A veces la gente me pregunta, "¿qué haces aquí?"
Lejos de mi familia, de mi tierra, de los que se hacen llamar mis amigos; sin encontrar trabajo, sin hacer nada útil, sin que haya siquiera una persona o un compromiso que me retengan.
A veces yo también me hago la misma pregunta. A veces no se que es lo que hago aquí.
Me paso los días delante del ordenador, buscando ocupación, distrayéndome con mis escritos, intentando encontrarle un sentido a mi existencia, consumiéndome por dentro. Los días caen como pesadas losas, todos iguales, sin que apenas cambie nada.
Entonces llega un día como este.
Entonces algo me impulsa a salir fuera de casa, a recorrer una ciudad que conozco con los ojos cerrados. Nada más pisar la acera siento el calor de los últimos rayos de sol en mi cara, el viento que me despeina, el olor a arena y salitre que llega desde el otro lado del castillo. Avanzo por las calles vacias, apoderándome de la placidez que emanan los días de asueto, la tranquilidad y el silencio que lo invaden todo. Me escabullo por los barrios viejos, entre casas abandonadas y edificios históricos. Doy un paseo por la playa, siento como mis pies se hunden en la arena, esquivo las olas, me detengo a mirar el horizonte.
Y sonrio.
Sonrio porque recuerdo el motivo que me impulsa a permanecer aquí en contra de la lógica, la razón y el sentido común.
Sonrio porque amo el mediterraneo. Y sé que jamás podría volver a vivir lejos de él...
Lejos de mi familia, de mi tierra, de los que se hacen llamar mis amigos; sin encontrar trabajo, sin hacer nada útil, sin que haya siquiera una persona o un compromiso que me retengan.
A veces yo también me hago la misma pregunta. A veces no se que es lo que hago aquí.
Me paso los días delante del ordenador, buscando ocupación, distrayéndome con mis escritos, intentando encontrarle un sentido a mi existencia, consumiéndome por dentro. Los días caen como pesadas losas, todos iguales, sin que apenas cambie nada.
Entonces llega un día como este.
Entonces algo me impulsa a salir fuera de casa, a recorrer una ciudad que conozco con los ojos cerrados. Nada más pisar la acera siento el calor de los últimos rayos de sol en mi cara, el viento que me despeina, el olor a arena y salitre que llega desde el otro lado del castillo. Avanzo por las calles vacias, apoderándome de la placidez que emanan los días de asueto, la tranquilidad y el silencio que lo invaden todo. Me escabullo por los barrios viejos, entre casas abandonadas y edificios históricos. Doy un paseo por la playa, siento como mis pies se hunden en la arena, esquivo las olas, me detengo a mirar el horizonte.
Y sonrio.
Sonrio porque recuerdo el motivo que me impulsa a permanecer aquí en contra de la lógica, la razón y el sentido común.
Sonrio porque amo el mediterraneo. Y sé que jamás podría volver a vivir lejos de él...
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