Sábado 24 de junio. Cremá de las Hogueras de San Juan y noche principal de fiesta para el millón de personas que, según las autoridades, pululan por la ciudad. Tres hombres hechos y derechos (de 26, 27 y 30 tacos, respectivamente) entran a las 4 de la mañana en un pub lleno de tias buenas y, ¿qué es lo primero que hacen?
Pasarse la siguiente media hora jugando al Final Fight, al Bubble Bobble, al Golden Axe y al Blood Bros en una máquina recreativa trucada. Con dos cojones.
Conmovido por este alarde de patetismo, y también porque estoy aburrido de cojones, me he decidido a bajarme la última versión de esa maravilla de la nostalgia que es el MAME junto con una colección de los principales juegos de la época. En mala hora. Debe ser todo un espectáculo contemplar a un adulto en ciernes llorar de emoción al recordar videojuegos como Hammerin Harry o Tumble Pop. Pero, me guste admitirlo o no, ahí está encerrada buena parte de mi infancia.
Si en el futuro algún historiador trata de reflejar el hecho sociocultural de la juventud española a principios de los 90, espero que dedique un capítulo bien largo a la expansión, auge y caida de las salas recreativas, ahora mutadas en su práctica totalidad en locales de "multiocio" con conexión a internet y maquinitas que dan tickets para intercambiarlos por regalos horteras. Pero ya no es lo mismo, ni de lejos. Los auténticos "recreativos" eran mucho más que un local atestado de maltratadas máquinas de videojuegos o una antesala a la ludopatía. Eran un club social, un refugio, un mundo poblado solo por púberes y adolescentes (alguno que otra ya talludito) donde imponíamos nuestras propias reglas y en el que, al más puro estilo "El señor de las moscas", el que demostraba más habilidad se convertía en el rey.
Recuerdo que hubo una época en la que incluso mi primigénea pandilla de amigos (todos unos pardillos de cojones) nos pasamos incontables horas metidos en una de esas salas recreativas, dejándonos más de media paga en el vicio (y la otra media en golosinas hipercalóricas). La culpa la tuvo, como en tantos y tantos otros casos, la llegada del Street Fighter II. El dueño y señor de las recreativas durante años. No eras nadie dentro de ese submundo si no podias demostrar que eras capaz de llegar hasta el final y darle para el pelo a Mr. Bison. Me encantaba ver a mis amigos darse de hostias virtuales entre ellos (esos gritos, esos gestos de sufrimiento...), pero a mi, particularmente, no me interesaba. No es que me desagradara (también jugué unas cuantas partidas y era capaz de tumbar a algunos de mis compañeros), pero los juegos de lucha nunca han sido mi especialidad, ya que soy incapaz de recordar las combinaciones necesarias para lanzar los ataques especiales. Lo mio siempre ha sido más saltar-disparar-esquivar, por lo que en aquella época, a falta de un FPS en condiciones, yo era un adicto declarado al... ejem... New Zealand Story.
Sí, me gustaba el puto pollito, ¿algún problema?
Vale, en los recreativos se me consideraba poco menos que maricón, pero así eran las cosas en un ambiente en el que el aire estaba tan saturado de hormonas adolescentes que se podían cortar con un cuchillo. Lo gracioso del tema es que a pesar del tiempo que invertimos en dicho salón (todos los fines de semana y algunos días lectivos también, durante por lo menos dos años), y aunque en realidad era un lugar pequeño con pocos lugares para esconderse, nunca fuimos conscientes de los trapicheos que ocurrían entre partida y partida. Vamos, por no saber ni siquiera sabíamos lo que era el costo...
Al haber salido del cascarón tan tarde (a pesar de que alguno que yo me se no ha cambiado desde los 17 años) no pudimos disfrutar de los salones recreativos en su máxima expresión, es decir, como escuela de macarras. Mi pueblo a fin de cuentas no era tan grande, y a pesar de que no faltaba el típico chaval mayor de edad que se resistía a crecer (y que muchas veces acababa empleado por el dueño) ni tampoco el gitano que te pedía dinero (no quiero ser racista, pero es que era así), los recreativos nunca llegaron a degenerar lo suficiente como para convertirse en antros con mucho humo y poca iluminación de esos a los que tus padres te prohiben acercarte y que solo veiamos en las películas. Pero existir, existian. Esos locales donde los aprendices de macarra fumaban a escondidas de sus padres (a los que por muy duros que se hicieran les seguían teniendo miedo), con una navaja en el bolsillo trasero y siempre con ganas de bronca, sobre todo si alguien tocaba sin permiso "su" máquina recreativa. O le miraba mal, que cualquier excusa era buena...
