28 de agosto de 2005

Las razones de la sinrazón


Traslado de una mujer herida en el incidente del encierro de hoy
en S. Sebastián de los Reyes (esto me cabrea tanto que ni siquiera
puedo ser sarcástico) Fuente: EFE. Foto extraida de www.elmundo.es
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Cuando detienen a un delincuente en plena posesión de sus facultades mentales y que comete delitos por voluntad propia, no porque sus circunstancias le hayan empujado a ello, este normalmente no abre la boca salvo quizás para insultar a sus captores. Esto es frecuente sobre todo en estafadores, distribuidores de pornografía infantil, timadores y otros delitos "limpios". A menos que las pruebas contra el sean demasiado endebles para garantizar su encarcelación, estos delincuentes saben que poco o nada van a conseguir argumentando una inocencia que ni ellos mismos se creen. Eran conscientes en todo momento de que estaban cometiendo un delito y que algún día podían ser arrestados.

Esta tarde, al oir a los organizadores y responsables de los encierros comentar el "tapón" que ha causado 63 heridos (tres muy graves), me he acordado de este tipo de delincuentes. Hablaban con el mismo aplomo y la misma frialdad que alguien que es consciente de que está haciendo algo mal pero no le importa. Se que esto no es realmente cierto, pero también se que no se aleja demasiado de la realidad. Prohibir los encierros no es una posibilidad, por muchos heridos o incluso muertos que haya. Se podrán imponer medidas de control, culpar a los borrachos de los incidentes, profesionalizar a los corredores, pero jamás de los jamases se plantearán eliminar esta actividad. Hay demasiados intereses económicos en juego, porque en realidad de lo que se trata y siempre se ha tratado ha sido eso: el dinero.

Soy perfectamente consciente de tener un carácter muy sosegado, e incluso podríamos decir que soy un poco aburrido. Más conservador de lo que creo, poco amante de las aventuras y las emociones fuertes, apenas asumo verdaderos riesgos y en general soy bastante cobarde. Teniendo todo eso en cuenta, soy no obstante abierto de mente y puedo entender que haya gente adicta a la adrenalina que disfrute saltando en paracaidas, escalando montañas, tirándose desde un puente atado a una soga elástica o practicar el sexo infringiéndose dolor. Sin embargo, por muchas razones que me den jamás llegaré a entender qué tiene de atractivo jugarse la vida (porque, no lo olvidemos, mucha gente ha muerto con esto) corriendo delante de un toro. Y no lo puedo entender porque no hay nada que entender. En los encierros no hay cabida para la lógica y la cordura. Es una actividad primitiva, irracional, restos que aún colean de un pasado de analfabetismo que a este paso jamás nos quitaremos de encima. Cuanto más sabiendo que son el preludio de las corridas de toros, ese perenne recordatorio de que no somos la cola de Europa, sino que seguimos siendo la cabeza de Africa.

Argumentos en favor de los encierros hay muchos, a cada cual más insostenible. Que no sería peligroso si los corredores fueran más profesionales, que es una experiencia irrepetible, que en realidad no ha muerto tanta gente... Mi favorito es, por supuesto, el que hace referencia a la tradición. Son muchas y variadas las actividades y comportamientos inexcusables cuyo único motivo de existencia parece ser ese. Pues perdonadme por la grosería pero yo me paso la tradición por el forro de los cojones. El hecho de que la gente haya repetido la misma gilipollez año tras año no significa que sea algo bueno, sino simplemente que ya no pensamos por nosotros mismos. Los de Estopa (ese grupo cuyo éxito tampoco entiendo), contaban esta anécdota, real o no, en la presentación de su último disco: un grupo de monos fue encerrado en una jaula, en la que había unos plátanos encima de una escalera. Cada vez que uno de los monos intentaba coger los plátanos se lanzaban chorros de agua a presión sobre todo el grupo. Llegó un momento en que cuando uno hacía ademán de ir a por ellos los demás le apaleaban para que no lo hiciera. Primero se sustituyó a uno de los monos por otro que no había recibido nunca agua y pronto empezó a imitar a sus compañeros. Poco a poco se fueron sustituyendo los demás hasta que no quedó ninguno del grupo original. Pero igualmente apaleaban a cualquiera que intentara alcanzar los plátanos. Según decían ellos, si estos últimos monos pudieran hablar y les hubieran preguntado los motivos de semejante violencia, habrían contestado: "no se, aquí siempre se han hecho las cosas así".

