12 de febrero de 2005

Home, bitter home (prólogo)

El verano de 1997 inicié sin saberlo el que sería un todavía inacabado periplo por diversos alojamientos de media Europa, a cada cual más surrealista, y en el que conocería a una infinidad de personas e infraseres de los cuales apenas recuerdo la mitad de los nombres y las caras. Unas veces por necesidad, otras veces por fatalidad, he tenido que cambiar de ubicación cada año (e incluso dos veces al año), viviendo experiencias más allá de las fantasías de los productores de Gran Hermano y que se resumen en esta sorprendente estadística:


  • Años vagando por el mundo: 8
  • Lugares de residencia hasta el momento: 11
  • Habitantes adicionales de mis lugares de residencia: 45 personas (y 3 perros)

No está mal para alguien con indicios de fobia social, ¿verdad? He de reconocer que no todas estas experiencias han sido buenas, y que de hecho he llegado a pasarlo realmente mal algunas veces; mi debilidad de caracter y mi tendencia a la ansiedad provocan que rehuya las discusiones y los enfrentamientos, algo inevitable en cualquier convivencia y que se puede resolver facilmente con el dialogo si hay buena voluntad por ambas partes (cosa bastante rara, por cierto). A la fuerza he aprendido a cohabitar con otras personas, aunque debo admitir que he llegado a un punto en el que me apetece terriblemente vivir solo y no tener que ceder siempre parcelas de mi libertad, mi tiempo o incluso mi dinero para que todo siga adelante. Soy perezoso en la cocina, no consigo planchar bien algunas prendas y de vez en cuando se me destiñe la ropa en la lavadora, pero después de este tiempo he demostrado de sobra que no necesito a nadie para sobrevivir. Ha sido una "mili" muy, muy larga.

Ya que con mis vivencias podría escribir una serie aún más absurda que Los Serrano y Siete vidas juntos, voy a aprovecharlas para crear una nueva serie de mensajes que se puedan publicar los dias que no tenga nada interesante que contar. No es que nadie me obligue a escribir a diario, pero es una rutina que me he impuesto en esta época de desempleo para mantener la mente ocupada y no caer en la tentación de pasarme el día viendo la tele en el sofa. Y porque estoy muy aburrido, que demonios.

Como en toda saga que se precie, hay un principio y un final. El final se intuye todavía lejano, pero existe un punto de partida del que es preciso que hable para entender la huida en línea recta que emprendí hace ya ocho años. Se trata de la población donde transcurrieron mis primeras 18 primaveras (alegoría bastante cierta, ya que nací un mes de Marzo) y de la que salí cagando leches en cuanto las circunstancias me lo permitieron. Legalmente tiene el título de "ciudad", pero todos sus habitantes lo siguen llamando...

EL PUEBLO

Me crié en un lugar de La Mancha de cuyo nombre me acuerdo perfectamente, pero que paso de decir porque con todas las intimidades que estoy contando solo faltaría que con estos datos alguien me reconociera y me montara un escándalo (porque autógrafos dudo mucho que me pida nadie). En realidad no importa demasiado cual de ellos es, ya que practicamente todos comparten una serie de cualidades esenciales: mentalidad obtusa (aunque hospitalaria), enemistad con alguna población vecina, población fuertemente endogámica, unas fiestas patronales donde se bebe hasta morir, y la sensación de que el mundo entero les ignora (lo cual es cierto).

Aunque las cosas han cambiado considerablemente en estos años (sin que se hayan obrado milagros, se entiende), hay una serie de circunstancias de las que nadie puede escapar y que marcan a los manchegos. La primera de todas es el mismo hecho de ser manchego, ya que siempre hemos sido y seguimos siendo una de las "hermanas feas" del conjunto de comunidades de España. Por mucho que aumente la renta per capita se sigue dependiendo fuertemente de un negocio que zozobra desde hace tiempo, la agricultura, y que siempre nos va a mantener en los puestos más bajos de la tabla. Es por ello que se arrastra desde hace literalmente siglos un profundo sentimiento de odio a las comunidades ricas (por envidia, claro está), especialmente a Cataluña, lo que induce a mis paisanos muchas veces a celebrar y promover los comportamientos y lenguajes más garrulos posibles. Les voy a dar un ejemplo muy gráfico. ¿Alguien sigue el show de Cruz y Raya? Pues bien, la gran mayoría de "garruladas" que dicen y hacen las han sacado de mi pueblo (un día de estos cuento cómo y por qué) y son muy vigentes.