Sin embargo, como he dicho, todo eso pasó. Llegaron las videoconsolas y después los cibercafés, y los salones recreativos se fueron vaciando poco a poco. Se que los tiempos cambian y ahora lo que prima es divertirse desde casa, pero siento pena por todos esos chavalitos que se pelean en red jugando al Counterstrike o que pasan horas en el Messenger, porque nunca sabrán lo que es ser animado por quince personas a la vez para que remates al "jefe" y puedan ver la escena final.
Para que luego digan que los videojuegos aislan...
Pasarse la siguiente media hora jugando al Final Fight, al Bubble Bobble, al Golden Axe y al Blood Bros en una máquina recreativa trucada. Con dos cojones.
Conmovido por este alarde de patetismo, y también porque estoy aburrido de cojones, me he decidido a bajarme la última versión de esa maravilla de la nostalgia que es el MAME junto con una colección de los principales juegos de la época. En mala hora. Debe ser todo un espectáculo contemplar a un adulto en ciernes llorar de emoción al recordar videojuegos como Hammerin Harry o Tumble Pop. Pero, me guste admitirlo o no, ahí está encerrada buena parte de mi infancia.
Si en el futuro algún historiador trata de reflejar el hecho sociocultural de la juventud española a principios de los 90, espero que dedique un capítulo bien largo a la expansión, auge y caida de las salas recreativas, ahora mutadas en su práctica totalidad en locales de "multiocio" con conexión a internet y maquinitas que dan tickets para intercambiarlos por regalos horteras. Pero ya no es lo mismo, ni de lejos. Los auténticos "recreativos" eran mucho más que un local atestado de maltratadas máquinas de videojuegos o una antesala a la ludopatía. Eran un club social, un refugio, un mundo poblado solo por púberes y adolescentes (alguno que otra ya talludito) donde imponíamos nuestras propias reglas y en el que, al más puro estilo "El señor de las moscas", el que demostraba más habilidad se convertía en el rey.
Recuerdo que hubo una época en la que incluso mi primigénea pandilla de amigos (todos unos pardillos de cojones) nos pasamos incontables horas metidos en una de esas salas recreativas, dejándonos más de media paga en el vicio (y la otra media en golosinas hipercalóricas). La culpa la tuvo, como en tantos y tantos otros casos, la llegada del Street Fighter II. El dueño y señor de las recreativas durante años. No eras nadie dentro de ese submundo si no podias demostrar que eras capaz de llegar hasta el final y darle para el pelo a Mr. Bison. Me encantaba ver a mis amigos darse de hostias virtuales entre ellos (esos gritos, esos gestos de sufrimiento...), pero a mi, particularmente, no me interesaba. No es que me desagradara (también jugué unas cuantas partidas y era capaz de tumbar a algunos de mis compañeros), pero los juegos de lucha nunca han sido mi especialidad, ya que soy incapaz de recordar las combinaciones necesarias para lanzar los ataques especiales. Lo mio siempre ha sido más saltar-disparar-esquivar, por lo que en aquella época, a falta de un FPS en condiciones, yo era un adicto declarado al... ejem... New Zealand Story.
Sí, me gustaba el puto pollito, ¿algún problema?
Vale, en los recreativos se me consideraba poco menos que maricón, pero así eran las cosas en un ambiente en el que el aire estaba tan saturado de hormonas adolescentes que se podían cortar con un cuchillo. Lo gracioso del tema es que a pesar del tiempo que invertimos en dicho salón (todos los fines de semana y algunos días lectivos también, durante por lo menos dos años), y aunque en realidad era un lugar pequeño con pocos lugares para esconderse, nunca fuimos conscientes de los trapicheos que ocurrían entre partida y partida. Vamos, por no saber ni siquiera sabíamos lo que era el costo...
