8 de agosto de 2005

De aniversarios y soledades




Cada vez que llega uno de mis aniversarios me invade la tristeza. Tres años sin sexo, en realidad, no deberían marcar ninguna diferencia. Sin embargo a la hora de la verdad echo la vista atrás y me doy cuenta de lo que en realidad significa: la más absoluta de las soledades, salpicada por pequeños momentos de ilusión que me han ayudado a seguir en el camino.

Entiendo que a mucha gente esta "efemérides" le parezca frívola, pero solo lo es desde un punto de vista meramente carnal. Porque sigue habiendo para quien el sexo consiste solo en la penetración, o que lo considera lo más importante. Sin embargo para mi es todo lo contrario. De hecho suelo postergar ese momento lo más posible porque sé que cuando se produce, el sexo toca a su fin. Jamás he entendido a la gente para quien el acto sexual es solo "gastar preservativos", que no le da importancia a lo que, en mi opinión, únicamente merece la pena: las caricias, los besos, el sudor, el calor, la intimidad, la conexión entre los cuerpos. Aunque supongo que ellos no viven mis circunstancias...

Entonces, ¿qué es para mi el sexo? Pues es el acto más absolutamente extraordinario que haya ocurrido alguna vez en mi vida. Si los besos son un regalo maravilloso, no tengo palabras para expresar lo que el sexo en su totalidad supone para mi. Lo podría calificar de milagro, y todavía me estaría quedando corto. ¿Que le estoy dando más importancia de la que tiene? Bueno, quien tiene algo en abundancia suele perderle el respeto; cuando tus relaciones sexuales se cuentan por años, la perspectiva cambia. Sin embargo, tampoco es eso por lo que llega a tener ese significado para mi.

Entonces, ¿qué es para mi el sexo? Para mí, el sexo significa aceptación. Significa integración. Significa pasar a un plano superior de existencia. Se que es difícil de entender, pero cuando has visto en los ojos de una chica de 16 años el rechazo, el desprecio por lo que tu eres, el más mínimo contacto físico se convierte en una meta inalcanzable. Yo era el empollón, el tio raro, el enclenque con gafas y ortodoncia con el que ninguna chica se planteaba salir. Crecí lleno de prejuicios, algunos de los cuales aun existen hoy en día. Porque nadie me apoyó en su día. Porque mis propios amigos me despreciaban. Porque llegó un momento en que me creí sinceramente que no me merecía tener compañía...

¿Que qué es para mi el sexo? En un mundo en el que la imagen es lo más importante, en que la gente no se molesta en conocerse, en que las personas levantan barreras para aislarse del mundo, el sexo significa adentrarse en un terreno que creía prohibido. Porque cuando nos desnudamos no es solo ropa lo que nos quitamos. Cuando los cuerpos se juntan, piel contra piel, sintiendo la respiración del otro sobre nuestra propia carne, son también nuestros prejuicios, nuestros miedos los que se dejan en suelo. Yo, que crecí soñando en poder pasear agarrado a la mano de una chica, no puedo expresar lo que significa que una mujer sienta la suficiente atracción a mi como para exponerse en cuerpo y alma, para que la posea tanto física como espiritualmente. El sexo se convierte en algo más que un regalo, es una ofrenda. En mis pocas relaciones sexuales el corazón me latía tan fuerte que creía que se me iba a salir del pecho; es lo que ocurre cuando apenas te puedes creer lo afortunado que eres.

¿Que qué es para mi el sexo? Es todo lo que he dicho y más. Es una ofrenda. Es un milagro. Es la constatación de que yo, como persona completa, también puedo significar algo para otra persona. Es un "yo te acepto como eres". Es un "no tengo miedo a que veas mi interior". Es la celebración de la carne, del espíritu, del alma.

Aunque no sea creyente, en el acto sexual, como decían en "El código Da Vinci", me encuentro cara a cara con la divinidad...

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