7 de marzo de 2005

Home, bitter home (II)

LA GORRINERA


Muchas cosas pasaron en mi primera aventura por Inglaterra (aún habrían de llegar dos más) que no he contado ni aquí ni en casi ninguna otra parte, de las cuales la única relevante para estos relatos es que una vez probé las mieles de la independencia ya no podía conformarme con nada menos. Había salido de la burbuja de mi pueblo natal, en la que hacía tiempo que me asfixiaba, y tenía por delante todo un mundo que explorar.

Cuando llegó la hora de mudarse a Alicante quisimos hacer las cosas bien desde el principio. Mucha gente nos había comentado previamente que el primer año de la carrera es conveniente pasarlo en alguna de las residencias de estudiantes de la ciudad. De esa manera se me haría menos difícil vivir sin el apoyo constante de mis padres y podría hacer nuevas amistades. Eso, en cuanto a la versión oficial que se le cuenta a la familia. La que corre de boca en boca de los universitarios es que las residencias son un estupendo lugar para poder vivir del cuento algún tiempo más sin preocuparte de las labores de la casa, pegarte buenas fiestas y follar si la residencia es mixta y tienes solo un poco de suerte (he oido cada historia...). Sin embargo las privadas eran demasiado caras y me denegaron la subvención en la concertada, razón por la cual tuve que hacer las cosas por las malas, como siempre.

Poco después de saber que no podría acudir a ninguna residencia, me enteré de que un chico de mi pueblo se iba a vivir él solo en un piso que sus padres compraron aquí. La verdad es que apenas había tratado antes con el pero, acuciado por el tiempo, hablamos con la familia para que accedieran a alquilarme una habitación de las tres que tiene el inmueble a un precio módico. Demasiado módico. Nunca llegaron a saberlo, pero por las características y la situación del apartamento podrían haberme pedido casi el doble de lo que les daba cada mes. El piso está situado en el centro de la ciudad, a apenas 5 minutos de la playa y de la avenida de Maissonave. Disponíamos de un amplio salón amueblado de forma rústica, tres dormitorios, terraza, cocina, galería, baño completo, un pequeño aseo y un cuarto que no sabíamos para que servía. En manos de un buen agente inmobiliario, podrían venderlo por una fortuna, siempre y cuando obviaran un par de detalles. Por ejemplo, que se encuentra en un quinto piso sin ascensor (si las miradas mataran, hace tiempo que habrían detenido al repartidor del butano por homicidio múltiple); que la madera de las ventanas estuviera tan combada que algunas no se podían cerrar; que se hubiera estropeado la "pera" de la ducha y nos tuvieramos que lavar solo con la manguera; que la cocina pidiera a gritos una reforma; que el aseo de mucha grima; y que en verano haga tanto calor que resulta imposible dormir, entre otras naderías.

Pero hablar de La Gorrinera es hablar de mi compañero de piso. Su padre es conocido en todo el pueblo por su afición a parodiar en Carnavales algún asunto polémico o notorio ocurrido en los meses pasados (todos nos reimos cuando este hombre y sus "acólitos" se disfrazaron de familia real en pleno, con Eva Sannum bien agarrada del príncipe). El humor innato parece que se hereda en los genes, y vivir con mi compañero proporcionaba un número ilimitado de anécdotas que recordar más adelante, plasmar en un libro o contar a tus incrédulos nietos. Apenas merece la pena comentar otros aspectos de nuestra convivencia, que fue siempre pacífica y agradable, excepto una discusión sobre política (yo defendiendo al PSOE, el al PP) que acabó en tablas por el bien del buen rollo que manteníamos.

Para empezar, tendré una consideración hacia la gente que lee los despropósitos que publico en mi blog aclarando una cosa. ¿Por qué "la gorrinera"? ¿Qué significa eso? No es una concesión literaria hacia esta serie de relatos (mi ego no da para tanto) sino el apodo que le di a este piso en cuestión y que me impulsó a crear uno a cada vivienda por la que he pasado. El motivo fue peregrino pero hilarante. Aunque a mi compañero le agradaba comprar productos frescos en el mercado central (también a 5 minutos del piso) un día decidió comprar en abundancia para tener algo en reserva. Y claro, como buen manchego su primera elección fue clara: CARNE DE CERDO. Pero no una poca, no. Compró tal cantidad que llenó todo el congelador de chuletas, filetes y costillas envueltos en "papel Albal". La visión de esa masa plateada abarrotando todo ese espacio nos hizo estallar en carcajadas y escadalizó a una compañera que acertó a visitarnos esa tarde. A punto estuve de escribir el apodo en letras grandes y colgarlo en la puerta.

No quiero que la gente piense que con dicho apodo y sabiendo que viviamos allí dos solteros se descuidaba la limpieza del piso. En absoluto. Es cierto que, por ejemplo, siempre había platos sucios en la pila (el día que descubrimos que no nos quedaba nada para comer y tuvimos que fregarlo todo me hizo tanta gracia que incluso saqué una foto), pero manteníamos el orden y realizábamos limpiezas generales cada quince días. Eso sí, a veces nos lo tomábamos demasiado en serio. Como aquel día que mi compañero decidió mezclar lejía y amoniaco para poder fregar bien la cocina. Fue muy efectivo, pero, claro, tuvimos que evacuar la vivienda durante varias horas. O aquella ocasión en la que barrimos y fregamos todos los suelos. Nuestro gran fallo fue que tardaban mucho en secarse y dejamos el salón para el final, con lo cual nos vimos acorralados en la terraza durante algún tiempo. Menos mal que hacía buen tiempo...