Al haber salido del cascarón tan tarde (a pesar de que alguno que yo me se no ha cambiado desde los 17 años) no pudimos disfrutar de los salones recreativos en su máxima expresión, es decir, como escuela de macarras. Mi pueblo a fin de cuentas no era tan grande, y a pesar de que no faltaba el típico chaval mayor de edad que se resistía a crecer (y que muchas veces acababa empleado por el dueño) ni tampoco el gitano que te pedía dinero (no quiero ser racista, pero es que era así), los recreativos nunca llegaron a degenerar lo suficiente como para convertirse en antros con mucho humo y poca iluminación de esos a los que tus padres te prohiben acercarte y que solo veiamos en las películas. Pero existir, existian. Esos locales donde los aprendices de macarra fumaban a escondidas de sus padres (a los que por muy duros que se hicieran les seguían teniendo miedo), con una navaja en el bolsillo trasero y siempre con ganas de bronca, sobre todo si alguien tocaba sin permiso "su" máquina recreativa. O le miraba mal, que cualquier excusa era buena...
Sin embargo, como he dicho, todo eso pasó. Llegaron las videoconsolas y después los cibercafés, y los salones recreativos se fueron vaciando poco a poco. Se que los tiempos cambian y ahora lo que prima es divertirse desde casa, pero siento pena por todos esos chavalitos que se pelean en red jugando al Counterstrike o que pasan horas en el Messenger, porque nunca sabrán lo que es ser animado por quince personas a la vez para que remates al "jefe" y puedan ver la escena final.
Para que luego digan que los videojuegos aislan...
14 comentarios:
A mi me gustaban mas los de coches, ese mitico out-run. Claro que tambien flipaba con su majestad el After-Burner II.
Los salones llenos de Macarras era cosa mas de barrios, en los centricos la cosa solia ser bastante tranquila y tenian las mejores maquinas (el out-run y el after-burner).
Pero recuerdo un antro de esos cerca de donde vivia, de esos que tenias que pelear dentro y fuera de la pantalla. Claro que iba porque me encantaba una maquina, ni recuerdo su nombre pero iba d e un coche con una bomba dentro que explotaba si no llegabas a tiempo a los checkpoint y las largas fases estaban llenas de soldados y helicopteros que te disparaban y se quedaban los agujeros de bala marcados en la pantalla.
Mas mayorcito en el insti alguien tuvo la feliz idea de poner un salon al lado, se tuvo que forrar el tio. Cuantas clases nos escaqueamos para jugar al sunset riders.
Tambien añoro esos viajes a Madrid que lo unico que hacia era visitarme los salones de maquinas del centro. Las partidas al Mc Dog Mc Cree. La vez que jugué al G-lock con su movimiento en 360º que creí que iba a echar la pota.
Ahora casi no queda ninguno en sevilla, aunque subsiste el sega park de cierto carrefour. Sitio carisimo pero que curiosamente le ha afectado el redondeo del euro al reves, antes las maquinas a 200 pelas la partida, ahora 1 euro.
Todos son ahora cibers y locutorios.
Lo que nunca me he explicado ¿porque ponian tan caras las maquinas?¿no gasta la misma electricidad una maquina si se esta jugando como si no? con esos precios tenian la maquina vacia casi siempre, no entiendo el beneficio.
Deberiamos aprender de sitios donde hay parque tematicos ¡¡¡de recreativas!!! el nickel land de capcom por ejemplo, donde cada partida cuesta un penique, todo un paraiso prometido.
Me gustaría saber de que pueblo eres tu,
Cuentas cosas que a veces creo que me estás robando la memoria. Muchas de estas cosas me pasaron a mi.
Salvo lo de que me gustara jugar. Salvo una racha que tuve que me gastaba 100 pesetazas (de aquella epoca) en las máquinas, pero nunca llegué a jugar bien. Soy muy malo.
un saludo por cierto, que antes se me ha pasado:
"lo cortes no quita lo valiente."
Supongo que en realidad los pueblos manchegos son todos bastante parecidos entre sí. Así que no me extraña en absoluto: debe haber un centenar de adolescentes con vidas casi paralelas que se creen que esas cosas solo les pasan a ellos...
