27 de febrero de 2005

Home, bitter home (I)

THE CROWDED HOUSE


En el capítulo anterior... (que frase más pretenciosa para un blog personal, ¿no?)

Bueno, la cuestión es que ya conté en otro mensaje, a modo de prólogo, algunos de los motivos que me empujaron salir por patas de mi pueblo natal y embarcarme en la odisea personal que aún estoy viviendo (o padeciendo). Y qué mejor manera de comenzar una odisea que viajando a algún pais lejano y desconocido... Vale, no fue tan lejano ni tan desconocido, sino un curso de idiomas de verano en Inglaterra, pero como comienzo de tu independencia no está mal.

Todo aquel que haya asistido a uno de estos cursos, o que conozca a alguien que lo haya hecho, sabrá que hay material suficiente para escribir más que un mensaje, un libro entero (eso si dejamos aparte las becas Erasmus, que también aparecerán por aquí en algún momento). En realidad aprender, lo que se dice aprender, pues no se aprende mucho. Es más bien una excusa para irte de farra muy lejos de tu casa y vivir a costa del estado o de tu comunidad autónoma. Y, bueno, no creo que sea necesario dar muchos detalles: reune a 25 manchegos entre 17 y 22 años en un lugar dónde nadie les conoce ni les controla, y obtendrás historas como para escribir un culebrón o dos, además de un puñado de "teen-movies". Así que mejor dejamos las anécdotas para otra ocasión y pasemos a lo que importa, esa casa de locos a la que tuve que llamar "hogar" durante 28 dias.

Mi familia de acogida parecía una parodia anglosajona de los Simpson. Estaba compuesta por un padre alto, moreno y con bigote; una madre rubia y rechoncha; hija mayor de unos 14 años, rubia y repartidora de periódicos (creia que eso solo existía en las series); hija pequeña de unos 7 u 8 años, también rubia y más sociable que la anterior; y un crio que no tendría más de un año o dos, el único que realmente se lo pasaba bien allí. Todos jodidamente británicos, pero no de la manera en que los presentan las películas ñoñas a lo Notting Hill, sino con esa realidad fea y visceral que tan bien refleja Ken Loach. En general los cabeza de familia eran bastante condescendientes, rozando en ocasiones la amabilidad, pero la hija mayor simplemente nos ignoraba (ahora sabreis por qué "nos"). La mediana era bastante simpática, pero después de pasar un rato intentando hacerte comprender algo en un idioma que todavía no dominas, se rendía y se iba a jugar a otra parte. Formaban una familia bastante unida, supongo que por el hecho de que los padres trabajaban desde casa manejando un servicio de importación y exportación. Nunca supe que tipo de mercancías manejaban (igual podía ser fruta, igual podía ser coca colombiana), pero no creo que ganaran mucho dinero con ello en vista del estado general de la casa: muebles baratos, trastos acumulados por todas partes, productos de oferta del supermercado, polvo. El barrio tenía buen aspecto, pero con decir que los conductores de autobús ni siquiera sabían donde estaba...

La casa era un semi-detached de manual, con madera por todas partes, moqueta hasta en el baño (lo cual jamás entenderé) y un jardín trasero bastante descuidado. Una buena casa para una familia... pero no para un albergue juvenil. Ocurre que a fin de animar a la gente a que acogieran a estudiantes extranjeros, al consejo local (o como leches se llame) no se lo ocurrió nada mejor que pagar a las familias por cada estudiante. Con lo cual al llegar a la casa descubrí que allí también vivian un italiano de 17 y un croata de 15, al que más adelante se añadiría un japonés de también 17. Por si no era suficiente compañía, la familia también contaba con dos perros enormes, un pastor alemán y un dálmata casi tan grandes como yo, que ladraban como fieras a cualquiera que no conocieran pero que con los demás eran extraordinariamente pacíficos. Asi que, si hacemos cuentas, convivimos en el mismo espacio:

  • Tres niños
  • Dos adultos
  • Dos perros
  • Un español
  • Un italiano
  • Un croata
  • Un japonés
  • And a partridge in a pear tree

Todo eso, en una casa de cuatro dormitorios en pleno mes de agosto. Que por muy al norte que esté Inglaterra, allí también hace calor en verano, y mucho más si te encierras en una casa con otros 10 seres vivos (sin contar a los ácaros de la moqueta). Yo tuve la enorme suerte de tener un dormitorio para mi solo, por eso de ser el mayor, pero el italiano y el croata tuvieron que compartir uno, y cuando llegó el japonés la hija mayor acabó durmiendo en el desván con un ventilador encendido toda la noche. Era absolutamente demencial. Por suerte esa situación duró solo una semana, tras la que se marcharon los dos primeros inquilinos y al fin pudimos tener un poco de paz.

He de reconocer que la convivencia fue bastante pacífica, cuando no un tanto anodina. Los cuatro pringaos que estábamos allí de paso hablábamos más bien poco entre nosotros, porque cada uno tenía su propio grupo de compatriotas con el que confraternizar (si los españoles no hubieramos sido mayoría y cortáramos el bakalo allí, eso hubiera parecido Gangs of New York). El italiano y el croata parecían entenderse bastante bien por eso de ser vecinos, e incluso una vez asistí a un surrealista concurso de insultos en sus idiomas nativos. Yo, a su vez, trataba más con el japonés, al que trataba de cubrir las espaldas cuando huia de una amiga suya que le acosaba sexualmente a diario. Sin embargo ninguno de nosotros teniamos una gran relación con la familia. Los adultos hablaban más conmigo, nuevamente por eso de ser el mayor, pero tampoco se fiaban demasiado. A fin de cuentas yo solo era una fuente de ingresos. El croata, por su parte, parecía tener mucha confianza con la hija mayor (el italiano decía que estaban liados), la cual nos miraba con abierto desprecio al resto. Y, como ya he dicho, el único que realmente disfrutaba de todo era el crio pequeño, al que de vez en cuando le colgaban del marco de la puerta del salón con un arnés y unas gomas elásticas , con los que daba saltitos y reia como un loco. Una vez te reponías del surrealista espectáculo, casi te daba envidia y todo.

Eso sí, durante esas semanas compartimos muchas cosas. Además de anécdotas y experiencias, de la comida rápida de nuestra madre adoptiva y los videos infantiles de la hija mediana, de la cultura propia de cada pais y la realidad de la vida en Inglaterra, allí compartimos... hongos!! Unos estúpidos hongos en la planta de los pies que picaban como mil demonios. Así que tuve que aprender a la fuerza (además de que una moqueta en el baño es una mala idea) que convivir con más gente puede tener consecuencias desagradables y no te puedes fiar de nadie. Y eso que era solo el principio de mi odisea...

Próximo capítulo, La gorrinera

1 comentario:

Anonymous dijo...

Este blog es MUY bueno.

Pero.. donde empieza? o es "solamente" esta pagina?

Y encima crees en el monstruo de spaguetti volador... genial!

Ánimo
Joan