vez fue porque estaba cansado. Otras veces fue el dinero, o la falta de transporte, o porque no quería ir solo. Eso es lo que me hice creer, al menos. Pero en realidad no son más que excusas. Ni en la más favorable de la circunstancias lo haría. Lo se, porque he estado en esas circunstancias. He estado en un club de categoría con una exuberante (y guapísima) chica del este de enormes pechos semidesnuda agarrándome del brazo para que subiera a follar con ella, entre vítores e incluso la posibilidad de ser invitado por mis amigos. Y no lo hice. Estaba empalmado y muy salido, y jamás había recibido tanta atención (aunque fuera interesada) de un ejemplar femenino como ese, pero no lo hice.
Lo gracioso del tema es que, hasta cierto punto, mi relación con la prostitución es bastante afable, es decir, que para mí no es un tema tabú, ni algo escandaloso, ni lo veo como "algo que solo pasa en las películas". Mi pueblo, aunque grande, siempre ha respetado y tolerado este oficio como otro cualquiera, como un servicio más. Cuenta nuestro más ilustre escritor (que no es Cervantes, nosotros tenemos nuestro propio referente literario), que llegado el fin de semana lo habitual es que los mozos solteros que llevaban varios días de quintería en el campo corrieran a echar un polvo una vez cobraban y tenían tiempo libre, llegando a aporrear la puerta si era demasiado temprano y la mancebería aún no había abierto. O que acudieran a hurtadillas, si tenían poco dinero, a desfogarse con alguna de las putas que ejercían en casuchas a las afueras del pueblo y que se conformaban con unas pocas monedas. Y también me ha contado mi padre que allá en la época de la dictadura, la de la intachable moral, la prostitución estaba consentida en nuestra localidad mientras que en otros sitios fue prohibida y perseguida.
Está claro, pues, que para mi una puta no es un extraterrestre. Aunque empiezan a estar lejos ya los tiempos en los que los padrinos se llevaban a sus ahijados a estrenarse a un lupanar cuando tenían 15 o 16 años, lo cierto es que me he criado en una calle al final de la cual se encuentran la mayor parte de casas de putas del pueblo y desde que era un infante he aprendido a verlo como algo normal. Morboso, sí, pero normal. Tan normal que existe cierta costumbre de ir en ocasiones a los clubs de carretera más cercanos (y menos recomendables) a tomarse "la última". Tan normal que varios de mis amigos han pagado por tener sexo, algunos incluso en repetidas ocasiones, sin que haya puesto el grito en el cielo. Tan normal que yo mismo me he planteado muchas veces hacer lo mismo.
Pero no puedo. Da igual cuanto me mienta, simplemente no puedo. Por muy normal que lo vea yo sigo siendo yo, el chico acomplejado, tímido y asocial al que le cuesta entablar amistad con la gente y que recela de los desconocidos. El mismo chico que posiblemente jamás encontrará pareja por sus propios méritos, dado el terror que le infunde enfrentarse a una chica que le gusta. El mismo chico para el que el sexo es algo marciano, que llega de improviso y se vuelve a marchar durante meses o años. ¿Acaso podría este chico irse a la cama por las buenas con una extraña semidesnuda y exuberante a la que ha conocido tres minutos antes? No, por supesto que no. Toda esa situación me superaría, pero muy, muy de largo.
Pero además existe un motivo ulterior. Algo de lo que, curiosamente, jamás he hablado, pero que viene muy a cuento con esta confesión. Y es que soy un rata, un rácano, un agarrado, un tacaño de cojones. Aunque nunca he sido demasiado consciente de ello, a estas alturas ya es imposible negarlo. Tiene su explicación, si es que a alguien le convence. Provengo de una familia que siempre se ha mantenido con lo justo (como tantas otras, supongo), viviendo del sueldo de un funcionario, que nunca se ha podido conceder caprichos ni lujos. Me enseñaron a no desear lo imposible y no esperar grandes cosas. Cuando llegué a la universidad tuve que dejarme los cuernos estudiando y trabajar en verano para poder salir adelante, siempre con el dinero contado. Y en algún momento del proceso la costumbre se convirtió en trauma.
Ahora no soporto gastar dinero. Se que es imposible no hacerlo en una sociedad como la nuestra, pero aun así me hace sentir mal. No deja de ser irónico, porque ser friki implica ser consumidor, porque sigo viviendo de mis padres y porque el bloqueo que me impide aprobar la última asignatura de la carrera me ha hecho tirar a la basura muchas matrículas. De hecho la herencia que recibimos hace dos años nos ha permitido pagar algunas cosas que antes ni podríamos haber imaginado, como nuestras operaciones de miopía, el coche nuevo o mi último ordenador. Sin embargo, a pesar de todo, sigo sintiéndome mal. Sigo pensando que no debo gastar, que somos pobres y que todo céntimo que no es destinado para sobrevivir es un despilfarro. Hay días en las que hago cuenta de todo lo que he malgastado en estos años y me echo a llorar.