Un saludo
me acabas de recordar la media infancia que me tire con mi hermano jugando al gauntlet, al golden axe y al castelvania...
Ains... esas partiditas al Pang... qué epocas!
Y es que no era sólo el hecho de la partida en sí, es también el microcosmos que se generaba alrededor de la sala recreativa, los rumores, las niñas animando al chico que nos gustaba (a ver si nos hacía caso), los gusanitos, las colas para jugar en la máquina nueva de turno...
Buf! estos post "revival" que escribes a veces me ponen de un nostálgico que tira para atrás!
Yo es que como siempre fui pelin torpe me gustaban los juegos tipo Tetris o Puzzle Booble, o bueno... no se si torpe o simplemente tia :D Pero bueno, también era capaz de machacar a mi hermano al Street Fighter tocando todas las teclas a la vez... salían unas magias que luego eran imposible de volver a recrear, y mi hermano se desesperaba conmigo... en fin, que tiempos.
la verdad es que si,
casi todos los pueblos de la mancha son parecidos,
Todos con su piscina municipal, su glorieta, las bolas que te hacían zaragata, etc, etc.
Son vdas paralelas
Tus columna "Insert Coins" me ha emocionado muchísimo.
Me siento profundamente identificado con tus experiencias en las recreativas.
Tal vez los juegos que mayormente me mercaron fueron el Street Fighter II y el Final Fight, ambos de Capcom. Como adoraba aquellos putos juegos.
Que tiempos aquellos.
Cuando ahora veo a un chaval jugando con su Play Station 2 y con sus cachibaches de estratagia online, no puedo evitar sentir algo de lástima por él por toda la diversión y los momentos bizarros que no conoce ni nunca conocerá por no haber ido nunca a un salón de recreativas.
Este blog la mola bastante. Muchas felicidades.
Seb :)
Curioso, pero la historia de los recreativos en mi ciudad, en mi barrio, es clavada a la que se comenta aquí, todo, incluidos los gitanos pidiendo perras, la escuela de macarras, los quince tíos rodeando la máquina que manejaba el experto y que iba a "pasársela"...
En mi antiguo barrio tampoco queda ni uno. Todos reconvertidos en tragaperras. Personalmente, me gusta pensar que es una época que se ha marchado conmigo y los colegas de entonces, nosotros vivimos su climax y nos marchamos justo antes de la decadencia final.
GRAN POST, SI SEÑOR!!!
En mi pueblo solo existia un salón recreativo, que se apodava PETER PAN y sus dueños eran contrabandistas de tabaco. El hijo de los dueños era el chulito de turno que te vacilava y te amenazava con darte un tortazo si te pasavas de la ralla. Cuando él jugava, la sala se paralizava y toda ella acudia a ver como se pasava el SHINOBY sin disparar una sola estrella ninja y utilizando la katana. Sin duda aquel arcade marcó mi adolescencia y en mi cerebro aún están registrados los 5 monstruos (así llamámabos a los finales de nivel) del juego. 1Ken Oh - 2Black Turtle - 3Mandara - 5Masked Ninja. Ostia del cuarto no me acuerdo, será la fumigada de neuronas de este último fin de semana.
Salud!!!
a ver. ummm, ahhhhhh, necesito que me digas como se titula el juego, del cual has puesto una imagen al principio de tu articulo, esa que sale un mono, ya sabes, aquel monito que tiraba fuego o bolas por la boca y habia mogollon de intrépidas pantallas con sus monstruos típicos del final, jaja, llevo tiempo queriendo saberlo, ademas de buscandolo, en el mame no me aparece...y cada vez que se lo comento a alguien, me dicen, si, donckey kong (puto donckey hong de los coones, jajaj) debe ser que me explico fatal, o que pocos tuvimos la suerte de colgarnos "al mono" como yo le llamaba..y tenerlo, cuando se te gastaban los cinco duros jajaja, que recuerdos tan geniales, bueno, si respondes me solventaras una gran duda que necesito despejar, mis recuerdos sin el nombre de aquel videojuego no pueden ser nunca los mismos sin ese dato, gracias.
Tu te refieres al TOKI. Estaba enganchadísimo a ese juego pero nunca pasaba de la primera pantalla, cagontó...
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