28 de julio de 2008

Analfabetismo capital

Esto te ha pasado a tí. Mandaste o te mandaron un paquete con una empresa de mensajería y se perdió. Te cabreaste, llamaste a la empresa, abrieron expediente y te dijeron que lo investigarían. Pasaron los días, nadie te decía nada y te cabreaste más. Llamaste otras quince veces, abrieron otros 15 expedientes, pero siguieron sin decirte donde estaba tu mercancía. Y llegó un momento en que estabas tan cabreado que te importaba un pimiento ese bulto, lo que querías es que te pagaran, que te indemnizaran, que te soltaran pasta como víctima que eras. Querías justicia.

Pues no. Te jodes.

Ya para empezar lo más probable es que tu paquete se haya entregado en una dirección equivocada y el que lo recibió se haya callado como una puta. Esa es, de largo, la causa más común de pérdida. También podría ser que lo robaran o que, por qué no, se cayera de la furgoneta en el camino, pero casi con toda seguridad lo tiene algún cabrón que pensó que a caballo regalado que le den por culo a su legítimo dueño. Así son las cosas, te lo creas o no. Puede que las empresas de mensajería no sean perfectas, pero desde luego no somos tan inútiles como crees.

Sin embargo eso no es lo peor. Lo peor es que no vas a recuperar tu dinero y encima es culpa tuya. Porque me juego un huevo y parte del otro a que firmaste el albarán de envío o aprobaste la compra por correo sin mirarte las condiciones. Pero, claro, ¿por qué te debería interesar que no te garantizan cuánto va a tardar en llegar? ¿O que seguramente no podrán entregártelo en el horario que a tí te venga bien? ¿O que en caso de pérdida solo te abonarán una cantidad de acuerdo con el peso del bulto? No, estoy convencido de que tu solo te has fijado en lo que a tí te parece un excesivo precio (una puta ganga, teniendo en cuenta lo que cuesta la gasolina) y después has asumido que la empresa perderá el culo por complacerte. Perdónanos si tenemos que ponerte en espera cuando llames para quejarte porque no podemos aguantar la risa.

Es triste, muy triste, que en un país que ha abrazado el capitalismo (como todos, por otra parte) seamos tan completamente analfabetos a la hora de comprar. Yo el primero. Aunque quizás sea esa precisamente la razón de que hayamos llegado hasta aquí; las empresas saben que no vamos a preocuparnos por la letra pequeña y que podrán estafarnos a su gusto, consiguiendo unos beneficios espectaculares que impulsarán la economía (por lo menos la suya, claro). Bien es cierto que las cosas están cambiando, aunque tampoco demasiado. Sí, de acuerdo, ahora hemos aprendido a pedir hojas de reclamaciones y acudir al defensor del consumidor (a pesar de que hay poca gente que sepa que lo primero no vale una mierda si no se lleva después una copia a lo segundo), pero quejarnos nos servirá de bien poco si seguimos dejando que nos engañen como a niños de teta. ¿Cuánta gente no habrá comprado un piso por su precio y su distancia al centro de la ciudad, sin conocer su valor real, los materiales y el tipo de suelo en el que están construidos? ¿Cuántos habrán contratado un plan de precios para su móvil sin saber todas las restricciones que le impone la compañía? ¿Cuántos alimentos con supuestos elementos saludables añadidos comemos al día sin ser conscientes de que en realidad o son inocuos o tienen aún más contraindicaciones que beneficios?

Me resulta paradójico que alguien que se pasa semanas revisando catálogos, consultando webs especializadas y hablando con entendidos para comprarse, no se, un equipo de música acojonante o un ordenador calcadito a los de la NASA después se compre una pantalla de plasma en el Carrefour sin saber cuánto va a durar antes de que se queme. Pero así son las cosas. Nos fijamos mucho en el precio y en la forma, apenas en el fondo y nada en los detalles. Seguimos siendo ese país de tópicos en el que queremos burro grande ande o vaya haciendo autostop, los mismos que montan bodas horteras para creerse ricos por una noche y que se matan entre ellos por aparecer 15 minutos en la tele. Y ahí es donde está la diferencia con el resto de países. No en tener mejores sueldos, impuestos más sensatos o mejores fuentes de ingresos, sino en nuestra autoestima como pueblo. Estamos tan acostumbrados a vivir jodidos que no nos preguntamos si nos merecemos algo más, pero no en cantidad, sino sobre todo en calidad. Y sin embargo deberíamos exigirlo. Deberíamos dejar de lado la idea de que es inevitable que algo vaya mal, que salgamos perdiendo, que las cosas no sean como deberían ser. Deberíamos dejar de ser tan pardillos y empezar a ser conscientes de que si somos los que pagamos somos los que mandamos. Que tenemos derechos y debemos ser informados. Que si ponen letra pequeña tendrán que darnos una lupa para leerla. Que una firma es un instrumento poderoso que no se debe utilizar a la ligera. Que siempre hay alternativas y si no se inventan. Que si creamos la demanda, tendrá que crearse una oferta. Y que sin consumo no hay economía ni beneficios que valga.

Así que la próxima vez dale la vuelta al albarán y leete las condiciones, que no cuesta tanto, coño.

2 comentarios:

anilmanchego dijo...

Antes de nada, "bienVolvido", jeje
Tras esto, decirte, que me tengo que poner las pilas para ver un poco que has escrito últimamente...

Respecto a lo que me pones, veo que has comprado algo que, o bien no te llegó o bien no es lo que querías.

En fin, el capitalismo, creo que es, en última instancia el dinero. A más barata, mejor. Es lo único que se tiene en cuenta. Cualquier otra cosa, no es tan importante. Y es cierto que no sabemos quejarnos.

Un saludo, y como he dicho antes, "Bienvolvido"

El inadaptado dijo...

Muchas gracias, paisano. Y que no te confunda la entrada, soy yo el que trabaja en mensajería y pierde las cosas de otros. Lo que pasa es que me he hartado de ver a clientes que no saben lo que pagan y de la prepotencia de mi propia empresa. Si es que no sabemos ni ser capitalistas...