25 de enero de 2006

Relatos de la vida del inadaptado (III)

VENDIMIA

Escrito imitando burdamente el estilo de Palahniuk. Porque me acabo de leer Diario (Una novela) y... bueno, ¡porque me da la gana!




Lo que nadie te cuenta del vino es que es una sarta de patrañas. El castillo que aparece en la etiqueta nunca existió. La familia cuyo apellido creó la marca hace tiempo que la vendió a una multinacional. El caldo es enriquecido con licor destilado fuera de la denominación de origen. Los supuestos beneficios cardiotónicos de los taninos no son nada en comparación con los daños que el alcohol causa en el resto del cuerpo.

Pero el vino sigue siendo una droga prestigiosa.


El acto de recoger la uva para su transporte a las cooperativas tiene poco de sofisticado. No ha cambiado practicamente nada en decenas de miles de años. Sí, ahora tenemos tractores con cabina climatizada y lector de cedés en vez de carros de mulas llenas de moscas. Sí, ahora cortamos los racimos con tijeras, en vez de con navajas, y los transportamos en cubos de plástico, en vez de cestos de esparto. Pero la gran mayoría de viñedos se siguen recolectando a mano, cepa tras cepa, con la espalda doblada y trabajando de sol a sol. Vendimiar es viajar a la prehistoria.

Todos los días comienzan igual. Si tienes suerte y el terreno en el que vas a trabajar está cerca quizás puedas levantarte pasadas las 7 de la mañana. Si no, lo más probable es que antes de las 6 ya esté sonando el despertador. Las viñas pertenecientes a los habitantes de mi pueblo se extienden a lo largo de decenas de kilómetros, invadiendo otras localidades en algunos casos. Antaño las cuadrillas llegaban a vivir en las quinterías porque la distancia a sus casas era demasiado grande. Ahora tenemos furgonetas. Pero el madrugón no te lo quita ni dios.

Dependiendo de la generosidad de los patrones puede que ellos te den pan o que tengas que ir tu mismo al obrador a comprarlo. Durante esa época los panaderos trabajan sin parar; los cientos de jornaleros que hay en el pueblo se llevan las hogazas con tanta velocidad que apenas si da tiempo a sacarlas del horno. Las dos horas previas al amanecer son una locura; después de las 10 la vida sigue igual.


Lo que nadie te cuenta en los poemas bucólicos es que el rocio de la mañana que se deposita en las hojas de la vid puede llegar a empaparte hasta los huesos. Que los sarmientos están afilados, y además de provocate cortes en piernas y brazos pueden saltarte un ojo. Que el mosto se adhiere a todas partes y no hay ducha que quite su olor. Que la moscas no te dejarán vivir en paz mientras intentan llenar de huevos tu piel.

Pero todo trabajo tiene sus inconvenientes.



La vendimia comienza en cuanto hay visibilidad suficiente para empezar a cortar los racimos, aunque no haya salido el sol. Los más duros (y los más fanfarrones) usan la misma ropa todo el día; los demás llevan varias capas de prendas para no tener frio, y un chubasquero y botas cuando las hojas están empapadas. Pero vayas como vayas en cuanto se da la señal tu única preocupación ha de ser el trabajo. Cortar, recoger, soltar y volver a cortar. Racimo tras racimo, cepa tras cepa, hasta que tu cubo está demasiado lleno y tienes que ir a vaciarlo al remolque. Sin entretenerte, sin charlas, sin pararte antes de tiempo, sin excusas. Aquí no valen los convenios colectivos ni las cartas de derechos. Aquí no eres humano, eres una máquina con una solo misión: cortar, recoger, soltar y volver a cortar. Ir más o menos deprisa ya es cuestión de maña y experiencia, pero en cualquier caso es tu única obligación.

Existen dos formas de trabajar: o ganando un jornal fijo diario o a destajo, cobrando según cuántos kilos de uvas recojas. En el fondo no hay tantas diferencias entre una forma y otra. En una vas deprisa y en la otra muy deprisa. En una puede que trabajes tres semanas y en la otra solo dos. En una la cuadrilla mira mal a quien no sigue el ritmo y en la otra directamente se cabrea. En una hay más paradas que la otra, o el ambiente está más relajado que en la otra. Pero siempre es el mismo trabajo, una y otra vez.