Otro elemento que marca muy mucho a cualquier castellanomanchego (excepto a los de Guadalajara, que esos ya no cuentan), es la situación geográfica. Si alguien consulta un mapa histórico y se remonta a seis siglos atrás, se dará cuenta de que antes no había nada. Nada de nada. La mayor parte del territorio es lo que antaño se conocía como Tierra de Nadie, la frontera natural entre los reinos cristianos y los musulmanes. Una vez acabó la Reconquista comenzaron a aparecer nuevos asentamientos, algunos de los cuales seguramente desaparecieron y otros se transformaron poco a poco en pueblos y ciudades. Hay que reconocer que los "pioneros" (no se rian, juro que a veces los llaman así) le echaron un par de cojones al asunto: pese a que poseemos un clima continental tirando a mediterraneo sigue siendo una zona muy seca, altamente dependiente de los pozos subterraneos, cuya tierra está asentada sobre una enorme capa de roca caliza (la tosca) que se encuentra a poca profundidad y de la que 600 años después todavía se extraen piedras en abundancia. Por todo ello es normal que tardara tanto tiempo en ser habitada y cultivada, y que apenas poseamos lugares históricos o entornos naturales atractivos que impulsen al turismo. Sin un flujo de personas tampoco se renuevan las ideas y por tanto se conserva la mentalidad cerrada y garrula que muchos pasean con orgullo. Bien es cierto que ahora se ha puesto de moda el turismo rural, pero eso no afecta a los nucleos urbanos medianos como el mio.

Por último, hay una consecuencia que deriva de las dos anteriores pero que se convierte en una importante razón en si misma: la relativa incomunicación de los pueblos. Con un estado más interesado en la exploración de América y las guerras en Europa que en sus propios asuntos internos, no hubo control sobre los asentamientos manchegos y cada uno se instaló más o menos donde le dio la gana. El resultado fue que alrededor de los nucleos urbanos ya existentes se apiñaron comunidades nuevas (caso de la capital, por ejemplo), mientras que en el resto del territorio las nuevas poblaciones pueden llegar a estar separadas hasta 30 km. unas de otras. Más aislamiento, más cerrazón. Resulta paradójico, pero pese a encontrarnos justo en medio del territorio nacional, mis paisanos desarrollaron una mentalidad isleña, impermeable al exterior y fuertemente endogámica. Cada pueblo es un pequeño islote en un interminable mar de cultivos que, debido al desinterés administrativo en proporcionar infraestructuras, solo podía ser atravesado primero en eternos viajes con pequeñas barcas de madera (carros de mulas) y más tarde en barcos de pesca (tractores), mercantes (camiones) o ferrys (autobuses). Ahora la dependencia del coche es casi absoluta, ya que cada vez hay menos estaciones de tren y más autovias, hasta tal punto que en el centro de las poblaciones se originan impresionantes atascos en hora punta, como si de Madrid o Valencia se tratara. Esto ha invertido de nuevo la tendencia de apertura que trajeron los primeros ferrocarriles, de manera que pueblos que solo distan 20 km. se ignoran mutuamente, hasta encontrarnos con que, por ejemplo, cada localidad ha desarrollado su propio vocabulario distintivo.

No me voy a extender en cómo transcurrió mi vida allí porque es bastante tópica y poco interesante. Me crié en una familia no excesivamente religiosa, estudié en un colegio gestionado por la parroquia, hice el bachiller en el instituto de mi pueblo y para no aburrirme formé parte de un grupo de teatro y de una asociación de folclore. Tuve la vida que puede esperar cualquier empollón con problemas de comunicación y tendencia al frikismo: frecuentes ataques verbales e incluso alguno físico; cierto rechazo por parte de mis compañeros; absoluto desinterés por parte de mis compañeras; poca o nula participación en actividades deportivas; objeto de continuas bromas (algunas muy pesadas) de aquellos a los que llamaba "pandilla de amigos"; incomprensión general del mundo. Al crecer me di cuenta de que mis ideas y mi forma de ser eran distintas no solo de las de la gente de mi edad, sino en general de todos mis paisanos. Por mucho que lo intentara no conseguía encajar en ese ambiente; siempre había algo que me hacía sentir incómodo, con lo que no estaba de acuerdo. Mi curiosidad natural hizo que desarrollara una mentalidad sorprendentemente abierta para la educación conservadora que había recibido y que con la llegada de la adolescencia comenzara a sentir que me ahogaba en ese entorno. Como si de una colonia Skrull o Borg se tratara (me pregunto quien plagió a quien), la gente actua como un solo ser, con una sola mente, consagrados hasta la parodia a preservar la vida en mi ciudad.

  • "¿Por qué no te vienes a trabajar el pueblo?"
  • "Tienes que echarte novia en el pueblo"
  • "¿Cuando vas a venir al pueblo?"
  • "Qué pasa, ¿ya no te gusta el pueblo?"
  • "A tí, ¿qué te ha hecho de malo el pueblo?"
  • "No se que tiene Alicante que no tenga el pueblo"

El pueblo esto, el pueblo lo otro... Si no fuera tan terrorífico a veces, resultaría incluso cómico. Pero cualquiera que haya cometido el sacrilegio de abandonar "el pueblo" y no tenga intención de volver es considerado poco menos que un traidor y ya no se le trata igual que antes (eso considerando que sigas compartiendo ciertas ideas; otro día tengo que contar lo que pasó cuando descubrí que era más ateo que Nietzsche). Tras una aburridísima adolescencia en la que lo más "salvaje" que hice fue comprar un comic Hentai, estaba tan agobiado que no me lo pensé dos veces y solicité una beca de verano para largarme a Inglaterra (siempre se me han dado bien los idiomas) y respirar.

Así comenzó mi periplo, un gran viaje todavía en curso que no se a dónde me llevará y para el que me temo que no hay marcha atrás.

Próximo capítulo: The Crowded House.

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