THE MAD HOUSE (I)
Se me acusa constantemente de ser un tio muy parado, de no esforzarme realmente por nada, de pasar de todo. Si bien es cierto en algunas ocasiones, no es menos cierto que soy muy indeciso y no tengo apenas ambiciones, razón por la cual pocas veces encuentro algo por lo que luchar. Pero si algo llevaba soñando desde que iba al instituto, puede que incluso antes, era pasar una larga temporada en el extranjero, lejos de todo y todos. Y fue por eso por lo que, al menos por una vez, me dejé la piel con tal de conseguir mi objetivo: obtener una beca Erasmus...
No es que el hecho de conseguir la beca fuera complicado. Tan solo había que cursar una solicitud a tiempo y muy mal se tenían que dar las cosas para que no te la dieran, a menos que la hubieras pedido tarde y no quedaran plazas. Pero en aquel entonces (1999) no había tanta demanda como hubo en años posteriores, así que me la concedieron sin problemas. De hecho en aquellos momentos el tema se llevaba con tanta laxitud que en vez de solicitar distintos destinos a la espera de un sorteo nos los repartimos entre todos los becados en una reunión. Estuve a punto de irme a Londres, pero finalmente me decanté por la ciudad costera de Brighton.
Sin embargo, como ya he dicho, tuve que luchar y mucho para conseguir esa beca. La razón, la de siempre: mis padres. No es que les asustara que me marchara fuera del país, puesto que ya lo había hecho en dos ocasiones; no, lo que realmente les preocupaba es que el viaje costara demasiado dinero y no pudieramos permitírnoslo. Tan acojonados estaban con el tema que tuve que pedir la beca a sus espaldas, y cuando les comuniqué la noticia hubo momentos bastante tensos (aunque no llegó la sangre al rio, mi familia siempre ha sido bastante flemática para las discusiones).
Finalmente llegamos a un acuerdo, el único posible: me encargaría de que el gasto fuera mínimo por su parte, nulo incluso. Para ello no solo tendría que ganar lo suficiente para afrontar mis gastos antes del viaje, sino que tendría que arreglármelas para no perder la beca de estudios al volver. Dicho y hecho, en el mes y medio anterior al viaje estuve trabajando en una cooperativa de fruta, apilando y acarreando cajas de género por el almacén (amen de otros trabajos más desagradables, como hacer limpieza de lo que se hubiera podrido). Y en cuanto a la beca... bueno, supuso una de las decisiones más difíciles de mi vida. Pero dejemos eso para después.
A principios de octubre llegó el gran día. Después de la escenita en Barajas (mi madre llorando, mi padre llorando, yo llorando, la gente mirándonos como si fueramos gilipollas...) tomé un avión hasta el aeropuerto de Stansted (en un vuelo normal, los baratos no tenían tanta difusión como ahora) y de allí en tren hasta mi destino. Estaba emocionado, exultante, como en una nube... pero también perdido de cojones. Suerte que en mi vagón me encontré con una estudiante hindú absolutamente preciosa a la que, tras unos minutos de babearle por encima, debí darle lástima y me ayudó a llegar a mi residencia, que era la misma en la que ella vivía. Por si alguien lo pregunta, la chica me emplazó a tomar té un par de días después en su apartamento, pero cuando fuí a la muy guarra se le había olvidado y después de eso no volví a saber de ella. Lástima, con lo buena que estaba...
The Mad House se encontraba dentro del recinto de la Universidad de Sussex, como casi todas las residencias pertenecientes a ese campus. Sin embargo no era una residencia propiamente dicha, al menos tal y como las entendemos nosotros. Aunque las había al estilo habitual (un edificio con habitaciones individuales o dobles) eran bastante caras, razón por la que opté por la opción más barata: compartir habitación en una residencia de apartamentos. Es como una urbanización de adosados, compuesta por pequeños chalés prefabricados de 2 a 6 dormitorios, en los que podían meterse hasta 12 personas. Se que vivir en un tu propio apartamento, con llave propia y sin tener que dar explicaciones al portero, puede parecer más agradable que vivir en una residencia normal, pero, creedme, hubiera matado por una plaza en uno de esos sitios...
