25 de enero de 2006

Home, bitter home (IV)

LA PECERA

Casi diez meses han pasado desde que escribí el último "capítulo" de esta serie dedicada a los distintos pisos por los que he ido pasando desde que huí de mi pueblo natal. Los motivos son dos: que estaba demasiado ocupando inventando cosas ingeniosas para escribirlas en el blog principal, y que no me atrevía a desenterrar una de las peores etapas de mi vida.

El curso académico comenzó igual que había comenzado el anterior: en las viñas, doblando el espinazo para recoger los racimos de uvas a mano mientras hubiera un rayo de luz que iluminara el campo. A veces incluso de noche, a la luz de un foco instalado en el tractor, para rematar un terreno y poder pasar al siguiente. Fue una vendimia larga, tanto que cuando llegué a la universidad las clases habían empezado hacía tiempo. Pero no tenía escapatoría: sin el dinero de mi jornal no tenía un duro para sobrevivir hasta que me dieran el de la beca.

Nada más llegar empezaron los inconvenientes. Tenía apalabrado un piso pero el dueño se echó atrás en el último momento, y al estar el curso ya empezado había pocas habitaciones libres. Entonces respondí a un anuncio de periódico que resultó ser en realidad una agencia de alquileres. Todavía no se por qué firmé y les di el dinero que me pedían por encontrarme un piso; de algún modo se me hizo imposible decirles que no y cuando me pusieron el contrato en las narices (cinco minutos después de entrar) lo firmé como un autómata.

Apenas un par de horas después reaccioné, regresé a la agencia y les supliqué casi llorando que me devolvieran el dinero, pero ese tipo de empresas no se caracteriza por la humanidad de sus trabajadores (en cierto modo el negocio es una estafa; legal, pero una estafa). Consiguieron convencerme para que dejara de protestar y me dieron unas cuantas direcciones de pisos para ver si me gustaba alguno. Accedí, puesto que ya no tenía escapatoria. Finalmente me quedé con un piso de estilo alicantino tradicional con ventanas estrechas, un pasillo muy largo, techos altísimos, y unas vecinas bastante interesantes que resultaron ser todas gilipollas.

El piso estaba amueblado, sí, pero sin inquilinos, por lo que me tocaba a mi buscarlos. Varias pegadas de carteles y unas cuantas visitas más tarde le alquilé las habitaciones sobrantes a dos universitarias y un profesor auxiliar de instituto. Ellas eran alicantinas, de mi edad y poco dadas a callarse las cosas. Él era valenciano, bastante hippy y con un morro que se lo pisaba. La convivencia, lógicamente, no fue fácil. El profesor pasaba de limpiar y se limitaba a vivir en el piso como si estuviera en una pensión; ellas no paraban de protestar, aunque a él las cosas le entraban por un oido y le salían por el otro. La sangre no llegó al rio, pero después de un par de meses se palpaba la tensión en el ambiente.

Y no solo en nuestro piso. Los inquilinos del piso de abajo se pasaban la vida discutiendo y reconciliándose. Cuando estaban de buenas se les oía follar en Dolby Stereo Surround, gracias a esa maravillosa acústica que tienen los edificios antiguos. Cuando estaban de malas eran tan fuertes las discusiones que tuvo que acudir varias veces la policía. No fueron los únicos en el barrio a los que la autoridad tuvo que separar, por cierto. Si unimos eso a los ladridos nocturnos de la legión de perros que había en esa zona, la verdad es que no me dio tiempo a aburrirme.

Sin embargo eso no fue lo peor, ni mucho menos. Quiso la casualidad que tanto él como ellas tuvieran por costumbre irse todos los fines de semana a sus respectivos hogares familiares, por lo que si yo me quedaba en Alicante estaba completamente solo. Y digo completamente porque además de no tener a mis compañeros de piso apenas si tenía alguna amistad entre mis compañeros de clase. Eso ocurría tres o cuatro veces al mes, puesto que en aquella época evitaba mi pueblo natal como la peste.

Fue entonces cuando llegaron los ataques.

A estas alturas todavía no se que es exactamente lo que padezco, o si realmente padezco algo. La psicóloga no le puso nombre y no consigo cuadrar mis síntomas con lo que aparece en los artículos que encuentro en internet. En cualquier caso en aquel momento ni siquiera era consciente de que tenía un problema, pero sabía que algo iba mal. Muy mal.

