24 de abril de 2006

Ira


Estaba pensando esta tarde acerca de las consecuencias que podría tener todo el asunto del butano en la relación con mis compañeros de piso (lo cual, por cierto, ha estado a punto de conseguir que me echara atrás) cuando me he dado cuenta de lo poco que he discutido en esta vida. Me cabreo con frecuencia, me quejo de un montón de cosas y parezco estar siempre frustrado o indignado por algo, pero he tenido muy pocas broncas de verdad, en las que gritara, rompiera cosas e insultase a los demás. Y nunca he estado en una pelea, como confiesa Tyler Durden al principio de El club de la lucha. Nunca he llegado al extremo de pegarme con alguien, porque siempre he sido el elemento débil, el que tenía las de perder. Eso me ha hecho aprender a tragarme siempre el orgullo y buscar otra forma de resolver los problemas.





Ahora me pregunto cuantas sesiones de psicoterapia y cuantas pastillas me habría ahorrado en todos estos años si, como hacían precisamente en el Club de la lucha, de vez en cuando me permitiera estallar y discutir a grito pelado o darme de hostias con alguien...

3 comentarios:

Jesús León dijo...

Aunque no es la actitud más recomendable, a veces puede ser mejor que cualquier tratamiento. Sacar los dientes y apretar los puños nos puede liberar como nada lo puede conseguir.

Un saludo (y tranquilo hombre).

Horrorscope dijo...

Opino que a veces no hay más remedio... yo es que soy muy cabezón. Tampoco me tome en serio...

El inadaptado dijo...

Siempre hay otras formas de resolver los problemas, sobre todo con dinero de por medio. Pero, joder, no estaría mal poder poder comportarme alguna vez como un cavernícola y dejar de lado el raciocinio. Y si ganara la pelea, no veas que subidón de autoestima...