En mi apartamento viviamos 8 estudiantes, en cuatro dormitorios compartidos. Había una francesa, un malayo, un indonesio, cuatro ingleses y un servidor, con lo que ya desde el principio más que un apartamento eso parecía un mal chiste. Yo compartía habitación con el chico malayo, un chaval recién salido del instituto con unos padres pastosos que no habían tenido reparo en mandarle al culo del mundo a que se formara como es debido. No es que realmente le hiciera demasiada falta, porque el cabrón era listo de cojones, un fiera de las matemáticas y, curiosamente, también era ateo, aunque lo llevaba en secreto porque a fin de cuentas allí son musulmanes y no llevan ese tema demasiado bien (o al menos eso es lo que él mismo me contó). Fue mi tabla de salvación, aunque eso ya se verá más adelante.
El resto de la tropa lo componían:
El apartamento en sí consistía en los cuatro dormitorios, una cocina pequeña, un salón aún más pequeño y un baño que se inundaba (literalmente) cada vez que alguien se duchaba. Esa es la razón por la que a la semana de estar allí miraba con envidia las residencias tradicionales; aunque allí estuvieran sometidos a normas más estrictas las habitaciones tenían baño propio, las cocinas comunitarias eran enormes y además tenían un salón con uno de los mayores lujos para los estudiantes: la televisión. Por si alguien no lo sabe, para poder ver la tele en el Reino Unido hay que comprar una licencia, eso mismo que querían imponernos a nosotros hace unos años. Y para que nadie se escaquee existen unas patrullas que con una furgoneta van sondeando casa por casa para comprobar si allí donde se detectan ondas de televisión se ha pagado la licencia correspondiente; si no, les imponen una multa. Parece un chiste, pero se lo toman muy en serio. Muchos universitarios se arriesgan a ver la tele sin pagar un duro porque las furgonetas no pueden escanear los apartamentos, lo cual obliga a los inspectores a hacer visitas regulares. En el mio no había pero, ¿sabeis qué?, no la eché de menos...
Dicen que nadie vive mejor que un Erasmus. Al menos en mi caso fue cierto. Mis estudios consistían en tan solo dos asignaturas que apenas me robaban 6 horas en toda la semana: Introduction To Linguistics y Historical Approaches To Shakespeare. La primera era una absoluta maría, ya que dábamos los mismos conceptos sobre lingüística que había visto en el primer curso de la carrera. Con la segunda tuve alguna pequeña dificultad más, puesto que se trataba de leerse determinadas obras de Shakespeare y confrontarlas con su contexto histórico y socio-cultural. A pesar de todo, después de tantos años de haber sufrido el método tradicional español de "yo explico, vosotros tomais apuntes y luego os hago un examen", estudiar allí fue una absoluta delicia. No solo se nos motivaba para que estudiáramos por nuestra cuenta, sino que todas las semanas era un alumno o grupo de alumnos los que exponían la lección correspondiente después de haber buscado todos los datos en la bibliografía que se nos había dado la semana anterior. Y en vez de exámenes se evaluaba nuestra capacidad de asimilación de las lecciones en trabajos escritos periódicos que hacíamos en casa, consultando los manuales. Nunca antes había entrado en una biblioteca (y la de Brighton era magnífica) con tanta satisfacción, con tantas ganas de saber, con tanto respeto por los libros de texto. Aprendí más allí en unas semanas que aquí en todo un año...
Pero por supuesto no todo fueron los estudios puesto que, como ya he dicho, apenas si tenía que dedicarles unas pocas horas a la semana. El hecho de estar en una tierra extranjera, teniendo que valerme por mi mismo por primera vez en mi vida, sin ayuda, sin amigos, defendiéndome en un idioma que no era el mio, eso me abrió la mente como si acabara de despertar. Devoré libros, vi un montón de películas (entre ellas Quadrophenia, película muy significativa dado que conmemora la batalla entre mods y rockers que tuvo lugar en la playa de esa ciudad), exploré Brighton de cabo a rabo, conocí a gente de todo tipo, asistí a eventos culturales y a demostraciones deportivas (sí, yo haciendo deporte; concretamente di una clase de haikido, otra de esgrima y una sesión de Chi-kung) y, claro está, salí de marcha todo lo que pude por los clubs de música House del centro.