Por eso, si el hecho de ser incapaz de entregarme carnalmente a una desconocida no fuera suficiente, el factor dinero hace que sea completamente imposible. No me perdonaría a mi mismo gastar 30€ en una sesión de sexo que apenas duraría unos minutos y que los nervios y mi eyaculación precoz no me permitirían disfrutar. Aunque me muera de ganas de saber como es en realidad una mamada, para mí sería como quemar los billetes. Y, desde luego, no aprecio lo suficiente el sexo como para hacer la vista gorda. ¿Gastarme ese dinero en cómics? Es mi único vicio, duran más que un polvo e incluso pueden revalorizarse en un futuro. Duele, pero he aprendido a ignorar el dolor en busca del placer posterior. Sin embargo no creo que me perdonara hacer lo mismo con una puta.
Menos mal que hacerse pajas todavía es gratis...
11 comentarios:
...y placentero.
Excelente post, he disfrutado con su lectura aunque seguro que tu habrías disfrutado más con la frustrada mamada.
Saludos.
jejejeje. . .es valiente decir eso, pero es mas valiente guardar el dinero. . .
Soy tia... se ke diras que las tias lo tienen mas facil y tal, pero estoy segura que, de ser hombre, jamas me iria de putas. No por el dinero, no por lo que dure... sino por la sensacion de vacio que supongo que me inundaria despues... o al menos, eso creo. Y mientras la masturbacion sea gratuita.... todos viviremos felices!
Besos
A mí me pasa lo mismo pero no por la pasta, sino por las enfermedades de transmisión sexual, ¿se llama hipocondría?. La cuestión es que ligar es muy difícil y al final habrá que comprar una muñeca de esas de boca abierta...
¿Un comic de 30 EUR dura más que un polvo?
No sé cómo serán los comics que lees o los polvos que echas, pero...
Haces bien con el dinero, yo también soy muy tacaña, sobre todo para mí misma. A los demás no me importa regalarles sin mirar, pero para mí nada de nada.
Me da lo mismo la razón para no ir de putas, en cualquier caso me alegro.
Hombre lo de los 30€ viene porque es aproximadamente lo que te cobran por 15 minutos de sexo, a veces media hora. O al menos es así en los sitios que conozco. Watchmen, que me costó lo mismo, tardé más en acabarmelo y además puedo releerlo cuando quiera.
En cualquier caso me parece que nunca sabré si me ambas cosas me dejarían igual de satisfecho...
definitivamente el sexo te dejaria mas satisfecho
esta muy bueno tu blog me gusta esa actitud pesimista que yo tuve alguna vez hasta te voy a dejar una de mis vivencias
yo me fui de putas a los 13 años
yo se que diran que es muy precos pero asi es el sexo cuando lo necesitas lo necesitas la verdad es que esa vez me fue muy mal fue uno de esos dias en que te la jalas todo el dia y cuando necesitas a tu a miguito no responde no se si habra sido por los nervios o porke me la estuve jalando todo el dia pero el amiguito no quiso hacer su trabajo
pero esas cosas pasan a veces y hay que superarlas, ahora unos 8 años despues solo me acuerdo y me rio
porque ahora si tengo sexo muy rico con una chica a la que aprecio mucho (tal vez hasta la amo)y la verdad es de lo mejor
deberias de perderle el miedo a las mujeres y ser más observador ademas utiliza las matematicas mientras mas pruebes mas oportunidads tienes de que pase algo te aseguro que hay muchas tipas calientes por ahi
nos leemos despues y feliz cumpleaños
yo también soy bastante asocial y aún me quedan muchas cosas por aprender y por experimentar, pero confío en el futuro...
ánimo, que seguro que el tuyo también será genial.
un beso
¿Y por qué no follarte a una desconocida? La gente piensa que el placer del sexo se amplifica si le insuflamos un soplo de amor, y la verdad es que no es necesariamente así. En ninguna otra cama vas a poder ser más honesto con tus deseos que en la de una puta ¿o es que vas a preguntarle a tu novia si la puedes dar por culo? La ahuyentarías y pensaría que eres un degenerado, y en realidad casi todos los tíos nos queréis dar por culo y correros en nuestras caras ¿o no?
Yo ayer me compré un comic de Conan de Cimmeria y luego me fui a una casa de putas y me acosté con una mulata brasileña y lo pase de puta madre, a mi me gustan los comics y las putas.
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