22 de enero de 2005

Fan on the rocks

Imaginemos que un lector de cómics norteamericano de los años 60 fuera congelado y se despertara en el 2005, igual que el Capitán América. ¿Cómo creeis que se sentiría cuando descubriera el panorama editorial actual? Pues más o menos así me he sentido hasta hace bien poco.

Yo empecé en el mundo de los cómics como casi todos, leyendo los "mortadelos" y "zipizapes" que me compraban mis padres. Pero no por una cuestión de preferencias, sino porque en realidad no había otra cosa. Me crié en un pueblo de La Mancha y, aunque las cosas han cambiado mucho, en aquellos momentos apenas si había cuatro quioscos de prensa mal contados. Si a eso le añadimos que ya por aquel entonces era un empollón, raro y poco sociable, a nadie le extrañará que no tuviera con quien compartir mis aficiones.

Conforme fui creciendo los libros fueron sustituyendo a los tebeos, hasta que mi único contacto con los mismo era el "Gente Menuda" del ABC que mis tios abuelos me proporcionaban todos los fines de semana. Resulta irónico, ya que mis escasas ideas políticas han ido por otros derroteros, pero sin este suplemento no habría podido leer tantas historias de Spiderman, Conan o El Capitán Trueno (desordenadas y muchas veces mal impresas, pero casi siempre completas). También tuve algunas sorpresas, como aquel lote de cómics que recibí en un cumpleaños que incluia el primer número de Yoko Tsuno, un ejemplar de El Corsario de Hierro, otro de As de Pike, y el 4 Fantásticos nº 65 de Forum (historia post-Secret Wars con Hulka en el grupo, en la que Nick Furia mata a hitler en una realidad inducida). O esas navidades que mis padres, dándose cuenta de que lo mio ya no tenía remedio, compraron (a plazos) la tan manida colección de Asterix.

En la universidad dejé los tebeos de lado, igual que hizo Frank Miller (y perdón por la comparación). Bastante tenía con sacar adelante los estudios e intentar ligar con mis compañeras de clase (estuve saliendo con una. Ya es algo, ¿no?. Pero el último año de carrera compartí piso con un lector de lo que El Víbora llamaba la "vieja guardia", que me despertó el gusanillo por los comics y me introdujo en el underground y la ciencia-ficción. Hasta aquel día no había pisado una tienda especializada y decidí que ya era el momento. Grave error.




Imaginad la escena. Año 2000. Tengo 21 años. En el momento de pisar la tienda por primera vez, mis conocimientos sobre este mundo se limitaban a lo poquito que había leido en los suplementos dominicales y lo que había visto en la televisión. Asi que, tras superar el vértigo inicial de las interminables estanterías de novedades y las cajas con números retrasados, decido buscar lo más conocido.

"Vamos a ver, que tienen de Spiderman. Coño, si hay 3 nombres distintos. ¿Y por dónde comienzo? Bueno, la verdad es que ya lo tengo muy leido. ¿Que tal los X-Men? A ver... Ah, que hay 6 colecciones diferentes. ¡Y algunas con más de 100 números! Creo que ya llego un poco tarde, ¿no?. Mira, aquí hay unos tomos negros gordos, deben de ser recopilatorios. Uff, me parece que no me llega el presupuesto para tanto. Mmm, quizás sea mejor que empiece por Batman, es un clásico ¿no? Batman... Batman... ¡Dios! ¡¡1500 ptas!! ¿¿Por esto poquito?? Será mejor que me busque otra cosa. En vez de tanto americano, quizás debería comprar algo europeo. Vaya, todo está encuadernado en tapa dura, ¿no hay nada más normal? Pues no. Y es carísimo. Paso. Creo que voy a dar una vuelta por la tienda, seguro que me suena algo... Pues no, vaya, no conozco casi nada. Creo que me empieza a doler la cabeza. Será mejor que vuelva en otra ocasión..."

Y así, una y otra vez. Cada vez que lo intentaba acababa más desorientado, más mareado y aumentaba esa incómoda sensación de haber llegado tarde a una fiesta. Como buen marginado no tenía a nadie que me introdujera poco a poco en el mundillo, así que me sentía como si estuviera intentando subir el K-6 a pulso, sin cuerdas y sin oxígeno. De repente los cómics se me antojaban un universo tremendamente críptico, de los que necesitan una ceremonia de iniciación o haber estudiado una carrera para entenderlo. Y tenía el inconveniente añadido de que con 21 años ya no podía conformarme con "mortadelos". Durante todo ese curso, lo único que me atreví a comprar fue el Víbora.

Un tiempo después, yo estaba en Madrid buscando trabajo cuando un amigo me mostró un puñado de cómics de Fanhunter. Independientemente de lo que pueda opinar de sus dibujos o guiones, por fin había encontrado un medio que me hablaba de cómics, de autores, de estilos y de géneros de forma sencilla (y que me hacía reir, qué coño). Además, poco tiempo después comenzaron a estrenarse las películas de los cómics Marvel, con la subsiguiente avalancha de publicidad y reportajes. Gracias a estos dos hechos pude empezar a ir a las librerías especializadas con conocimiento de causa; comencé a comprar cómics, a seguir colecciones, a identificar autores; descubrí nuevas fuentes de información que a su vez me descubrían nuevas editoriales, nuevas perspectivas, nuevos géneros; finalmente, conseguí concretar mis gustos y a volverme exigente con lo que compraba.

Pero, ¿que hubiera ocurrido si no hubiera sido así? ¿Es consciente el mundo editorial lo mucho que se ha mirado el ombligo durante este tiempo? Hasta hace bien poco parecía que no les interesaba abrirse a nuevos lectores, que si no habías comenzado a comprar cómics en los años 70 u 80 ya era tarde para ti. Al menos esa es la sensación que tenía cuando comencé a introducirme en esto: colecciones que alcanzaban más de 100 números, obras míticas agotadas o reeditadas en carísimos volúmenes de tapa dura, ausencia total de publicidad en otros medios, precios descompensados, historias dirigidas a un público indeterminado... No sabeis lo que me ha costado ponerme al día. Bien es cierto que algunas editoriales comienzan a reaccionar, como ha hecho Marvel al poner en marcha su línea Ultimate, pero aún tienen muchas deudas pendientes. Por ejemplo, las editoriales norteamericanas deberían pensar en recuperar el segmento del público infantil. Las que publican historietas europeas tendrían que dejar de lado el elitismo y probar nuevos formatos, puesto que no a todo el mundo le apetece pagar 15 € por álbum. De Norma ni hablemos. Y qué decir de la falta de promoción de los autores españoles, agravada aún más tras el cierre de El Víbora, el último bastión comercial del underground.

Ojalá tuviera quince años ahora mismo. No solo podría empezar en el mundo de los cómics en medio del panorama más fértil de los últimos años, sino que además podría permitirme el lujo de hablar del tema con mis compañeras de clase. Aunque sea de manga. Un ligue bien vale tener que leerse Marmelade Boy..

1 comentario:

MCarmen dijo...

yo también siento que llego tarde, a tu blog