Sin embargo, si hay algo en lo que ese viaje supuso un antes y un después fue en mi relación con Internet. Hasta ese momento la red era algo bastante desconocido para mi, puesto que era algo demasiado lento y caro, y en la Universidad de Alicante había pocos ordenadores para acceder a ella. En Brighton, sin embargo, había por todo el campus salas de acceso libre con una velocidad más que decente, algunas de ellas abiertas las 24 horas. Además a todos los alumnos se nos adjudicaba un pequeño espacio en el servidor para poder guardar nuestros ficheros. Ni que decir tiene que acabé completamente enganchado y fue el inicio de mi relación de amor-odio con la red. Si ya de por sí me pasaba bastante tiempo delante de la pantalla para escribir e imprimir los trabajos que nos mandaban (para lo que me pasaba a veces toda la noche en vela, armado con una pila de libros de texto y una barrita de chocolate Lion King Size como único alimento), Internet era en esos momentos todo un territorio virgen por conquistar y que me ofrecía un millón de posibilidades. Que tiempos aquellos, en los que tan solo descubrir nuevas páginas web ya era un absoluto placer...
(Continuará...)
No es que el hecho de conseguir la beca fuera complicado. Tan solo había que cursar una solicitud a tiempo y muy mal se tenían que dar las cosas para que no te la dieran, a menos que la hubieras pedido tarde y no quedaran plazas. Pero en aquel entonces (1999) no había tanta demanda como hubo en años posteriores, así que me la concedieron sin problemas. De hecho en aquellos momentos el tema se llevaba con tanta laxitud que en vez de solicitar distintos destinos a la espera de un sorteo nos los repartimos entre todos los becados en una reunión. Estuve a punto de irme a Londres, pero finalmente me decanté por la ciudad costera de Brighton.
Sin embargo, como ya he dicho, tuve que luchar y mucho para conseguir esa beca. La razón, la de siempre: mis padres. No es que les asustara que me marchara fuera del país, puesto que ya lo había hecho en dos ocasiones; no, lo que realmente les preocupaba es que el viaje costara demasiado dinero y no pudieramos permitírnoslo. Tan acojonados estaban con el tema que tuve que pedir la beca a sus espaldas, y cuando les comuniqué la noticia hubo momentos bastante tensos (aunque no llegó la sangre al rio, mi familia siempre ha sido bastante flemática para las discusiones).
Finalmente llegamos a un acuerdo, el único posible: me encargaría de que el gasto fuera mínimo por su parte, nulo incluso. Para ello no solo tendría que ganar lo suficiente para afrontar mis gastos antes del viaje, sino que tendría que arreglármelas para no perder la beca de estudios al volver. Dicho y hecho, en el mes y medio anterior al viaje estuve trabajando en una cooperativa de fruta, apilando y acarreando cajas de género por el almacén (amen de otros trabajos más desagradables, como hacer limpieza de lo que se hubiera podrido). Y en cuanto a la beca... bueno, supuso una de las decisiones más difíciles de mi vida. Pero dejemos eso para después.
A principios de octubre llegó el gran día. Después de la escenita en Barajas (mi madre llorando, mi padre llorando, yo llorando, la gente mirándonos como si fueramos gilipollas...) tomé un avión hasta el aeropuerto de Stansted (en un vuelo normal, los baratos no tenían tanta difusión como ahora) y de allí en tren hasta mi destino. Estaba emocionado, exultante, como en una nube... pero también perdido de cojones. Suerte que en mi vagón me encontré con una estudiante hindú absolutamente preciosa a la que, tras unos minutos de babearle por encima, debí darle lástima y me ayudó a llegar a mi residencia, que era la misma en la que ella vivía. Por si alguien lo pregunta, la chica me emplazó a tomar té un par de días después en su apartamento, pero cuando fuí a la muy guarra se le había olvidado y después de eso no volví a saber de ella. Lástima, con lo buena que estaba...
The Mad House se encontraba dentro del recinto de la Universidad de Sussex, como casi todas las residencias pertenecientes a ese campus. Sin embargo no era una residencia propiamente dicha, al menos tal y como las entendemos nosotros. Aunque las había al estilo habitual (un edificio con habitaciones individuales o dobles) eran bastante caras, razón por la que opté por la opción más barata: compartir habitación en una residencia de apartamentos. Es como una urbanización de adosados, compuesta por pequeños chalés prefabricados de 2 a 6 dormitorios, en los que podían meterse hasta 12 personas. Se que vivir en un tu propio apartamento, con llave propia y sin tener que dar explicaciones al portero, puede parecer más agradable que vivir en una residencia normal, pero, creedme, hubiera matado por una plaza en uno de esos sitios...