Los ataques de angustia sucedieron sobre todo esos fines de semana en que me encontraba solo, en ese piso con el pasillo interminable y los techos altísimos, en el que me sentía como un pez atrapado en una pecera de cemento. Al principio era solo una sensación nerviosa en la boca del estómago, que se iba acrecentando y extendiendo rapidamente por el resto del cuerpo hasta acabar acurrucado en el sillón, tiritando de frio y de miedo, con la cabeza dándome vueltas y la impresión de estar muriéndome. No se lo deseo a nadie. Llegué a pasarme más de 30 horas paralizado de terror, casi en ayunas, solo bebiendo leche y comiendo algún yogur (lo único que mi estómago digería).

Cuando llegó febrero la situación cambió y experimenté una cierta mejoría. Mis dos compañeras se marcharon (no lo lamenté) y en su lugar vino otro universitario alicantino y un erasmus italiano. Con el primero apenas si tuve trato, todo hay que decirlo, pero enseguida hice buenas migas con el segundo. Era difícil no llevarse bien con él: alegre, hablador, lleno de energía... y como una puta cabra. Solo como ejemplo: en una fiesta de caracter artístico absolutamente indescriptible, en la que cada uno de los anfitriones realizamos una "performance", este chico se hizo una cruz en el pecho con un cuchillo para poder ligarse a una de las invitadas (y lo consiguió, a fe de los gemidos que oimos todo el edificio a la mañana siguiente). Fue sin duda una de las noches más surrealistas de mi vida...

Sin embargo la mejoría no duró mucho. Aunque gracias al italiano pude distraerme y conocer gente, la presión de los exámenes hizo mella en mis ya muy descontrolados nervios. No fue el único factor, eso es cierto; apenas hacía unos meses que había roto con mi ex y yo me subía por las paredes. Además comenzó a haber problemas con los caseros (tres jublilados a quienes, por cierto, nunca llegué a ver en persona), que me exigían el pago de unas facturas que se negaban a entregarme, y con el profesor, que nos debía dinero. Durante aquellas últimas semanas los ataques de angustía se alternaron con otros ataques más violentos de llanto y rabia. Se que debería haber ido al psicólogo, pero cuando te has tirado varias horas mirando la pared dominado por un inexplicable miedo lo último que quieres es que te analice un desconocido.

Al final de la historia me lié la manta a la cabeza y arreglé las cuentas como a mi me dió la gana, quedándome buena parte del dinero que el profesor dejó para pagar sus deudas. Bastante mal lo había pasado ya como para tener que perder siempre. Además, ¿qué iban a hacer los caseros? Ni siquiera me habían visto la cara. Eso sí, con ese gesto me vi condenado un año más a cambiar de piso y de compañeros. Pero eso, como siempre, ya es otra historia...

Próximo capítulo: THE MAD HOUSE.

EPILOGO

Dos meses después de haber vuelto al hogar paterno para pasar las vacaciones de verano, alguien llamó a la puerta de casa. Era el erasmus. Con el dinero que ganó trabajando de pizzero (¿de qué si no?) se había comprado una bici para poder ir desde Alicante hasta su pueblo en Italia. Sí, en bici. Dio la casualidad de que pasó cerca de mi pueblo y se desvió un poco de la ruta para venir a visitarme. ¿He dicho ya que estaba como una puta cabra?

4 comentarios:

Funebris dijo...

Que me vas a contar a mi de los pisos Alicantinos Clásicos, conozco algunos, y son la leche... aunque bueno, de esos hay en todos lados (doy fe)... Por otro lado, tus síntomas se parecen bastante a los mios, excepto por la reacción de miedo... Yo no la tengo, sólo tengo tristeza continua (¿será depresión?)aunque la oculto bajo una capa de felicidad aparente (que poco me gusta que se compadezcan de mi). Por lo demás (frñio, y comer poco, poquito), igualito.

¡Ah, quiero una Erasmus como ese... como una cabra (y si es posible que me haga gemir, que llevo un tiempo que...)

Saludos Inadaptado

El Ave dijo...

A MI TAMBIEN ME PASO LO DE LA "AGENCIA." En Madrid, imagínate. Es un timo. Un timo total.... y yo como una gili firmé. Fue a la oficina del consumidor, nada. Me dijeron que habían intentado denunciarles pero que habían ganado el caso... los muy hijoputas.
Oye cuéntame más de la vendimia que me interesa.

El inadaptado dijo...

De acuerdo, de eso hablaré en el siguiente mensaje. Total, ya que estoy desenterrando etapas desagradables de mi vida, ¿por qué no esa?

porlacara dijo...

Menudo personaje el italiano... XD.

Me alegro que por lo menos ya no tengas esos ataques de pánico. Tu forma de contar las cosas que te han pasado me recuerdan episodios raros de mi vida... quizas algún día me dedique a postearlos...