
Una de las constantes de mi vida es que suelo empezar a hacer las cosas un poco más tarde de lo que se considera estadísticamente normal. Un lag existencial, diríase. Unas veces por motivos coyunturales, otras por pura desgana y falta de interés, el caso es que hay muchos aspectos en los que suelo iniciarme algo después que la gente que me rodea.
Aunque obviamente cada cual es muy libre para decidir cuando empezar a hacer según que cosas, lo cierto es que hay algunas para las que la edad de inicio suele tenerse muy en cuenta. Especialmente dentro de lo que se denomina común y eufemísticamente "vivir". Por ejemplo no tuve mi primera relación ni di mi primer beso hasta bien entrados los 18 años, rozando los 19. Eso sí, tuvo la ventaja de que no hube de esperar mucho para mi primera relación sexual (aunque debido a mi falta de experiencia en el campo aún habrá de pasar algún tiempo hasta mi primera vez en determinadas posturas y prácticas). La primera borrachera de verdad (lo de "coger el puntito" no cuenta) llegó algunos meses después, beligerante como era hasta entonces a la hora de tomar alcohol (postura que, de todas formas, retomé al poco tiempo). Y en cuanto a otro tipo de drogas, es notorio que no me fumé mi primer cigarrillo hasta bien pasados los 22, pero no antes de haber probado los porros (rebatiendo así la famosa "teoría de la escalada").
Hay algunos otros aspectos en los que no existe una edad obligatoria de inicio, aunque sí una establecida comunmente y tras la cual resulta difícil mantenerse al nivel que los demás. En mi caso fue, aunque me avergüence un poco admitirlo, con los cómics. Es bien cierto que yo había leido tebeos durante toda mi infancia (en el trastero hay un cajón lleno de "mortadelos" que así lo atestigua), y que incluso mis padres tuvieron a bien regalarnos a mi hermana y a mí la tan manida colección de Asterix (cuando aún se podía leer, claro está); pero la verdad es que mi etapa de comprador y coleccionista de cómics empezó mucho más tarde de lo que hubiese sido deseable: rondando ya los 23 años, cuando conseguí mi primer trabajo (oficialmente, porque doblar el lomo en las viñas no cotiza en la Seguridad Social) y un escaso primer sueldo con el que financiar mis recién renovadas aficiones. He conseguido bastantes progresos en estos cinco años ( en cuanto a número de volúmenes comprados y de conocimientos adquiridos), pero qué duda cabe que aún estoy lejos de llegar al nivel del que lo lleva haciendo desde la infancia.
Aún me quedan algunas cuentas pendientes que, eso sí, al menos no suponen un menoscabo en mi periplo vital. Por ejemplo, está el hecho de que cuando aún me podía permitir comer chicle (llevar ortodoncia ya no se presta a ello) jamás conseguí hacer un globo en condiciones. O que en mis cuatro años oficiales de carrera (que son el doble si tenemos en cuenta los intentos de aprobar la última asignatura), nunca pude dominar como mis compañeros el juego del mus. O también que, a pesar de haberme pasado media vida delante de los fogones, aún no me atreva a preparar platos tan sencillos a priori como una vulgar tortilla de patatas.
No obstante como he dicho a todo le va llegando su momento, aunque sea algo más tarde de lo previsto. Porque toda esta parrafada (llena de innecesarios comentarios entre paréntesis) se debe a que tras haberme visto sumergido casi sin querer en la vorágine de las reivindicaciones políticas organizadas (en las que, en cierto modo, también soy un recién llegado), ayer tuve la ocasión de llevar a cabo una de mis primeras veces. Concretamente, ayer fue la primera vez (y posiblemente la última) que realicé una pegada de carteles. Y no estuvo mal, debo añadir. A pesar de que la convocatoria fue un absoluto fracaso (apenas 5 personas de las 50 posibles), la noche transcurrió apaciblemente y en buena compañía. Fue incluso divertido ver las caras de sorpresa de quienes me contemplaban llevando a esas horas un cubo y un cepillo por la calle. Es cierto que a mi compañera y a mí nos pudo la falta de experiencia (por lo que es posible que colocáramos menos carteles de lo que debiéramos), pero al menos no se puede decir que no lo intentáramos.
