5 de noviembre de 2009

La jungla de papel (V)

Hace ya algún tiempo solicité a mi jefe que por favor me trasladara desde la asfixiante y claustrofóbica hilera de cubículos en el que me encontraba a una más amplia (y considerablemente más aislada) que acababan de instalar en la otra punta de la oficina. Naturalmente, que de tonto solo tengo un pelo o dos, pedí que me adjudicaran el puesto que estaba más cerca de la ventana y más lejos del resto de la humanidad. Como era de esperar, acabé asignado a la mesa más cerca del pasillo, la fuente de agua, los ascensores y en general una docena de puntos desde los que cualquiera podría saber lo que estoy haciendo en todo momento. El lugar deseado lo acabó ocupando una compañera más rubia y con más tetas.




La razón que se esgrimió en un primer momento para privarme de mi localización deseada fue un error administrativo (yo había pedido el traslado antes que nadie) que supuestamente se enmendaría en un futuro cercano. El motivo real, no obstante, es que mi jefe estaba convencido de que pasaba más tiempo en internet que trabajando y quería mantenerme a raya colocándome en un lugar en el que me sintiera observado todo el tiempo. Parte de razón tenía, para qué negarlo, pero la intimidación hubiera sido más efectiva si supiera de la existencia de los logs del servidor en vez de contentarse con pillarme con las manos en la masa de vez en cuando.

En vista de que se negaban a confesar los auténticos motivos del desplante (cuántas intrigas para un departamento tan pequeño de una empresa tan chapucera), decidí hacer presión durante un tiempo hasta que una supervisora me dijo, bastante seca, que no pensaban cambiar a nadie más de sitio. Así que decidí callarme para no liarla más (no quería acabar atendiendo llamadas en el sótano) esperando una oportunidad mejor.

Iluso de mí, hoy otra compañera (también rubia y también con más tetas que yo) ha conseguido doblegar las reticencias de la dirección y adjudicarse el puesto por sopresa y alevosía, echando a su primera ocupante y dejándome con un palmo de narices. En vista de lo cual, solo se me presentan dos alternativas. Descartando de antemano la primera, ya que tengo poco pelo que teñir y los sujetadores con relleno me sientan fatal, no me ha quedado más remedio que darle la razón a mi jefe: si me ha puesto aquí porque no se fía de mí lo suficiente como para darme una mejor, tras dos leales años de clientes insufribles y horas extras impagadas, entonces tendré que pensar que es verdad que soy un vago y empezar a tocarme los huevos todo el día...

2 comentarios:

Ruben dijo...

amén

Anonymous dijo...

Buenas,

cojonudo, como siempre, llevo leyendo tu blog desde hace un mes mas o menos, y me pares genial, eres la viva imagen de tyler durden!!!

que crack!!