Según dicen la culpa de todo es de Hemingway. Fue el quien se asentó en España y comenzó a cantar las alabanzas de las corridas y los encierros, atrayendo a nuevos visitantes. Eso sí, no me consta que llegara nunca a ponerse delante de un toro. Siempre es mucho más fácil y más cómodo ver las cosas desde la barrera. En cualquier caso me revuelve las entrañas oir a los organizadores quejarse de la "excesiva afluencia de público". Los encierros son un gran negocio del que al menos Pamplona y S.S. de los Reyes sacan una buena tajada todos los años y cuanta más gente haya, mejor. Y si hay que culpar a alguien de los incidentes, los primeros deberían ser ellos. Son los organizadores y no otros quienes dan publicidad a sus fiestas y enmascaran una realidad bien simple: que un toro es peligroso y te juegas la vida en la carrera. Por muchas medidas de seguridad que haya, por muy experto que seas, un solo resbalón a destiempo y puedes ver tus vísceras desparramadas por el empedrado. Pero claro, ese no es el tipo de imagen que se le quiere dar a una fiesta.

Porque ese es el otro gran problema, que se enmarquen dentro de unas celebraciones multitudinarias en las que el alcohol será siempre el protagonista. Dicen que los Sanfermines no serían lo mismo sin los toros, yo digo que no serían lo mismo sin el vino y la cerveza. La gente va allí porque son siete dias de desenfreno, y en medio de ese ambiente nadie piensa en que mañana podría estar durmiendo eternamente en un cajón de pino. Los organizadores se quejan de los borrachos, ¿y que cojones esperabais? Mientras haya fiesta habrá alcohol, la gente irá borracha a correr, y si tienen la suerte de acabar el encierro sin que les roce un toro irán difundiendo como un cáncer la idea de que no es tan peligroso como lo pintan. Y la gente, ávida de diversión, de alcohol, de sexo, de emociones fuertes, acudirá cada vez en mayor número para obtener su pedacito de aventura que contar a sus nietos. Si es que un pitón afilado no les desgarra el pubis y les impide tenerlos, claro.

Dicen que antes de los encierros se hacen controles para comprobar el estado físico de los posibles corredores y evitar problemas. Yo digo que antes de dejarlos entrar en la ciudad habría que controlar su nivel de inteligencia...

7 comentarios:

La-Ruina dijo...

Nunca me ha seducido la idea de correr delante de un toro.

El hereje dijo...

Me alegra que haya tanta gente en contra de la fiesta nazianal, pero no somos suficientes, y seguirán con esta salvajada los mismos que inexplicablemente sí condenan la caza del zorro y otras lindezas.

PD: ¿Qué sucede con los números 13 y 14 de la lista de El Relato Encadenado? ¿Se han dado a la fuga?

El inadaptado dijo...

No, todo va como estaba previsto. Crub, el número 13, dijo que iba a publicar su fragmento hoy lunes. Rakele, la número 14, ya ha vuelto de vacaciones y está avisada de que ya le toca escribir su parte. Si todo va bien, esta semana acaba el relato.

scape95 dijo...

Tercermundista esto de los encierros... con perdón para el verdadero tercer mundo.

gemuchi dijo...

joderrr..joder...no me hables de toros que me enervo eh???????????????????????????????'''''

Yo lo que no entiendo es por qué se echan algunos las manos a la cabeza cuando los romanos disfrutaban en el coliseo con los cristianos y leones..no estaban en igualdad de condiciones??


muaka muakaaaaaaaaaaaaaaaaa

Gorguel dijo...

Una vez, con un grupo de amigos, cruzamos una alambrada y nos internamos en el campo separando maleza con nuestras manos. La cosa es que siempre me toca delante, y al apartar un arbusto me encontré con una cabeza de toro a un metro mía, mirándome...

...Ya tengo suficiente adrenalina desde entonces, no me gustaría tener que correr sobre empedrado rodeado de una panda de becerros, mugientes o no.

Ireneu dijo...

Es que somos de miedo... y unos hipócritas de cojones, una cosa es mantener una tradición inofensiva (cosa de los forcados o el toreo sin muerte) y otra, hacer de una carnicería una tradición. Si es por que sean reminiscencias de épocas pretéritas por lo que se deban conservar ¿que tal si mantenemos lo de los sacrificios rituales de mujeres vírgenes? Seguro que tendrían mucha mas audiencia que los toros...

A los toros los tendría en libertad en reservas apropiadas, tal como eran antes de ser producto de sacrificio. ah! ¿que molestan a los domingueros? ¡mejor para el bosque!

Seguro que entonces no los quería nadie. Solo los quieren por la sangre que les hacen verter. Que asco.