Ahora tan solo espero que en la concentración de este domingo 2 de julio por una vivienda digna (a las 18:30 horas, en la Explanada de España de Alicante), no viva también la primera vez en que tenga que correr delante de las porras de los policias o la primera vez que me detengan como responsable de un altercado público...
Aunque obviamente cada cual es muy libre para decidir cuando empezar a hacer según que cosas, lo cierto es que hay algunas para las que la edad de inicio suele tenerse muy en cuenta. Especialmente dentro de lo que se denomina común y eufemísticamente "vivir". Por ejemplo no tuve mi primera relación ni di mi primer beso hasta bien entrados los 18 años, rozando los 19. Eso sí, tuvo la ventaja de que no hube de esperar mucho para mi primera relación sexual (aunque debido a mi falta de experiencia en el campo aún habrá de pasar algún tiempo hasta mi primera vez en determinadas posturas y prácticas). La primera borrachera de verdad (lo de "coger el puntito" no cuenta) llegó algunos meses después, beligerante como era hasta entonces a la hora de tomar alcohol (postura que, de todas formas, retomé al poco tiempo). Y en cuanto a otro tipo de drogas, es notorio que no me fumé mi primer cigarrillo hasta bien pasados los 22, pero no antes de haber probado los porros (rebatiendo así la famosa "teoría de la escalada").
Hay algunos otros aspectos en los que no existe una edad obligatoria de inicio, aunque sí una establecida comunmente y tras la cual resulta difícil mantenerse al nivel que los demás. En mi caso fue, aunque me avergüence un poco admitirlo, con los cómics. Es bien cierto que yo había leido tebeos durante toda mi infancia (en el trastero hay un cajón lleno de "mortadelos" que así lo atestigua), y que incluso mis padres tuvieron a bien regalarnos a mi hermana y a mí la tan manida colección de Asterix (cuando aún se podía leer, claro está); pero la verdad es que mi etapa de comprador y coleccionista de cómics empezó mucho más tarde de lo que hubiese sido deseable: rondando ya los 23 años, cuando conseguí mi primer trabajo (oficialmente, porque doblar el lomo en las viñas no cotiza en la Seguridad Social) y un escaso primer sueldo con el que financiar mis recién renovadas aficiones. He conseguido bastantes progresos en estos cinco años ( en cuanto a número de volúmenes comprados y de conocimientos adquiridos), pero qué duda cabe que aún estoy lejos de llegar al nivel del que lo lleva haciendo desde la infancia.
Aún me quedan algunas cuentas pendientes que, eso sí, al menos no suponen un menoscabo en mi periplo vital. Por ejemplo, está el hecho de que cuando aún me podía permitir comer chicle (llevar ortodoncia ya no se presta a ello) jamás conseguí hacer un globo en condiciones. O que en mis cuatro años oficiales de carrera (que son el doble si tenemos en cuenta los intentos de aprobar la última asignatura), nunca pude dominar como mis compañeros el juego del mus. O también que, a pesar de haberme pasado media vida delante de los fogones, aún no me atreva a preparar platos tan sencillos a priori como una vulgar tortilla de patatas.
No obstante como he dicho a todo le va llegando su momento, aunque sea algo más tarde de lo previsto. Porque toda esta parrafada (llena de innecesarios comentarios entre paréntesis) se debe a que tras haberme visto sumergido casi sin querer en la vorágine de las reivindicaciones políticas organizadas (en las que, en cierto modo, también soy un recién llegado), ayer tuve la ocasión de llevar a cabo una de mis primeras veces. Concretamente, ayer fue la primera vez (y posiblemente la última) que realicé una pegada de carteles. Y no estuvo mal, debo añadir. A pesar de que la convocatoria fue un absoluto fracaso (apenas 5 personas de las 50 posibles), la noche transcurrió apaciblemente y en buena compañía. Fue incluso divertido ver las caras de sorpresa de quienes me contemplaban llevando a esas horas un cubo y un cepillo por la calle. Es cierto que a mi compañera y a mí nos pudo la falta de experiencia (por lo que es posible que colocáramos menos carteles de lo que debiéramos), pero al menos no se puede decir que no lo intentáramos.
Ahora tan solo espero que en la concentración de este domingo 2 de julio por una vivienda digna (a las 18:30 horas, en la Explanada de España de Alicante), no viva también la primera vez en que tenga que correr delante de las porras de los policias o la primera vez que me detengan como responsable de un altercado público...