En mi apartamento viviamos 8 estudiantes, en cuatro dormitorios compartidos. Había una francesa, un malayo, un indonesio, cuatro ingleses y un servidor, con lo que ya desde el principio más que un apartamento eso parecía un mal chiste. Yo compartía habitación con el chico malayo, un chaval recién salido del instituto con unos padres pastosos que no habían tenido reparo en mandarle al culo del mundo a que se formara como es debido. No es que realmente le hiciera demasiada falta, porque el cabrón era listo de cojones, un fiera de las matemáticas y, curiosamente, también era ateo, aunque lo llevaba en secreto porque a fin de cuentas allí son musulmanes y no llevan ese tema demasiado bien (o al menos eso es lo que él mismo me contó). Fue mi tabla de salvación, aunque eso ya se verá más adelante.
El resto de la tropa lo componían:
- La francesa - Agradable, simpática, no demasiado guapa (aunque sí follable) y con un montón de movidas en la cabeza. Sí, era de los mios. Algunas de las conversaciones que manteníamos llegaban a acojonar al resto de la gente. Nos psicoanalizábamos mutuamente, aunque la verdad es que no conseguimos mucho con eso...
- El indonesio - Por las mañanas era el tio más reservado del mundo. Se pasaba la mayor parte del tiempo en su habitación y no hablaba con nadie. De hecho ni te saludaba si te lo cruzabas por el pasillo. Pero cuando llegaba la noche y se había bebido unos cuantos tiros de tequila era el puto mejor compañero del mundo. Al menos hasta que caía inconsciente, claro...
- La inglesa - Maleducada, hortera, estridente, insípida y la que más ensuciaba (y menos limpiaba) de toda la casa, con diferencia. El arquetipo de la inglesa que te encuentras por la costa con chanclas, escote hasta el ombligo y un sombrero de paja, haciendo el gilipollas con sus amigas al borde del coma etílico...
- El inglés misterioso - El compañero de cuarto del indonesio, al que casi no vimos el pelo durante todo el tiempo que pasé allí. Era el típico marchoso que siempre estaba de fiesta en fiesta, que dormía con los amigos o con las tias a las que se tiraba. Lástima que no le conociera más...
- El inglés flemático - Con un acento bastante refinado, aire culto, educado y frio, aunque cuando estaba borracho hacía el ridículo igual que los demás. Procuraba no hacerse notar mucho, hasta hacerse casi invisible cuando su novia (una chica americana que conoció a las 2 semanas de estar allí) se vino a vivir con él...
- El inglés borde - El típico hooligan al que le gusta armar gresca, beber cerveza y ver los partidos de su equipo. Vivir con él era como estar en una película de Guy Ritchie. Al final de mi estancia nos odiábamos a muerte, aunque guardábamos las apariencias como buenos ingleses...
El apartamento en sí consistía en los cuatro dormitorios, una cocina pequeña, un salón aún más pequeño y un baño que se inundaba (literalmente) cada vez que alguien se duchaba. Esa es la razón por la que a la semana de estar allí miraba con envidia las residencias tradicionales; aunque allí estuvieran sometidos a normas más estrictas las habitaciones tenían baño propio, las cocinas comunitarias eran enormes y además tenían un salón con uno de los mayores lujos para los estudiantes: la televisión. Por si alguien no lo sabe, para poder ver la tele en el Reino Unido hay que comprar una licencia, eso mismo que querían imponernos a nosotros hace unos años. Y para que nadie se escaquee existen unas patrullas que con una furgoneta van sondeando casa por casa para comprobar si allí donde se detectan ondas de televisión se ha pagado la licencia correspondiente; si no, les imponen una multa. Parece un chiste, pero se lo toman muy en serio. Muchos universitarios se arriesgan a ver la tele sin pagar un duro porque las furgonetas no pueden escanear los apartamentos, lo cual obliga a los inspectores a hacer visitas regulares. En el mio no había pero, ¿sabeis qué?, no la eché de menos...
Dicen que nadie vive mejor que un Erasmus. Al menos en mi caso fue cierto. Mis estudios consistían en tan solo dos asignaturas que apenas me robaban 6 horas en toda la semana: Introduction To Linguistics y Historical Approaches To Shakespeare. La primera era una absoluta maría, ya que dábamos los mismos conceptos sobre lingüística que había visto en el primer curso de la carrera. Con la segunda tuve alguna pequeña dificultad más, puesto que se trataba de leerse determinadas obras de Shakespeare y confrontarlas con su contexto histórico y socio-cultural. A pesar de todo, después de tantos años de haber sufrido el método tradicional español de "yo explico, vosotros tomais apuntes y luego os hago un examen", estudiar allí fue una absoluta delicia. No solo se nos motivaba para que estudiáramos por nuestra cuenta, sino que todas las semanas era un alumno o grupo de alumnos los que exponían la lección correspondiente después de haber buscado todos los datos en la bibliografía que se nos había dado la semana anterior. Y en vez de exámenes se evaluaba nuestra capacidad de asimilación de las lecciones en trabajos escritos periódicos que hacíamos en casa, consultando los manuales. Nunca antes había entrado en una biblioteca (y la de Brighton era magnífica) con tanta satisfacción, con tantas ganas de saber, con tanto respeto por los libros de texto. Aprendí más allí en unas semanas que aquí en todo un año...