Conforme avanza el día los vendimiadores van entrando en calor, por el esfuerzo y el sol que comienza a calentar. La primera parada es sobre las 10, para almorzar. Después está la comida (con una breve siesta) y puede que la merienda, con varias pequeñas pausas intercaladas para tomar un trago de agua y fumarse un pito. Si existe un oficio donde fumarse un cigarro es un derecho inapelable es este. Eso y comer hasta hartarse. A pesar de lo que pueda parecer es bastante normal engordar durante la vendimia. Aquí no hay verduritas a la plancha, ni productos dietéticos. En la viña se comen gachas, migas, caldereta, lentejas, carne en salsa, pollo con tomate, tocino asado... y pan, mucho pan. Trabajamos como animales y comemos como ellos.


Lo que nadie te cuenta de este trabajo es que los riñones te dolerán hasta que desees que te los extirpen. Que los tres primeros días las agujetas no te dejarán moverte. Que la muñeca se te puede abrir de tanto moverla. Que los dedos se te hincharán como morcillas de tanto apretar las tijeras. Que las rodillas y las piernas se inflamarán debido al esfuerzo de estar semiagachado. Que por la noche al llegar a la cama sentirás como si te hubieran dado una paliza y cada día te despertarás más cansado que el anterior.

Pero se supone que haces esto por gusto. Y por dinero.


La vendimia no es divertida. Si tienes suerte trabajarás en un campo limpio y la uva será fácil de recoger. Pero lo más seguro es que haya cardos y malas hierbas, y que los racimos crezcan apretados alrededor de los sarmientos de forma que tengas que tirar de ellos o podar la cepa para separarlos. Es muy frustrante. Por eso los jornaleros tratan de distraerse como pueden. En general se suele poner la radio del tractor, pero no hay cuadrilla que soporte escuchar Radiolé todo el día. Hay quien canta coplas o cuenta chistes. Otros se pierden en sus pensamientos. Algunos mascan chicle. Si el ambiente es distendido puede que se converse, pero siempre sin perder el ritmo. Cortar, recoger, soltar y volver a cortar.

De vez en cuando hay distracciones imprevistas. Cuando se trabaja a destajo es normal llenar el remolque en pleno día (y no al caer la noche, como ocurre de la otra forma), por lo que si por cualquier circunstancia no hay un segundo remolque disponible los jornaleros tendrán que esperar a que se descargue el primero. Puede que aparezcan unos cazadores buscando liebres. O que estalle una pelea en la cuadrilla. Quizás alguien cumpla años y traiga café y pasteles. En un trabajo como este, cualquier cosa te hace ilusión.

El trabajo suele durar de media dos semanas. Una si los terrenos son pequeños o la cosecha ha sido escasa; un mes si son grandes o hay muchos. En general es raro que dure más de 5. Por eso a todos los que llegan nuevos se les cuenta el mismo chiste cuando se quejan: "los riñones solo duelen los primeros cuarenta días". A fin de cuentas vendimiar es una carrera contra reloj. Cuanto más tiempo se tarde en recoger la cosecha, más posibilidades hay de que se estropee. No es que haga falta que las uvas estén perfectas, pero el fruto podrido puede ser rechazado y, por tanto, el propietario perder dinero.


Lo que nadie te cuenta de la vendimia es que el trabajo no se interrumpe casi nunca. Si cae un sol de justicia, de los que queman la piel como si estuvieras en un horno, te pones una gorra y sigues trabajando. Cortar, recoger, soltar y volver a cortar. Si llueve a mares, de forma que el barro se pegue a las botas y te pesen tanto que apenas puedas caminar, te calas la capucha del chubasquero y sigues trabajando. Cortar, recoger, soltar y volver a cortar. Si te haces un corte te pones una tirita y sigues trabajando. Si te duele la mano te pones una muñequera y sigues trabajando. Si no puedes más pides una pausa, te fumas un pito y sigues trabajando. A menos que sufras algo que realmente te impida continuar (una herida profunda, un esguince, gastroenteritis) seguirás cortando, recogiendo, soltando y volviendo a cortar.

Y no hay peros que valgan.


