1 de abril de 2005
Friday Night Fever
Hoy medio mundo está pendiente de la salud de los dictadorzuelos de los dos estados más pequeños del planeta, que están a punto de estirar sus reales y santas patas de un momento a otro. Unos por interés, otros por morbo, otros por negocio, pero es imposible hablar de otra cosa. ¿Y sabeis que? Me la suda.
Que se mueran reyes, que caigan gobiernos, que el mundo entero se vaya al carajo. Hoy es viernes, esta es mi noche y nadie me la va a estropear.
Hace más de medio año tuve que asumir la cruda realidad. Estaba solo, no tenía amigos y estaba muy harto de pasar los fines de semana encerrado en mi casa. Así que tomé una resolución que me permitió digievolucionar de tio raro (aunque no muy lejos de lo normal) a un auténtico inadaptado: dejé la vergüenza en casa y me dispuse a salir a bailar solo (que no a beber solo) un viernes por la noche. Cierto es que no era la primera vez, pero en esta ocasión lo hacía por mi propia voluntad, no motivado por las circunstancias. Había escogido el lugar adecuado (el único que conozco en todo Alicante cuya entrada está prohibida a los menores de 21 años) y la fecha ideal (en pleno verano, cuando hay menos gente), y esperaba que fuera el inicio de una sana costumbre.
A día de hoy, los únicos fines de semana que he faltado a mi cita, han sido aquellos en que me encontraba fuera de la ciudad.
Admitámoslo, no es algo fácil. Muchas noches he salido del pub agobiado, cabreado, frustrado. Tratar de bailar solo en un pub de ambiente "indie" lleno de universitarios y treintañeros salidos, es terriblemente difícil. Los primeros forman gigantescos corrillos que ocupan la pista entera, aunque ni siquiera se miran a los ojos, y al cabo de una hora se disgregan en tres o cuatro mini-corrillos que roban más espacio todavía. Los segundos llegan en grupos de 3 a 5 solteros y se quedan de pie, como estatuas, en medio de la pista o la escalera, con un botellín de cerveza en una mano y un cigarro en la otra, mientras lanzan miradas incendiarias a todas las chicas escotadas que pasan a su lado (y eso, en un pub de universitarios, son muchas miradas). Afortunadamente está la parroquia habitual del local, que suelen respetar los espacios, se saben las canciones y lian petardos en las esquinas oscuras, ante la mirada entre sorprendida y envidiosa de las pijas que han entrado para hacerse las interesantes ante sus pretendientes, con el pelo engominado y los bolsillos manchados de coca.
En este panorama, ¿dónde encaja alguien como yo? Poco importa que sea un pub "indie", "pachanguero" o "bakala"; un tio que llega solo, se pide un refresco y se lanza a la pista a bailar, llama la atención. Al menos en este pais. Al menos si no estás en un local gay. Recuerdo que alguna vez, cuando era más crio y salía con gente, me reí de algún "tio raro que baila solo" o del típico "borracho del fondo de la barra". Pues bien, ahora yo soy ese tio y no me avergüenza confesarlo. Si bebiera, también sería ese borracho. Y tampoco me avergonzaría. Total, a Bukowsky no le ha ido tan mal, ¿no? Era un inadaptado, pero salió adelante.
No es solo la vergüenza lo que se pierde cuando das el paso. También te tienes que despojar de tus prejuicios y, sobre todo, olvidarte de los demás. Porque me miran, sí, claro que me miran, igual que yo miraba cuando estuve en su lugar. Y lo noto, claro que lo noto, porque en un local pequeño es imposible no darte cuenta. Y me afecta, claro que me afecta. Pero como dijo Tyler Durden, "tocar fondo no es un cursillo de fin de semana". Ser un inadaptado significa no conformarse con lo de siempre. Significa no seguir las reglas. Significa hacer las cosas a tu modo. Y, en este caso, significa cagarte en los estereotipos de la masculinidad española y salir solo, beber refrescos y bailar como una tia. Mejor que una tia.
Poco importa que vuelva a casa solo, sobrio y caliente. Porque hoy es viernes, esta es mi noche y nadie me la va a joder. Ni siquiera el mono de tabaco...
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