Me levanto no demasiado temprano, a las 8. Me desperezo, desayuno lo más copiosamente que puedo, me visto y salgo hacia el trabajo. El camino me lleva aproximadamente una hora; para eso tengo que coger un metro, un autobús y caminar un rato hasta que llego a mi oficina, situada a doscientos metros más o menos del culo del mundo. Ficho, me siento y me pongo a teclear sin parar durante cuatro horas (tengo derecho a un descanso de diez minutos gracias al convenio alcanzado por el sindicato -al que le importa más que podamos fumar que tener un horario decente-, pero rara es la mañana en que me lo puedo tomar).
A las 2 y 1 minuto, como un reloj, me bajo a la habitación-con-mesas-para-todo del edificio, ficho, caliento el tupper en el microondas y almuerzo, intentando convencerme a mi mismo de que el hecho de que no pueda salir del recinto (ya que en el culo del mundo no hay restaurantes) no es un signo de esclavitud encubierta. A las 2 y 20 ya he terminado, así que abro el cómic o libro que me haya dejado a medias en el autobús y me dedico durante los cuarenta minutos siguientes a ignorar descaradamente al resto de mis compañeros, que acaban de bajar a comer.
Un poco antes de las 3 subo de nuevo, ficho, me preparo un té y me dedico durante media hora a leer feeds hasta que los clientes, que sí tienen buenos horarios, regresan y empiezan a incordiarme otra vez. Trabajo durante el resto de la tarde casi sin parar (salvo una parada para lavarse los dientes) y a las 7 y 1 minuto, también como un reloj, bajo y ficho la salida. De nuevo la caminata, de nuevo el autobús, de nuevo el metro. Son casi las ocho cuando llego a casa. Descanso un poco, friego los platos, hago carantoñas a la parienta y es entonces, solo entonces, cuando puedo disponer de tiempo para mí. Una hora, hora y media con mucha suerte. Ese es todo el tiempo que tengo cada día para revisar el correo, leer las noticias, echar una partida, relajarme y escribir, si es que puedo (y a la vista está que no), antes de que llegue la hora de la cena, ver la tele con mi señora e irse a dormir.
Esto, sinceramente, no es vida. No soy una persona. Soy una máquina, un engranaje. Soy un autómata que solo vive para trabajar y consumir. He llegado a sufrir ataques de pánico cuando he sido consciente de hasta que punto he conseguido alienarme. Yo ya no soy yo, sino lo que sirvo para otros. Pero, al menos, este es el camino que he escogido. Por ella. Porque esas son mis circunstancias. Porque lo he creído necesario por el momento, hasta que las cosas cambien, hagamos nuevos planes y, quizás, pueda volver a tener algo parecido a una vida. También, para que negarlo, por cobardía. Porque los mensajes de pánico han conseguido calarme y me asusta alejarme de la seguridad de la nómina mensual y de lo malo conocido. E incluso porque, aunque me atreviera a mandar a todos a la mierda, en estos momentos (y van ya 30 años) sigo sin tener muy claro qué coño hacer con mi vida.
Sí, soy un autómata, pero eso es lo que he elegido. Sin embargo, esto sí que no tiene nombre:
Foto extraída de esta noticia de La voz de Galicia
¿Cómo es posible que un grupo de adultos en pleno uso de sus facultades mentales vitoree a un político cuya reputación es cuanto menos dudosa y al que está claro que todo le importa una mierda? ¿Cómo se puede seguir tan ciegamente a un líder que, como todos, solo se mira a su propio ombligo y solo se preocupa de sus propios intereses? ¿Cuán ciego hay que ser, para no ver que solo somos ganado para ellos? ¿Cuán vacío y carente de personalidad?
Ese es un misterio que jamás entenderé. Que para definirse a uno mismo haya que elegir a una persona, alzarla sobre nuestras cabezas, darle más privilegios que a nadie, ofrecerle unos lujos que jamás disfrutaremos y esperar a que nos de ordenes. Todo para no pensar. Para no ser. Solo someterse a un poder superior que nos diga lo que hay que hacer y creer en todo momento. O, peor aún, elegir bando en una guerra que solo está en nuestras cabezas y defender a muerte unas ideas que no son propias y en las que posiblemente ni siquiera se crean del todo. Llámese religión, política o deporte, jamás entenderé como puede una persona convertirse en una marioneta de otra bajo la promesa de vaya usted a saber qué fortuna, gloria o inmortalidad que en realidad nunca llegarán a alcanzar. Porque a menos que seas amante, pariente, amigo o compinche de cualquiera de ellos debes tenerlo claro: vas a salir perdiendo.
Sí, soy un autómata, con una vida preprogramada, pero al menos se que, a pesar de la rutina, el hastío y la esclavitud, allí al fondo, en alguna parte de mi cabeza, está preparando la siguiente entrada del blog ese pequeño hijoputa inadaptado al que llamo yo mismo.
5 comentarios:
Amen, es exactamente como me siento a diario.
Todas las ilusiones se van desvaneciendo dia a dia.
Alguna esperanza abra, digo yo
Suerte y animo
Grande. Pero deja de quejarte y haz algo. Lo que sea. Pequeño o grande, pero algo.
Mira un vídeo de Zeigeist (el de la derecha), o algo así. Google it. Esto es un sistema de esclavitud realmente brillante. No me apetece buscar el link, pero te gustará, si no lo has visto aún.
(y es "habrá", por Dios)
Para entenderlo habría que vivir en Valencia y conocer de primera mano su propensión a la golfería.
El sistema nos tiene agarrados por salva sea la parte. Es un engaño, un gran hermano del que todos somos testigos y cómplices y del que difícilmente nos podemos apear.
En cuanto al CorteCamps... es la sinvergüencería personificada. Lo peor de todo es que aún hay gente que defiende su honradez, aún cuando no saben ni lo que significa esa palabra.
Joder, menos mal que alguien piensa como yo, ya creía que era el único mentalmente vivo del planeta.¿Para cuando un proyecto mayhem?xD
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