7 de mayo de 2009

Pasta

"Euromillones: hazte rico y fóllate a jovencitas"



Cada vez que se hace una lista con las drogas más adictivas siempre se dejan unas cuantas sin poner, obsesionados como estamos por las puramente químicas. No se menciona al sexo, que lo es, digan lo que digan. Ni al World of Warcraft, que ya ha conseguido matar a alguno. Tampoco a los juegos de azar. Ni siquiera a las pipas. Pero, sobre todo, nunca se habla de la más dura de todas: el dinero.

Ya sea para ganarlo o para gastarlo, que aquí cada uno se lo chuta como quiere, no hay nada en este planeta que produzca más adicción que el dinero. El parné. La tela. La pasta. Ese invento que, igual que la heroína, parecía muy práctico al principio y ahora la gente mata o se mata por conseguir. Muchas veces literalmente. Porque qué más da a cuántos nos llevemos por delante mientras podamos aumentar la cantidad de ceros en nuestra cuenta corriente. A fin de cuentas hemos llegado a un punto en el que para muchos es su único objetivo en la vida, su única razón de ser. El dinero nos domina a todos. Bueno, a unos más que a otros, pero, a los que nos tiene, nos tiene bien cogidos de las pelotas. Sin posibilidad de escape. Y así nos va.

Si ahora estamos como estamos, es decir bien jodidos, ha sido por pura avaricia. Ni más ni menos. Que aquí no se libra nadie. Y yo me incluyo, porque aunque no haya colaborado no estoy menos enganchado que el resto. A ver cómo iba a tener más de 2000 cómics ahora, si no es amasando dinero. Aunque al menos me esté conformando con eso. Pero otros no. Demasiados. Un país entero empezó a adorar al ladrillo y nuestra economía se convirtió en un gigantesco timo piramidal, con los bancos brillando en la cúspide, de una avaricia tan cegadora que no podíamos mirar sus cuentas de resultados sin entornar la mirada. Putos cabrones sin corazón.

Sin embargo no fueron los únicos, ni de largo. Alguien tenía que estar abajo para poner en marcha la estafa. Ahí entramos nosotros. Empeñándonos hasta la jubilación para comprar cuatro paredes a precio de caviar iraní servido por putas de lujo en un yate en las Bahamas. Todo con la esperanza de venderlo más tarde y sacar pasta, y comprar un sitio más grande o dejárselo a nuestros hijos para que pudieran venderlo más tarde y sacar pasta y comprar un sitio más grande. Y como no había sitio donde construir se empezó a untar a los ayuntamientos, que se dejaron llevar por la lluvia de dinero y dieron carta blanca a las constructuras. Y se construyó más y más, hasta donde no se podía, para colmar nuestros sueños de un futuro en un loft de lujo o una urbanización vallada; y los constructores, y los obreros y hasta el chico que traía los cafés y se dejaba sobar por el jefe de obra sacaron tal tajada que decidieron vivir a lo grande, así que las fábricas de coches metiron el turbo para cubrir la demanda, los televisores de plasma llegaron en contenedores, las tiendas de marca germinaron como setas y de repente medio país vivía como si todo fuéramos de la Jet.

Hasta que llegó el gran hostión. Qué bien merecido, oiga.

Esto nos pasa por pardillos. Por novatos. Por creer que podíamos jugar como los grandes. Pero no, solo somos unos mindundis que están destinados a mantener a las élites de verdad o a ser los peones de los que realmente manejan el cotarro. Los de siempre, como los bancos y las aseguradoras, que son a fin de cuentas los que nos han metido en esto pero que incluso ahora consiguen sacar partido; como las farmaceuticas, que estoy convencido de que podrían conseguir que nunca estuviéramos enfermos si no dependiera su negocio de ello; o como Monsanto, que será capaz de matarnos de hambre si con eso aumentan los beneficios.

Eso sí, no puedo negar que los hay que no se rinden y perseveran para subir de liga aunque tengan que vender parte de su alma por el camino. La SGAE, sin ir má lejos. Esa pandilla de matones de barrio que va de negocio en negocio amenazando con azuzar a sus abogados a quien no siga sus reglas. "Dar protección", creo que lo llamaban los que inventaron el juego. Porque a estas alturas ni ellos mismos se creen ya que lo están haciendo en beneficio de los autores. Es cuestión de números. De dar con la cifra apropiada. Todos tenemos un precio. Llegará por fin el día (si no nos hartan y los quemamos antes, claro) en que el gobierno, las operadoras o tras quién vayan esta vez les pase un papelito doblado con una cantidad de ceros lo suficientemente alta y entonces nos dejarán en paz. Recordarán que las descargas son legales. Los manteros dejarán de mirar nerviosos las esquinas. Los internautas podremos navegar tranquilos. Todo cuando consigamos colmar su avaricia.

Aunque eso va a ser difícil. Al menos en este país, en este hemisferio, en este mundo en general. Porque, igual que hay ciudadanos de primera y de segunda (y de tercera y de cuarta), también hay profesionales de primera y de segunda. Y mientras algunos tenemos que madrugar todas las mañanas para poder fichar a tiempo en nuestro trabajo, con el que poder cobrar a final de mes y tener un rato por las tardes para escribir pajas mentales como esta solo por el puro placer de hacerlo, los hay que han sido tocados de algo indefinible llamado "talento", y algo un poco más tangible llamado "editorial" o "sello", en virtud de los cuales tienen derecho no solo a cobrar incluso cuando no trabajan, sino que además les paguemos los vicios a su descendencia. Porque sí. Porque ellos valen más que nosotros. Y porque la avaricia de los editores de contenidos es tal que no dudarán en inculcarnos a todos la promesa de la fama, el dinero fácil y las groupies haciendo cola en la puerta del camerino para chupártela, de forma que puedan fabricar a sus propias criaturas avariciosas con las que alimentar sus cuentas hasta que no les sirvan y tengan que buscarse otras nuevas de entre los cientos y miles que están dispuestos a dejarse manipular con tal de conseguir su droga. Con tal de conseguir más y más dinero.

Y así las cosas, con medio planeta muriéndose de hambre y el otro matándose para conseguir pasta, uno puede menos que preguntarse: ¿no será que lo estamos haciendo todo jodidamente mal?

4 comentarios:

Steam Monkey dijo...

Este post es una maravilla y tirantado para abajo hay cosas muy majas. El enlace a la muerte por WOW no me funciona.

Ahora no sé porque no entro más a menudo a tu Blog, pero bueno, para eso te tengo enFEEDado, para que tampoco nunca estés muy lejos.

Saludos de antaño al brillante futuro de ti.

porlacara dijo...

Lo estamos haciendo jodidamente peor... el dínero lo mueve TODO y no conozco a nadie que no tenga un precio.

Si te ponen un cheque en blanco y te dicen que escribas la cantidad que tú quieras por hacer algo que nunca estarías dispuesto a hacer ¿lo harías?

... no hace falta que respondas, la respuesta la tenemos cada uno dentro de nosotros mismos. Es la avaricia natural del ser humano, contra eso es casí imposible luchar.

REFO dijo...

El puto dinero domina el mundo. Los intereses distribuyen riqueza y pobreza. Estamos destinados a darnos hostias como esta crisis por creer que sabemos dominar la avaricia y no es así.

Gran reflexión.

Eso sí, podía esta noche tocarme el Euromillones. El dinero es un vicio, sí, pero estoy convencido que da la felicidad.

Irene dijo...

¿No me dan nada por comentar?