Pero por supuesto no todo fueron los estudios puesto que, como ya he dicho, apenas si tenía que dedicarles unas pocas horas a la semana. El hecho de estar en una tierra extranjera, teniendo que valerme por mi mismo por primera vez en mi vida, sin ayuda, sin amigos, defendiéndome en un idioma que no era el mio, eso me abrió la mente como si acabara de despertar. Devoré libros, vi un montón de películas (entre ellas Quadrophenia, película muy significativa dado que conmemora la batalla entre mods y rockers que tuvo lugar en la playa de esa ciudad), exploré Brighton de cabo a rabo, conocí a gente de todo tipo, asistí a eventos culturales y a demostraciones deportivas (sí, yo haciendo deporte; concretamente di una clase de haikido, otra de esgrima y una sesión de Chi-kung) y, claro está, salí de marcha todo lo que pude por los clubs de música House del centro.
Sin embargo, si hay algo en lo que ese viaje supuso un antes y un después fue en mi relación con Internet. Hasta ese momento la red era algo bastante desconocido para mi, puesto que era algo demasiado lento y caro, y en la Universidad de Alicante había pocos ordenadores para acceder a ella. En Brighton, sin embargo, había por todo el campus salas de acceso libre con una velocidad más que decente, algunas de ellas abiertas las 24 horas. Además a todos los alumnos se nos adjudicaba un pequeño espacio en el servidor para poder guardar nuestros ficheros. Ni que decir tiene que acabé completamente enganchado y fue el inicio de mi relación de amor-odio con la red. Si ya de por sí me pasaba bastante tiempo delante de la pantalla para escribir e imprimir los trabajos que nos mandaban (para lo que me pasaba a veces toda la noche en vela, armado con una pila de libros de texto y una barrita de chocolate Lion King Size como único alimento), Internet era en esos momentos todo un territorio virgen por conquistar y que me ofrecía un millón de posibilidades. Que tiempos aquellos, en los que tan solo descubrir nuevas páginas web ya era un absoluto placer...
(Continuará...)
6 comentarios:
Y por si alguien quiere saberlo: sí, la foto que hay en el principio es de la residencia donde estuve viviendo. Concretamente mi apartamento es el de abajo a la izquierda. Bueno, a lo mejor no es exactamente el de la foto, pero a fin de cuentas todos los apartamentos eran iguales...
Tengo un amigo que trabaja en inglaterra y me dijo lo de pagar para ver la tele... no salía de mi asombro. Evidentemente mi colega y sus compañeros de piso pasan de verla y de pagar, saben que la tele inglesa es horrible igual que la española.
Nos hacen eso en España y se monta una revuelta popular, se lo digo yo.
A pesar de ser también una persona indecisa, parada y pasota también he optado por escapar con una Erasmus... No sé si será una equivocación o no, pero creo que hay que vivirlo si se tiene la oportunidad. Por lo que cuentas no estuvo nada mal!
Esperando "The Crowded House II"
lo de pagar por la tele es normal. En alemania tb hay k pagarla. Aunque no conozco a nadie que la page pero todo dios la tiene ;).
Lo de los ingleses es demasiado. La inglesa k describes es la tipica, y lo de guardar las apariencias aunque os lleveis fatal tb es muy british.
Que asco me dan los ingleses....
:D
"Se me acusa constantemente de ser un tio muy parado, de no esforzarme realmente por nada, de pasar de todo. Si bien es cierto en algunas ocasiones, no es menos cierto que soy muy indeciso y no tengo apenas ambiciones, razón por la cual pocas veces encuentro algo por lo que luchar." Me siento identificado co esa definición al 100%.
Gran, enorme, e imperdonable cagada: el apodo que le puse a esta vivienda no era The Crowded House, sino The Mad House. Después de tanto tiempo lo he confundido con mi primera estancia en inglaterra, de la que hablé hace ya más de un año.
Corregido en ambos textos.
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