Es muy cierto que no entiendo la política, que soy incapaz de comprender todos los matices, todas las sutilezas, todos los detalles de esa interminable partida de ajedrez que supone gobernar un país o tratar de alcanzar el poder. A pesar de lo mucho que me meto con los políticos (y lo que te rondaré, morena), en cierto modo no puedo menos que admirarlos por como han de luchar cada día por mantener el fragil equilibrio de todos los elementos en juego, algo que deja a una partida de AD&D y sus interminables reglas en pañales.
Pero también hay cosas que cansan, momentos en los que uno se plantea sinceramente si está contemplando a unos adultos que tienen en sus manos el destino de un país o a un grupo de crios jugando a algo que los demás no entendemos. Un buen ejemplo son las condenas a los atentados de ETA o de la "kalle borrika" (como decían en Vaya semanita). No hay más que ver la que se puede liar si un partido en concreto no condena a tiempo lo que toque condenar esa vez, o lo hace de forma poco explícita. Porque no basta con lamentarlo, no basta con reprobarlo, no basta con rechazarlo; no, hay que condenarlo, utilizando precisamente esa palabra y no otra.
A tales extremos ha llegado este juego que recordemos que es prácticamente la única condición que le han puesto a Batasuna para volver a ser legales. Así de fácil. Les bastaría convocar una rueda de prensa, decir "condenamos los atentados terroristas" y todo solucionado. Aunque no se lo crean ni ellos. Aunque en su tiempo libre se dediquen a sacrificar bebés o sodomizar cabras. Con tal de que lo digan vuelven a ser de los buenos. Y, sin embargo, no les da la gana, así tengan que pelearse con todo el sistema. ¿Qué tendrá esa palabra que tanto revuelo provoca?
Es por eso que esta mañana he pensado en una solución: la campana.
Ya que a los políticos les da urticaria pronunciar según que palabras, o le dan tanta importancia que montan un escándalo cada vez que alguien no la dice a tiempo (¿hay establecido un plazo?), propongo un método alternativo, barato y que ha demostrado su eficacia durante muchos cientos de años. Se trataría simplemente de instalar una campana en la sede de cada partido (en la central, las provinciales o todas, si quieren) y tocar a rebato cada vez que haya que manifestar algo de forma pública.
¿Que hay que condenar una atentado? Se toca la campana.
¿Que hay que protestar por la actuación del gobierno? Se toca la campana.
¿Que ya hay un candidato para las elecciones? Se toca la campana.
¿Que hay que convocar una manifestación? Se toca la campana.
Así no habría malentendidos, ni haría falta convocar ruedas de prensa y preparar discursos. Todo la ciudad (o el pueblo, o la pedanía) se enterará de cuando el partido tiene algo que decir. Y si no se oye la campana, es que no hay nada que declarar al respecto por su parte.
Obviamente este método tiene sus inconvenientes. El principal es que los vecinos acabarán hasta los cojones de tanto toque de campanas, pero al menos así se fomentaría la participación ciudadana y, eventualmente (tras unos cuantos disturbios y tal), ningún partido se atrevería a darle tanta importancia a las declaraciones públicas.
Además es muy posible que los políticos empezaran a discutir por cuantos toques hay que dar, su duración, su intensidad o saber quién la tiene más grande (la campana, digo). Pero, en fin, supongo que hay algunas cosas que no cambiarán nunca...
2 comentarios:
TOLON TOLON!!!!!!!!
Íbamos a terminar con la cabeza buena... no podría ser mejor que para que supiéramos quién hace sonar la campana metiera la cabeza dentro el que tiene la intención de manifestar su opinión?
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