La jornada acaba cuando el sol se ha puesto y ya no hay luz suficiente para ver lo que estás haciendo. En ocasiones falta tan poco para terminar de vendimiar un terreno que sigues trabajando de noche, a la luz de los faros de un coche o de un foco instalado en el techo del tractor, para no tener que volver allí al día siguiente. En cualquier caso cuando llegas a tu casa ya estará oscuro y tu único pensamiento será cenar, ducharte e irte a la cama.

En eso consiste la vendimia. Levantarse antes de que salga el sol, trabajar todo el día, acostarse y volver a empezar. Una y otra vez, reviviendo el mismo día, repitiendo los mismos actos. Cortar, recoger, soltar y volver a cortar. Es como estar atrapado en el día de la marmota, como vivir en una pesadilla kafkiana. Cierras los ojos y solo ves uvas y sarmientos. Solamente vives para trabajar.

Lo que nadie te cuenta es que cuando finalmente todo termina a veces tienes ganas de continuar. Que llevas tanto tiempo esforzándote como una mula que ya casi te has olvidado que existe algo más. Que llegas a echar de menos a tus compañeros, el aire libre, el trabajar con las manos. Que puedes sufrir un caso agudo de síndrome de Estocolmo.

Pero entonces llega el fin de la vendimia. Los propietarios hacen cuentas. Los jornaleros eventuales vuelven a sus hogares para la recogida de la aceituna o para descansar. Y el resto, con los billetes en la mano, suelen decir: "no pienso volver a vendimiar nunca más".

Hasta que te vuelve a hacer falta dinero, claro.

6 comentarios:

Funebris dijo...

¡Ains! ¡Cuantos recuerdos de mi niñez!... Lo mío no son uvas, son tomates Cherrys, pero ese verde en las manos, ese levantarte a las 6 de la mañana, los descansos, agachar el espinazo hasta casi seccionarte la mitad del cuerpo, esos padrastros en los dedos aunque lleves guantes... Y llegar a casa, acostarte, y ver como una gigantesca mata verde y roja tortura tus sueños... no tiene precio, la verdad...

En el fondo, como tu dices, uno tiene el síndrome de estocolmo cuando todo acaba, lo echas de menos, incluso durante esa temporada, cuando te comes uno/a piensas: "¿Este lo habré recogido yo?"

Un abrazo:)

Dr.Benway dijo...

Qué duro y desagradecido es el trabajo en el campo, no me extraña que cada vez menos gente lo quiera hacer.

El inadaptado dijo...

A veces me sorprendo a mi mismo echando de menos la vendimia. Trabajar como una mula y no preocuparme de nada más. Sin exámenes, ni burocracia, ni obligaciones. Solo cortar, recoger, soltar y volver a cortar.

Pero entonces recuerdo lo mal que se pasa. Del dolor de riñones, los dedos hinchados y el cansancio que nunca se va. Y pienso que, después de todo, repartir pizzas o atender a clientes bordes no es tan malo...

Funebris dijo...

"Qué duro y desagradecido es el trabajo en el campo, no me extraña que cada vez menos gente lo quiera hacer."

Entre eso, y que en España nos hemos vueltos unos "señoritos", y ahora parece que agachar el espinazo es pecado (cuando en España hemos estados desde que el tiempo es tiempo cortando, recogiendo, soltando y volviendo a cortar) ya me contarás... y luego nos quejamos por cosas más nimias.

El inadaptado dijo...

Nos creemos un país avanzado y por eso le estamos dando la espalda al campo. Pero como ya dije no se dónde, España es un rico de pueblo conduciendo un Mercedes en chandal.

Eso sí, hay que reconocer que el campo es duro, que no se paga lo que se debiera y que de no ser por los inmigrantes este país se hubiera ido a hacer puñetas hace tiempo...

Funebris dijo...

"Pero como ya dije no se dónde, España es un rico de pueblo conduciendo un Mercedes en chandal."

Y, aunque no lo queramos admitir, con boina en muchas ocaciones.

"y que de no ser por los inmigrantes este país se hubiera ido a hacer puñetas hace tiempo..."

En eso estoy de acuerdo. En España, supongo que esta pasando el mismo fenómeno que en la Alemania de los años 60. En ese momento, los emigrantes Españoles, en cierta medida, les salvamos el culo agachando el espinazo, y sacando a flote un país al que le costo salir de la crisis que supuso la Postguerra... Hoy día, son los marroquies y los trabajadores de los paises del Este que vienen aqui, los que nos lo estan salvando a nosotros del colapso.