Aparte de las labores de la casa y de los estudios de cada uno, no teníamos demasiadas cosas con las que entretenernos. Mi ex y nuestros paisanos nos visitaban ocasionalmente, pero el resto del tiempo lo matábamos viendo la televisión. Sin embargo esta también nos proporcionaba anécdotas. Recuerdo el día en que yo estaba preparando la cena en la cocina y mi compañero me llamó a gritos desde el salón. Yo corrí hacia allí asustado y al llegar me anunció:

-¡¡Hay una cria en pelotas en la tele!!

Y sí, bueno, no exactamente una cria y no exactamente en pelotas, pero era cierto. Estaban transmitiendo un capítulo de la infumable serie Compañeros y en ese momento aparecía Valle (Eva Santolaria) en sujetador paseándose de un lado a otro de la pantalla. ¡¡Era un escándalo!! Ey, de verdad, en serio. En aquella época (ocho años atrás), que una supuesta adolescente se paseara medio en pelotas por la pantalla en prime time era casi pornográfico. Y me reí tanto que decidí marcarlo en rojo en el calendario y rebautizarlo como "El día de las tetas de Valle" (lástima que la Santolaria haya perdido tanto peso desde entonces). Sin embargo esta no fue la mejor anécdota que nos proporcionó la tele. Resulta que un sábado por la mañana estábamos tan aburridos que decidimos reorganizar los muebles del salón. Probamos varias posibilidades, una de las cuales era tan horrenda que nos hizo estallar en carcajadas y decidí sacarle también una foto. Finalmente conseguimos posicionar tanto los sofás como el sillón y las sillas enfrente del televisor sin que estuvieramos incómodos. No obstante había una pega. El cable de la antena no era lo suficientemente largo como para conectarlo a la clavija de la pared. Al estar en un quinto piso y rodeados de antenas la imagen llegaba incluso sin conectar el aparato a la clavija, pero esta era de poca calidad y se perdía. Así que decidimos conectar el cable con... la lámpara del salón. Ya que esta era metálica, bastaba con que el cable tocara el metal para que la imagen fuera más nítida. Sin embargo tampoco era suficiente, ya que de vez en cuanto la señal oscilaba. Así que, para atraer la señal, bastaba con que uno de nosotros elevara un brazo y esta se recuperaba. Podeis imaginaros la cara que pusieron nuestros paisanos cuando nos visitaron después de eso: el televisor conectado mediante un cable a la lámpara y nosotros dos haciendo aspavientos delante del aparato. Jamás me he reido tanto viendo las noticias.

Las costumbres de mi compañero eran tema aparte. Al principio estudiaba por las tardes, después de las clases, pero más tarde decidió hacerlo por las noches en el cuarto que no servía para nada. A priori eso debería ser normal, pero sus hábitos de sueño comenzaron a trastocarse seriamente. Al acostarse de madrugada también se levantaba muy tarde, cada vez más tarde. Primero a media mañana. Luego a medio día. Hasta que un día tocó fondo. Fue una tarde que mi ex y yo estábamos en mi habitación grabando una escena del video que ibamos a entregar como trabajo para una asignatura. Hacia las 7 o así ella dijo encontrarse mal y me tumbé con ella en la cama. Una cosa llevó a la otra... y bueno, que cojones, fue el mejor porlvo y el más largo que echamos nunca. La cuestión es que no salimos del dormitorio hasta pasadas las nueve de la noche, y en ese tiempo mi compañero se aburrió y decidió irse a dormir. Yo creí que se había ido a visitar a nuestros paisanos y decidí pasar la noche en el piso de mi ex. Al regresar al día siguiente estaba recogiendo los platos de la comida cuando salió de su cuarto completamente aturdido y preguntando lacónicamente "¿Que hora es?". Resulta que había dormido ¡¡19 horas!! ¡¡Y de un tirón!! Y eso no fue lo peor. Después de aquella experiencia se le debió cruzar algún cable, porque comenzó a levantarse a las siete de la mañana para irse a correr a la playa. Jamás dejaría de sorprenderme.

Todo lo bueno se acaba y al año siguiente me fue imposible permanecer en ese piso. Mi compañero había suspendido las asignaturas que tenía pendientes , y ya que no estaba haciendo nada de provecho su padre le obligó a volver al pueblo para que empezara a trabajar. Intenté alquilar el inmueble entero antes de que conocieran su valor real y realquilar el resto de habitaciones a otros estudiantes, pero no se fiaban lo suficiente de mi. Así que con dolor tuve que abandonar el lugar donde tanto me había reido y comenzó la maldición que me ha obligado a cambiar de residencia con tanta frecuencia.

Próximo capítulo: L'Auberge.

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