Nos dicen que somos todos iguales y muy pocas veces resulta ser cierto, lo que no impide que donemos todo el producto de nuestro trabajo (usease, el dinero) a nuestro gobierno (o las empresas, que para el caso es lo mismo) a cambio de un minúsculo piso donde alojarnos y unas raciones cada vez más escasas de comida, a pesar de que la propaganda que nos inunda insiste en que las cosas mejoran notablemente día a día y que debemos seguir contribuyendo con nuestro esfuerzo al bienestar del estado, bienestar este que solo parecen disfrutar los que mandan.
Es grotescamente paradójico lo mucho que nuestro actual estado capitalista se parece a la rusia comunista...
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