12 de abril de 2005

Home, bitter home (III)

L'AUBERGE (El albergue)


El primer año de carrera fue bastante intenso. Me fui de casa, tuve mi primera (y de momento única) novia, perdí la virginidad, hice algunos amigos (más bien pocos, todo hay que decirlo; en aquella época ya apuntaba maneras como inadaptado) y salí relativamente airoso del primer curso. Relativamente. Alicante es la única universidad en la que no se exige (o exigía) un examen de acceso para estudiar Traducción y por eso se daba por hecho que tenías todos los conocimientos para empezar la carrera, esto es, un nivel alto de inglés y un nivel medio de francés. Pero no era así. De hecho, no tenia ni pajolera idea del segundo idioma. Me había apuntado a la Escuela de Idiomas para sortear esta dificultad, pero no fue suficiente. Así que tuve que solicitar una nueva beca de verano, esta vez a Francia, y apenas unos días después de acabar el curso ya estaba en un avión rumbo al pais vecino. La verdad es que empezaba a gustarme eso de huir del pais de vez en cuando...

Yo creia que esta beca sería igual que la anterior. Es decir, casi unas vacaciones, rodeado de españoles todo el tiempo y en una familia que me ignorara. Craso error. Ese año descubrí un concepto que ultimamente se está imponiendo en este tipo de cursos, la inmersión lingüística. Traducido al castellano, "vas a aprender el idioma por cojones". ¿Como? Muy fácil, alojando con cada familia a un solo estudiante de una sola nacionalidad y procurando que estas familias estén lo más alejadas entre sí que sea posible para que a los estudiantes les resulte muy difícil encontrarse. En una palabra, te aislan. Pasas la mayor parte de tu tiempo con tu familia de acogida, así que si no quieres morirte de hambre, de aburrimiento, o las dos cosas a la vez, necesitas adquirir los conocimientos necesarios para comunicarte con ellos. Un método un poco radical, pero funciona.

Si la familia que me acogió en Inglaterra parecía una mala copia de The Simpson, esta lo era de Malcolm in the Middle. Solo que sin Malcolm. Estaba compuesta por un padre de más o menos mi estatura, moreno y simpático; una madre rubia y agradable; hijo mayor de unos 17 años, apasionado de las motos; hijo mediano de unos 15 años, rompecorazones; y el inevitable crio de 5 años que evita que la conviviencia sea tranquila y monótona. Si la anterior familia era jodidamente flemática y condescendiente, bastante fria con los estudiantes, esta era todo lo contrario. A fin de cuentas yo era el único estudiante que acogían, pero no era una cuestión de amabilidad. No, ellos eran así. Juro que jamás en mi vida me he encontrado un matrimonio tan asquerosamente pegajoso después de tener 3 hijos. De hecho, me he encontrado a pocas parejas tan empalagosas, con hijos o sin ellos. No es que me parezca mal, pero acababa de romper con mi novia y en esos momentos estaba un poco susceptible. Y ver a los dos cabezas de familia dandose besitos y riendo como dos colegiales, me superaba.

La casa era del tipo "Terrace" (o sea, adosados), también de manual. Estaba ubicada en una calle de casas exactamente iguales (solo diferenciadas por la pintura de la fachada) compuestas por dos pisos, patio trasero, garaje, mucha madera, algo de moqueta y la sensación de estar viviendo en un barrio humilde. Que lo era. Porque no son como los adosados que estamos acostumbrados a ver aquí en este pais, sino algo mucho más modesto, más gris, más monótono. Porque esto si que parecía una película de Ken Loach. El padre de familia formaba parte de un grupo de rock (supongo que de aficionados) y era mecánico de profesión. La madre, enfermera. Los dos hijos mayores escuchaban hip hop, pintaban grafitis, les gustaban las motos y hacían el gamberro por el barrio. Y el crio pequeño era un gritón, un tanto malcriado, desobediente y que hacía lo posible por llamar la atención (la última semana se lo dejaron a los abuelos para que pudiera descansar un poco). La verdad es que me sentía bastante cómodo en esa casa y me trataron muy bien, pero existía un pequeño problema del que yo tenía en parte la culpa.

El aburrimiento.

Al solicitar la beca tenías que rellenar un cuestionario para dar a conocer tus gustos, tus preferencias y tu personalidad. Y no se me ocurrió otra cosa que ser sincero y decir que era una persona tranquila, sosegada, a la que no le gustan las emociones fuertes. Otro craso error, porque, consecuentemente, me alojaron con una familia tranquila, sosegada, a la que no le gustan las emociones fuertes. O sea, una familia aburrida. Muy aburrida. Solo me sacaron de casa dos veces. Una de ellas fue a Dunkerque, a ver a los padres de ella. Al menos en esa ocasión tuvieron el detalle de llevarnos hasta la playa, donde el abuelo me mostró el punto que separa Francia de Bélgica, pero eso fue lo más interesante de toda la jornada. La segunda salida fue a una especie de feria no recuerdo dónde, a visitar a unos amigos de la familia. Fue poco después de llegar al pais, no entendía ni una palabra de lo que decían y no nos fuimos hasta bien entrada la noche. Jamás me he aburrido tanto en toda mi vida. Un día me dijeron que no salían más de casa porque hacía frio. Y es cierto que vivían al norte, cerca del canal de la Mancha. Pero también es cierto que, ¡estábamos en julio! Si en pleno verano decían que tenían frio, ¿que hacían en invierno? ¿Hibernar?

Hubo cientos de anécdotas referidas a ese viaje de estudios y concretamente al resto de españoles, algunas propias de un culebrón. Como todo en mi vida, fue un tanto surrealista. Como el debate sobre una de las profesoras, lesbiana y pareja de otra de las profesoras, de la que hasta casi el final de la beca no supimos con certeza si era un hombre o una mujer. O las distintas parejas que se formaron durante ese mes (incluso yo estuve a punto de tener un "rollo"), una de las cuales montó un escándalo el último día. Pero eso lo dejo para otro mensaje, si es que algún día me animo a escribirlo...

Próximo capítulo, La pecera.

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