9 de octubre de 2005

La ciudad invisible





Luces estroboscópicas, ritmos que recuerdan a los latidos del corazón, vestidos cortos e insinuantes, maquillajes que enmascaran rostros cansados, cuerpos moviéndose al unísono, glamour, frivolidad, diversión...


Existen dos mundos separados por una fragil membrana que, sin embargo, a veces es difícil traspasar. Está el mundo físico, el del dolor y el placer, el de las obligaciones diarias, el mundo donde hace frio y calor, el de la carne, el dinero, la vida y la muerte.


Edificios discordantes, objetos de diseño, músicas horizontales, performances, tiendas extravagantes, coches de lujo, museos de arte moderno, parques conceptuales, exposiciones de fotografía, celebraciones bohemias...


Pero también hay otro mundo. El mundo de las sensaciones, el de los recuerdos y los sueños, el de las fantasías y las ilusiones, el mundo donde ya no somos una envoltura corporea, donde nuestra mente y nuestro corazón se dan la mano para volar y perderse entre las nubes.


Teterías orientales, velas e incienso, confidencias al calor de la marihuana, raves ilegales, música de citares, carteles psicodélicos, fiestas Erasmus, conciertos de jazz, excursiones en coche a ninguna parte, hogueras en la playa, viajes a Praga, besos bajo la lluvia...


No me resulta fácil traspasar la frontera y suelo pasar en el primer mundo más tiempo del que quisiera. A veces es una canción, otras una película, algunas la compañía de una persona; nunca se que es lo que me va a abrir la puerta para pasar al otro lado. En ocasiones camino por la ciudad y sin darme cuenta ya he cruzado el umbral, me encuentro caminando por esa ciudad invisible que subyace a todo lo físico. Y cuando lo hago ya no soy yo. Soy mis recuerdos, mis fantasías, mis frustraciones, mis esperanzas perdidas, mis sueños, mi otro yo.

Huí de mi pueblo buscando algo a lo que no sabía ponerle nombre. Y a día de hoy siento que persigo un fantasma que solo consigo rozar con los dedos en algunas ocasiones. Porque lo que busco no es de este mundo, sino del que está al otro lado. Ya he dicho que cruzar no es fácil, más si no me atrevo a buscar las formas de hacerlo. Existen muchas puertas, sí, pero hay que buscarlas y después atreverse a abrirlas.

Cuanto más camino recorro en este mundo, más perdido me siento. Siento que le estoy dando la espalda a ese otro yo. Y me da miedo que llegue un momento en que no pueda volver a cruzar el umbral a mi ciudad invisible...

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